Cuarentena de
conciencias
Un menosprecio
caro.
En una pandemia
como ésta resulta oportuno traerlo a Shakespeare, donde en El rey Lear nos dice: “Es el
tiempo de la peste cuando hombres dementes lideran a los ciegos”, una demencia
suscripta a la acción insensata de no querer escuchar. El Covid 19 fue
subestimado al principio hasta por las potencias – que ahora pagan el costo de la
desidia – pero tuvo que encabezar de golpe la agenda de las emergencias
sanitarias del planeta. Es una situación que sorprendió a todos, como un ladrón
que entra por la noche con sigilo, y te enterás cuando ya lo tenés sobre tu
cama. Este microscópico ladrón es silencioso, de poca vida, pero te mata
lentamente. La ciencia habló, y nos protege no sólo con medidas sanitarias sino
también con registros. Ignorarlos, es una amnesia tan deliberada como letal.
La Italia del
folclore sombrío legado por los médicos de Venecia – los inspiradores del carnaval
y quienes enfrentaron la peste negra del Siglo XIV – tuvo un inexplicable
descuido cuando irrumpió el virus, y que nos mueve a sospechar que minimizaron todo.
El olvido se apoderó de los italianos, una peste que mató a millones en el
pasado no se tuvo en cuenta y es un error que se pagó caro. Lo mismo España –
golpeada por una gripe letal a comienzos del XX – y que hoy junto a Italia encabeza
la escalada de víctimas en Europa. Ahora son los EEUU los que entraron a ese
lote de descuidados, con una New York devastada y por primera vez en silencio.
De estos descuidos
aprenderán, no hay duda. Son países que en su memoria colectiva llevan sacudidas
de toda índole. Pero ahora se les presenta una nueva lección: no dejarse estar
en los periodos prolongados entre crisis. Hoy aprenderán que las pestes gozan
de un eterno retorno y que abandonarán este mundo recién cuando la humanidad se
extinga. Las pestes duermen, mutan, se “reversionan” y siempre vuelven, sin
importar el tiempo que transcurra.
“Manos negras”,
pero de mugre.
Un criterio
científico no debe descartar nada. Ni siquiera, las clásicas sospechas sobre maniobras
y conspiraciones de sectores oscuros, de esas que invitan a un festival de
suspicacias propias de un guión de Hollywood. Cualquier teoría que surja de
tales fabulaciones debe ser, por lo menos, tenida en cuenta. Claro que, caerá
de inmediato por su propio peso. El sector más pensante del público cuando
quiera escuchar a la ciencia no leerá comics, del mismo modo que cuando busque
entretenerse con catástrofes ficcionadas no buscará en los tediosos informes de
la OMS. La información precisa es vital, tan vital como el alcohol en gel, el
jabón o la lavandina.
Nunca faltan,
como he señalado, las sospechas sobre manipulaciones, “manos negras”, conflictos
de intereses de los más pintorescos, e incluso, preocupaciones por una
modalidad de guerra no convencional. Se llegó a decir, que EEUU lanzó el virus
para frenar el aluvión comercial de China. Lo cierto es que los disparates y
las dudas llegan y se instalan. Son como un vicio – que enseguida encuentra adeptos
y consumidores – y como todo vicio es fácil de adquirir pero difícil de erradicar.
Si una teoría se inclina ante la evidencia, la evidencia se inclina ante la
mentira organizada que goce de buena salud por un tiempo. La lógica de Abraham Lincoln
– que sostiene que no se puede mentir todo el tiempo a todo el mundo – trastabillará
frente a la farsa mientras ésta dure en su expansión. Es más impactante para la
opinión pública la sospecha de estratagemas sombrías detrás de una pandemia,
que reconocer que un retrógrado de mala gastronomía comió en China un animal
sin controles bromatológicos y con un virus mortal.
El individuo.
Vayamos al plano
de lo personal. En tiempos como éstos, aflora la esencia de un individuo. Afloran las
grandezas, las bajezas, afloran los nobles, los miserables. Es interesante
ver como un virus se convierte en una vara para medirnos y en un espejo eficaz.
Después de esta pandemia, algunos se verán más grandes, otros más pequeños, y
otros no se verán. Éstos últimos, no podrán hacerlo no necesariamente por estar
muertos, sino por inconscientes. Y como en la vida natural nada es justo ni
injusto, tal vez los inconscientes tengan suerte y puedan respirar una porción
de aire que antes estuvo infectada.
Si esto continúa, vendrá el temor
por un desabastecimiento, pero nadie podrá guardarse nada en el plano de lo
moral. Allí todo aflora. Valores y miserias realizarán su danza acuática
mientras la mayoría correrá a su refugio con mercadería en mano. Es una
oportunidad única para el autoconocimiento.
¿Simulacro de unión?
En Argentina,
algunas medidas se tomaron tarde y con torpezas. Pero una pandemia tiene el
poder de saltar con garrocha cualquier ideología o coyuntura política. Fue
auspicioso haber visto al presidente Alberto Fernández junto al jefe de
gobierno opositor Rodríguez Larreta ponerse codo a codo para enfrentar la
problemática. No pecaré de ingenuo pensando que una pandemia acabará con las
diferencias ideológicas, pero al menos crea una tregua, un respiro. Por otra
parte, una
crisis como la actual no está exenta de la idiosincrasia del argentino
promedio, donde ante una necesidad o vacío legal sale a relucir su “viveza
criolla”.
Este país nunca vivió
una guerra mundial – un aliado de la última hora no califica de beligerante –
aunque la situación nos obliga a introducirnos en un escenario similar,
verbigracia, con la caída de las economías, que algunos analistas ya la
comparan con la de un conflicto a gran escala.
El “divide et impera” hoy no cuenta. La corona que presenta este virus en su parte
superior no es una corona que divide, sino que une. No unirá oposiciones ni
grietas modernas, no unirá liberales con socialistas, pero nos unirá en ese
único espacio que no conoce de diferencias: allí en la muerte, es donde se
cumple fatalmente el ideal de los soñadores. Allí somos todos iguales en esta
suerte de distopía viral.
El coronavirus no nos
quiere unidos, excepto en el camposanto. Por tal razón, habrá que aunar
criterios, seguir los consejos médicos y cuando ésto pase, si quedamos vivos,
seguiremos jugando a las antinomias.
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