Claudio F. Portiglia: sus
respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Claudio Félix Portiglia nació
el 13 de enero de 1957 en Junín, ciudad en la que reside, provincia de Buenos
Aires, la Argentina. Es Profesor en Castellano y Literatura, egresado en 1980
del Instituto Superior del Profesorado Junín. En 2004 obtuvo Capacitación
Universitaria en Comprensión y Producción Oral y Escrita en la Universidad
Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (UNNOBA). Entre 1996 y
2000 fue director de la escuela de periodismo TEA y DeporTEA “Tendencias XXI”
en su ciudad. Ha sido cofundador y codirector de las publicaciones “Horizonte
de Cultura” (1989/1995), “Junín es Plural” (1997/1998), “Las Doce y Una”
(2010/2011). Fundó el Centro de Estudios Regionales y Nacionales (CERyN) y fue
su director entre 1988 y 1994. Fue cofundador y expresidente, por tres períodos,
de la Sociedad de Escritores de Junín. Entre otras distinciones recibió en 1993
la Faja de Honor de la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA) por su libro “La espiga se declara soberana”. Fue
incluido, por ejemplo, en las antologías “100
poetas contemporáneos” (1985), “Antología
interregional de cuento y poesía” (1986), “Poemas del encuentro” (1991), “Poesía
argentina contemporánea”, tomo 1, parte vigésima (2013), “Poesía argentina contemporánea 50º
aniversario 1965-2015” (2016). Sus libros de ensayo son “Signo y destino de Hispanoamérica”
(1992), “El gran errador” (1997), “La cancelación de lo útil” (2006,
edición digital en www.claudioportiglia.com).
Poemarios publicados: “Develando sueños”
(1979), “Álamos y yunques” (1986), “Los ojos, los miedos” (1993), “La espiga se declara soberana” (1993), “Libreta de almacenero” (2000), “Cabría preguntarme” (2007), “La mosca de la fruta” (2008, edición
digital en su Sitio de autor), “Cuotas
partes” (2009), “La travesía”
(2013), “Bella y transitoria” (2016).
1 — En el poemario “En el invierno
de las ciudades” de Tennessee Williams (versión castellana de Juan José
Hernández y Eduardo Paz Leston, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1968) doy con
estos versos: “Le cuentas tu vida, o lo
que el tiempo, o cierta prudencia/ te permite contar…” ¿Qué nos contarías,
Claudio, de tu vida, o lo que el tiempo, o cierta prudencia te permita contar?
CFP — Nací y
viví siempre en Junín, salvo breves estadías por estudio o por trabajo fuera de
la ciudad. No sé si algún episodio concentra algún interés. Soy hijo único de
un matrimonio malavenido. De muy chico fui muy feliz con mi papá, quien salido
del ferrocarril con la huelga del ‘61, se compró una vieja chatita Chevrolet ‘27
y se convirtió en una mezcla de holgazán y ciruja, aunque al llenar los
formularios de la escuela me instruyera para que lo citara como comerciante. Me
gustaba recorrer con él los campos y las chacaritas de la zona; y me gustaba,
sobre todo, viajar atrás, en la caja, soportando los barquinazos por los
caminos de tierra, con la honda al cuello, y sosteniéndome entre fierros
viejos, fardos de lana y atados de cerda. Sin embargo, a medida que crecían las
peleas y que faltaban la comida y todo lo demás, fui recostándome del lado de
mamá. Se separaron cuando yo empezaba la secundaria y viví la circunstancia con
bastante vergüenza. En adelante, la relación con mi padre tuvo vaivenes hasta
su muerte, ocurrida seis o siete años atrás, mucho después que la de mi madre.
En grandes trazos, y por afuera de la escuela en la que fui buen alumno, mi
infancia y mi adolescencia transcurrieron en torno a una pelota y sus
derivaciones: figuritas, revistas, relatos radiales, proyecciones que llenaban
mi imaginación. Siempre me gustó la soledad y, sinceramente, no conozco el
aburrimiento; aunque tuve muy buena vida social y nunca me faltaron grupos y
barras con las que alternaba mis inquietudes. A los 17, dos días después de la
muerte de Perón y con el país paralizado por el luto, me sacaron en ambulancia
hacia el viejo Instituto de Cirugía Torácica de la avenida Caseros, en Buenos
Aires, donde me operaron de un pulmón y permanecí internado hasta la primavera.
No faltaron quienes creyeron que no volvía; yo no, yo sabía que volvería a
Junín donde había quedado mi primera novia con la que, sin embargo, rompí. La
convalecencia fue larga y también en este caso sentía vergüenza de mi cuerpo
escarbado y con un par de costillas aserradas. Recién por los 19, ya en el
Profesorado, recuperé la autoestima y reincidí. Esos dos años en los que me
guardé coincidieron con los años más oscuros de la vida del país, y a veces
pienso si la contingencia no terminó resguardándome. Vi crecer a Junín desde la
ciudad baja y tranquila que recuerdo cuando asesinaban a Kennedy y yo escuchaba
la información por la propaladora hasta esta ciudad moderna y dinámica que es
hoy. Quiero a mi ciudad. Y aunque coqueteé y coqueteo, a veces, con la idea de
radicarme en Buenos Aires, nunca tomé la decisión. Atendí un kiosco, fui
auxiliar en una escribanía, trabajé para más de una bodega, ocupé algún cargo
gerencial, fui representante de vinos, conocí el país. De todo aquello me
quedan horas imborrables en la memoria y dos experiencias que me marcaron:
conocer el mar y conocer las cataratas. Me casé, soy padre de cuatro hijos, me
separé, conviví, me separé, probé parejas por afuera de la convivencia, las
pruebo, todavía, cada tanto. Amo, sin embargo, una mujer a la que prometí no
tocar.
2 — Dictando diversas asignaturas ejerciste la docencia durante más de
tres décadas. Ya jubilado, ¿cómo las rememorás?
CFP — Con la docencia —igual que con el periodismo—
he tenido una relación ambivalente: Por un lado, me gusta la profesión; me
gusta enseñar lo que aprendo y me gusta, más que nada, aprender. Dicté más de
cuarenta asignaturas diferentes a lo largo de tres décadas y pico y en todos
los niveles y mantuve una excelente relación con los alumnos, muchos de los
cuales hoy son mis amigos. Pero, por otro lado, nunca me sentí cómodo con el
sistema: ni en su vertiente burocrática, ni en su vertiente específicamente
pedagógica, ni en la manera con la que la mayoría de mis colegas asume la
profesión. Colaboré con numerosos proyectos, impulsé otros tantos, pero desde
una incomodidad que nunca superé. La jubilación, en ese aspecto, me trajo
cierto alivio; aunque extraño el contacto con los alumnos y ese aprendizaje que
cada cuatro o cinco años cambia de paradigma. No me interesaron los cargos y
nunca los busqué, ni siquiera “pensando en engordar la jubilación” que, como
sabrás, es magra. Sólo dirigí la escuela de periodismo que fundé y con la que
me fundí antes de que pudiera disfrutar de algún rédito. Me quedó la
satisfacción, sin embargo, de haber sacado una camada de periodistas que hoy
trabaja en distintos medios y de haber publicado una revista que pegó fuerte y
que cambió la forma de hacer periodismo que hasta entonces predominaba en la
ciudad.
3 — “El periodismo en la encrucijada”: así se llamó el seminario que
dictaste en 1993 en el Instituto Superior del Profesorado Junín. Perdura en la
encrucijada el periodismo, ¿no?
CFP — Vive en
una encrucijada permanente y eso tal vez sea característico de la profesión. En
mi respuesta a tu pregunta anterior algo insinué al respecto. El problema
central pasa, a mi entender, por la tensión que se genera inevitablemente entre
el periodista y la empresa para la que trabaja. Que yo entiendo que debe ser
fuerte, contra alguna opinión mayoritaria en contrario. Sin empresas fuertes,
sólidas en lo económico y con espaldas anchas en lo político, el periodista
carecería de recursos para trabajar. Lo he vivido, lo vivo en carne propia.
Pero esa misma provisión de recursos limita la independencia de criterio, la
libertad de opinión, consciente o inconscientemente. Es muy difícil figurarse
un periodismo independiente en el sentido acabado del concepto. Por eso yo soy
un defensor encendido del sistema republicano y de las libertades acotadas pero
plurales que la república permite. Entiendo que de la porción de verdad y la
porción de mentira y hasta de engaño o manipulación que pudiera surgir de cada
medio, surge, para la sociedad receptora —que tampoco es toda la sociedad, sino
una porción bastante minoritaria— algo parecido a la verdad verdadera. Y la
verdad verdadera la marcan los hechos, no las interpretaciones —menos, claro,
la propaganda— o las mil maneras de comunicarlos. Respeto más a los colegas que
informan que a los colegas que opinan, aunque soy respetuoso de las opiniones y
tengo las mías y también exijo respeto para ellas.
4 — En tanto autor de los anteproyectos “Casa de la Cultura ‘Junín entre
dos océanos’” y “Gimnasio de ideas”, ¿qué nos podrías trasmitir?
CFP — Así, en
conjunto, porque se trataba de una misma idea, que lo viví como una gran
decepción. Junín tuvo un intendente, Abel Miguel, que gobernó por cinco
períodos consecutivos a partir de 1983 y la recuperación de la democracia. Yo
lo había criticado bastante desde los medios que tuve a disposición. Igual me
convocó para trabajar en las comisiones del Plan Estratégico que impulsó
durante el que sería su último mandato. Fui con prevenciones y terminé
entusiasmado, porque el equipo de cultura que formamos con cinco o seis
personas más congenió y aportó resultados más que interesantes. Conservo
todavía dos grandes tomos ilustrados en los que se describían todos los proyectos
en vista a un “Junín 2005”, tal era la expectativa hacia finales del milenio.
El intendente que sucedió a Miguel y que gobernó hasta diciembre pasado, Mario
Meoni (de la misma Unión Cívica Radical, pero rival interno del primero) llevó,
incluso, como primera propuesta de su campaña proselitista la conformación de
una Casa de la Cultura y su complementario “Gimnasio de ideas”. Pero ya en el
ejercicio de sus mandatos tomó otro rumbo. No sé si equivocado; tal vez no,
porque después de ciertas vacilaciones con las dos primeras direcciones de
cultura, terminó con una gestión impecable de Romina Massari; pero distinta,
bien distinta de aquella que imagináramos y que fue absorbida desde el sector
privado. Junín, de todas maneras, tiene un par de museos de arte, otro
histórico y algunas dependencias afines —incluida la anual Feria del Libro que
va por su décima primera edición— que suple lo que alguna vez imaginé como casa
de la cultura.
5 — Desde tu
ciudad lanzaste en 2001 el “Movimiento Poesía”, encuentros nacionales e
internacionales de poetas que coordinaste hasta 2011. Sabrás que muchos
seguimos valorando aquella iniciativa.
CFP — Me
alegra saberlo y gente como vos cada tanto me lo recuerda. Fue una experiencia
muy rica para mí, pero con la que no volvería a insistir. Más allá del
desgaste, terminé con cierto desencanto y siento, con justicia o sin ella, que
el Encuentro de Poetas de Junín fue una víctima temprana del atropello que
produjo el 54% y la consecuente grieta que deslució al país. Había surgido,
vaya paradoja, como reacción a otro espasmo político: el del golpe que se cargó
a de la Rúa. Yo acababa de separarme por segunda vez y entre la crisis social y
la crisis personal, busqué la tangente y salí por el lado de la poesía. El
primero de los encuentros fue en casa, bastante informal y con algo más de una
veintena de amigos que llegaron desde distintos lugares. Firmamos un Acta
Fundamental —tampoco muy formal que digamos— y propusimos una itinerancia que
finalmente no ocurrió, salvo un encuentro en Buenos Aires, en casa de la
recordada Graciela Wencelblat [1947-2014]. Al año siguiente, 2002, para la
semana fijada se desató en el país un terrible temporal que, sumado a la
extrema flacura de los bolsillos, redujo la concurrencia a no más de diez o
doce y casi todos locales o de la zona. Si no recuerdo mal, sólo la por entonces
infaltable Patricia Díaz Bialet y Nora Alicia Perusin, a quien había conocido
recientemente, vinieron desde lejos. Y el salto, grande, lo pegamos en 2003,
cuando la anunciada presencia de los norteamericanos Craig Czury y Heather
Thomas produjo un efecto contagio y pasamos la barrera de los cuarenta
asistentes. Salimos de casa y llevamos el encuentro al Colegio de Arquitectos,
donde repetimos un par de veces, antes de pasar por dos clubes y recalar
finalmente en la Sociedad Española. Para ese tiempo, la Municipalidad nos había
ofrecido integrar el Movimiento a la Feria del Libro y así fue que coexistimos
en las últimas cuatro o cinco ediciones. Sería injusto no mencionar, además, la
colaboración desinteresada del Hotel Copahue, que cedía una de sus salas de
conferencias para la jornada de apertura de cada año. En total, pasaron más de
trescientos poetas sin que palpáramos de ideas a ninguno de ellos, sin que
lucráramos absolutamente con nada y sin que primara el amiguismo del “te invito
para que me invites”. Algo, sin embargo, falló y a mí se me terminaron las
ganas. Como no soy ni nostálgico ni utópico, no extraño los encuentros ni proyecto
recuperarlos. Estoy abierto, no obstante, a colaborar con quien lo amerite.
6 — ¿Quién es el gran errador?
CFP — Tal vez
un alter ego, tal vez el poeta, tal vez yo. Por aquello que decía Jean Cocteau
de que “el poeta es un mentiroso que
siempre dice la verdad” —caracterización que suscribo—, asocié el errar del
equívoco con el errar del caminante y generé el neologismo con el que titulé mi
ensayo. El tema es la misión del poeta en el siglo veintiuno y lo escribí a
comienzos de los ‘90, en plena efervescencia de las teorías posmodernas; con
alguna de cuyas variantes, coincido. El apéndice del ensayo surgió de una
conferencia que dicté en Santiago del Estero y que publicó el diario “El
Liberal”. Allí tracé los lineamientos de lo que después sería el desarrollo,
que también expuse en otras conferencias en Las Leñas, en Mendoza y en Buenos
Aires. En 1997, hilvané y publiqué un pequeño tomo que insumió dos ediciones. A
comienzos del siglo, inicié una continuación y actualización a la vez, que
lleva por título “La cancelación de lo útil” y que redondeé en 2008, pero que
no edité en papel y que tal vez ni siquiera haya dado por concluido. Allí me
salgo de los canales del poeta y busco una explicación de ese gran útil, apto
para todo servicio, que ha dado en llamarse “dios”.
7 — ¿Así que “Cuando apareció Messi yo tenía los ojos llenos de Riquelme. Y no lo
vi.”?...
CFP — Sí.
Destaco, antes de ampliar, tu olfato para rastrear en páginas perdidas cosas
que he dicho. Me sé reiterativo con el fútbol; y no sólo con el fútbol, con
otros deportes también; sobre todo, con el boxeo y con el tenis. Difícilmente
deviniera escritor si hubiera podido calzarme la 10 de Boca. O la 3 de Silvio Marzolini,
que fue mi ídolo durante la infancia y en cuya posición de lateral con
predisposición para el ataque me gustaba jugar en los campitos. Pero vuelvo a tu
pregunta. Mi atención, antes que, en los resultados, se concentra en el juego.
Cuando al talento y a la destreza física se le suman inteligencia, capacidad de
observación, de ubicación y de asociación, paciencia para la elaboración de las
jugadas, sorpresa y cambio de velocidad, justeza en la pegada y precisión en
los pases, disfruto de manera muy particular. A muchos les sucede con la música,
yo percibo la música en el juego, aunque penetre por los ojos. El ritmo que
trato de imprimir a mi poesía —a la prosa también, pero me interesa menos— lo
he copiado del fútbol, del boxeo y del tenis, antes que de otros poetas. Me
manejo con registros más bien clásicos. Metros de once, de siete, de doce, de
ocho, de diez, que combino según aconsejan las circunstancias y que quiebro,
por ahí, o interrumpo para provocar un silencio, un intersticio, un vacío, una
suspensión. Mientras sucede, veo el conjunto y cómo se acomoda. Por eso, con el
tiempo, prescindí de la puntuación, que casi no utilizo, y de la organización
sintagmática o paradigmática que manejo con aparente desorden o con aparente
capricho. Me parece que es el mismo ritmo puesto a disposición del concepto el
que tiene que llevar al lector a las pausas, las aceleraciones, los repiqueteos
que lo conduzcan a una comprensión y a una sensación que enriquezcan las mías.
Lo aprendí mirándolo a Juan Román Riquelme —antes a Ricardo Bochini, claro, o a
Zidane—; pero también mirando cómo boxeaban Muhamad Alí o Sugar Ray Leonard, o
el Uby Sacco u Óscar de la Hoya; mirando cómo regulaba los tiempos y quebraba la
muñeca Roger Federer, o como se desplazaban Steffi Graf o Gabriela Sabatini. A
Messi, cuando apareció, no lo vi. Riquelme estaba en plenitud y en el Barcelona
se lucía Andrés Iniesta, su discípulo. Por características, ellos satisfacían
mejor las cosas que yo busco. Pero Messi aprendió y hoy también me enseña,
además de hacerme feliz cada vez que toca la pelota.
8 — ¿El automovilista Juan Manuel Fangio (1911-1995), el cantor Carlos
Gardel (1890-1935), el boxeador Nicolino Locche (1939-2005), el artista
plástico Antonio Berni (1905-1981) o el tenista Guillermo Vilas (1952)?...
CFP — Corro
con la desventaja de no haber sido contemporáneo de Fangio y de no interesarme
demasiado por autos y carreras. Sí me gustó mucho Carlos Reutemann por las
mismas razones que expuse en la respuesta anterior. Cuando Locche estuvo en su
esplendor, yo era demasiado chico; y cuando lo vi, sobre el final de su
carrera, ganar un par de peleas sin haberlas ganado y perder, finalmente, con
el Kid Pambelé, se me desdibujó bastante la leyenda. Parecido me sucede con
Maradona: lo admiré, lo admiro y creo, como la mayoría, que ha sido el más
grande; pero yo no me banco la picardía de un gol con la mano, ni siquiera para
avanzar en un Mundial, ni siquiera tratándose de los ingleses. Menos me banco
la irresponsabilidad del ‘94, cuando Alfio Basile había conseguido la mejor
línea de juego que vi en seleccionado alguno y el Mundial de los Estados Unidos
nos estaba servido en bandeja. Gardel fue ídolo de mi padre; a mí, que me
apasiona el tango y la poesía que contiene, me gusta más en la voz y en la
interpretación de Roberto Goyeneche. Berni es un referente al que siempre estoy
volviendo; miro mucha pintura, conviví con una pintora que me enseñó a mirar, y
ese ritmo del que hablaba más arriba está presente en toda la serie de Juanito
Laguna, de Ramona Montiel y en un cuadro que me podría pasar horas mirando que
es “Manifestación”. También “La mujer del sweater rojo”, o “Los inmigrantes” u
otros cuyos títulos no recuerdo, pero que muestran una familia reunida en torno
a la mesa, en el campo, o una mujer sentada a la máquina de coser mientras una
niña ensaya pasos de baile. Y ya que incursionamos por el arte visual, quiero
referirme a dos artistas que también me marcaron: Víctor Grippo y Gyula Kosice.
Con respecto a Vilas, yo de joven hinchaba por él; hoy optaría por José Luis
Clerc en el caso de que se repitieran aquellos grandes duelos de los ‘80.
9 — ¿Cuáles son los temas o asuntos
más recurrentes en tu poética, y en tus artículos y ensayos, y por qué?
CFP — A mí me
gusta vivir. Celebro la vida —la agradezco— y la vida sucede en presente: con
sus placeres y con sus horrores. No espero premios ni castigos sobrenaturales;
el día que se termine, se habrá terminado y no tengo ni tendré reclamos por
hacer. Sobre estas cosas escribo. Es un puñado de temas, tal vez. O tal vez es
un conjunto inabarcable. Tengo en claro que no soy un poeta social; por ahí, en
todo caso, incursiono en el ensayo político —o histórico—. No soy indiferente,
sin embargo, al dolor del prójimo ni a la injusticia. Me afectan de manera muy
particular. Pero no siento que deba cantarles; no siento que sea ésa la función
de la poesía. O, por lo menos, de la que escribo yo. Y tengo con el amor mis
disputas severas: lo desprecié, como tema, durante mucho tiempo; después me fui
reconciliando y hoy —cuando casi no lo ejerzo o lo ejerzo de manera diferente—
ocupa un espacio central. Como ocupa un lugar central mi interés concomitante
por el lugar común. El desafío consiste en volverlo
trascendente.
Y con el desafío aparecen varios temas más: los límites, las fuerzas, las
capacidades, lo que puede y lo que no puede ser, los sueños como expectativa y
los sueños como drama. Cada tema, además, exige una entonación, una música; y
esa exigencia —la del sonido— se convierte en tema a la vez. El fondo y la
forma; ese eterno continuo.
10 — ¿Cómo ves tus primeros dos o tres poemarios?
CFP — En la
medida que puedo, no los veo. Están. Fueron el sostén para los que vinieron
después que son el sostén de los que llegan ahora. No reniego, al contrario:
agradezco que me hayan permitido insertarme, crecer. Hoy no escribo de aquella
manera. Tampoco soy como era cuando los escribí. Al pasado lo miro como se mira
por un espejo retrovisor: cada tanto y sin detenerme. El futuro me interesa
mucho más. Es el espacio hacia donde voy y me gusta conocerlo. Los años en la ruta
me enseñaron que los modelos importan poco, lo que importa es el rumbo. Si uno
no tiene claro hacia dónde va, cuanto más sofisticado sea el modelo, tanto más
pronto terminará extraviado. Y tampoco me gusta volver recurrentemente sobre
tópicos que ya traté. Alguna vez dije —y sigo pensándolo de ese modo— que
cuando dos libros de un mismo poeta se parecen demasiado, o el segundo está de
más o están de más los dos.
11 — ¿Qué poetas y narradoras extranjeras preferís?
CFP — Tengo
una profunda ignorancia sobre poetas y narradoras extranjeras. Leí con placer a
Rosalía de Castro, disfruté alguna historia de Clarice Lispector, me
sorprendió, de joven, la potencia de Virginia Woolf. Pero no siento necesidad
de releerlas y de a poco mi memoria va olvidándose.
12 — ¿Hay algún autor que te haya influido de alguna manera especial a la
hora de conformar tu imaginario?
CFP — Mi imaginario se construyó por etapas y cada
etapa tuvo sus referentes. De adolescente, de jovencito, más que Pablo Neruda,
que César Vallejo o que Federico García Lorca —que concentraban las simpatías
de los lectores de mi entorno—, yo preferí a los dos Machado, Antonio y Manuel.
Después llegaron Blas de Otero, Luis Rosales, Ángel González, Rafael Morales y
toda la poesía española de posguerra. Para esa época matizaba con los
italianos. Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti, Dino Campana en especial. Vicente
Huidobro me reveló alguna cosa y pasó como un chispazo; otro tanto me sucedió
con Charles Baudelaire. No así con Arthur Rimbaud y con Antonin Artaud, que
siguen convocándome. Los chinos de la dinastía T’ang me rondan siempre. Los
heterónimos de Fernando Pessoa. Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón y los
poetas del tango. Y Borges, siempre. Jorge Luis Borges es, para mí, el
paradigma de ese imaginario. Si me salgo de la poesía, la nómina se vuelve muy
extensa: soy un buceador consecuente de los textos bíblicos, del Quijote, de
algunos de los dramas de Shakespeare, de Albert Camus —ah, Camus—, de Roberto Arlt,
de Julio Cortázar. Es mucho, es demasiado para nombrar y demasiado para
olvidarme.
13 — Supuestamente, de la primera versión de “Memorias de Adriano”, sólo quedó en pie una frase. Marguerite
Yourcenar destruyó el resto y la volvió a comenzar. Mercedes Salasach declaró
que nunca había escrito un libro con menos de tres versiones. Gabriel García
Márquez después de redactar unas trescientas cuartillas de “El otoño del patriarca”, consideró que había un error de
estructura. Seis años después la empezó a volver a escribir, hasta que otra vez
la interrumpió. Después de un año volvió a empezarla y ahí sí logró,
conservando apenas el nombre del protagonista, concluirla. ¿Comentarios?
CFP — No, no
tengo comentarios para hacer ni soy lector entusiasta de ninguno de los
nombrados. De García Márquez, la pieza más brillante que le conozco es la entrevista
al ex jefe guerrillero Mario Firmenich, que no tiene desperdicio. Sus novelas
más famosas las pasé por obligación profesional; es poco y nada lo que me
dejaron. A mí el ejemplo que me seduce es el de Enrique Banchs y el de Juan Rulfo,
que necesitaron poquito para ser gigantes. Y me consuelo pensando como Borges
que todo escritor tiene derecho a ser juzgado por sus mejores páginas —a veces,
por unas pocas líneas—. De lo demás se encargará el olvido.
14 — Como comensal: ¿cocina
francesa, armenia, italiana, criolla argentina, japonesa, española, peruana,
árabe…?
CFP — ¡Ja!
Esto me gusta más que la literatura del boom. A ver: en principio, no soy
partidario de las opciones excluyentes. Según la ocasión, según los estados de
ánimo y aun el estado de salud, disfruto con todas. Lo único que no se negocia
es la presencia de vino argentino. El clásico criollo de empanada y parrillada
completa con ensalada mixta es una debilidad muy especial; pero tiene que ser
preparado por expertos; si no, prefiero el bife ancho con papas fritas. Syrah,
malbec o un genérico bien ensamblado completa la pretensión. Le sigue la
española: mariscos, pescados, estofados, tortillas son siempre bienvenidos.
Aquí maridan mejor el tempranillo o el merlot. Empanadas árabes como una vez
por semana y las tortas de trigo las tuve que frenar por prescripción. Cualesquiera
de los tintos acompañan bien en estos casos. La cocina francesa me fascina para
disfrutar con un buen acompañamiento femenino y el infaltable chardonnay. De la
pizza de mozzarella con anchoas soy fanático y del cabernet sauvignon o el
syrah para acompañarla, también. Las pastas me gustan todas y en todas sus
variantes; si van con un chianti, mejor. Con la comida armenia tengo menos experiencia.
Y a la peruana y la japonesa las descubrí y las disfruto de la mano de una nuera
limeña a quien introduje a la vez en las bondades del sauvignon blanc o del
tocai friulano para obtener muy buenos maridajes.
*
Claudio F. Portiglia
selecciona poemas de su “Bella y transitoria” para acompañar esta entrevista:
1
La uña grababa en la pared las iniciales de
aquellos arrebatos
el amor todavía era una idea
y llegaste a creer con fundamento que futuros
corsarios orbitales
un día encontrarían esos signos
los llevarían hasta sus planetas
un consejo de sabios al efecto descifraría el
código escondido
sentaría las bases necesarias de la nueva
conquista
dispondría recursos y estrategias
para que una civilización ya devorada por el
azar del tiempo
recupere su voz se haga visible
en dos o tres grafías cuneiformes
2
No soltaste una estrella
soltaste un quejido doloroso que acompañó el
zumbido
justo a vos te pasaba
tanto tiempo llevabas arrastrando tacuaras
desde el vado
cortándolas finito
midiéndole los tiros con destrezas que enseñan
las derrotas
peleándole al empacho del engrudo
justo ahora carajo que le habías robado a las
meriendas
las diez monedas para el papel liviano
y el hilo choricero que decían que nunca se cortaba
y mirá el pelotudo cómo cuelga tan flojo del
palito
dejando que el cielo se la trague
tan azul y amarilla tan hermosa
3
Hay días que son duros y el esqueleto cruje y
también cruje el alma si es que acaso estuviera
trepada en algún sitio filtrada en la
corriente que elabora el cerebro y que todo lo cuestiona
si es que acaso estuviera
tendida sobre el pasto donde juegan los niños
o en las camas amantes de amores a destajo
yo no sé si hay un alma si no es todo materia
si no somos finitos si el destino es el tránsito si no somos de polvo si
vivimos de prepo si un volcán nos contiene y un agua nos redime si un viento
nos devuelve si no es todo energía si son ondas o planos o meras percepciones
si valemos por algo si por alguien latimos
yo que todo lo pienso sé que hay algo que
pienso de modo diferente
yo que no creo en nada sé que creo que hay
algo que me habita a escondidas
y en días como éstos cuando todo nos cruje
uno le mete manos a cosas que no entiende y a
rezos que no sabe y atolondrado y todo
sabe que al menos sabe que cree que está vivo
que crujir lo demuestra
4
Para el día crucial tengo otros planes
ni me iré de viaje ni saldré de gira
ni habré de encontrarme con alguien que me
espere en ningún lado
aunque nunca muy lejos he viajado bastante y
no tengo reclamos por hacer
demasiado con la carga que les deje a quienes
algo pude haberles dado vivo
lo que quede se irá consustanciando con lo que
quede de otros
con lo que otros dejaron para que yo disfrute
con la tierra y el agua y el aliento y el
fuego
y ese gen que circula para todos llamado
humanidad
más o menos rayamos a la misma altura
el único poder que he respetado será el mismo
que me aseste el golpe
y sería incoherente de mi parte torcer esa
opinión
bien muertos estamos los mortales el día que
morimos
esperar otras cosas no permite que vivamos
siquiera
y en lo que a mí compete
si supe del amor me doy por pago
y mis deudas en fin que la poesía se encargue
de saldar
5
Escribo
a mi derecha las cosas que se amontonan se
ordenan o se desordenan
los espacios que se disputan las ideas que se
disputan las carpetas los amores las lealtades las pertenencias los
diccionarios las precisiones que se disputan
las formas los niveles los resquicios las
fracturas los pedazos los libros los paquetes las sombras
las huellas clandestinas de las visitas
clandestinas las migas los vasos los restos la vajilla el cubo de la basura los
cuadros los retratos la puerta y el espejo
a mi izquierda la pared
6
Altas o bajas
las balaustradas de los bares las escaleras de
los subterráneos las marquesinas de las tiendas
negras o blancas
las entresombras del atardecer las entrevistas
a los postulantes las entelequias de los parroquianos
la avenida discurre como un río transportando
jangadas bien vestidas
todas en dirección a un mismo puerto
menos esta varilla de algarrobo que abandonó
el atado
y boya a la deriva de cara a la corriente
con la linde en el vidrio y con preguntas aún
sin responder
¿altas o bajas? ¿blancas o negras?
7
Lo recordaba apenas
me llegó perfumado con ese perfume que lleva
únicamente
la mujer que se ama
después de olerlo me detuve en la inscripción
es curioso que un error de ortografía o quizá
de fonética
pueda revelar un amor tanto tiempo esperado
escondido por salvar las apariencias
mentido por pura cobardía callado por mandato
reprimido en fin por poca cosa
¿qué hacer para conservar ese perfume que el
tiempo borraría
en un cajón donde reina el desorden de ropa
sin doblar?
compré una cajita de jabón
delicadeza que nunca he tenido para con mis
propias prendas
lo doblé con cuidado
coloqué la cajita entre los pliegues
y lo guardé donde pudiera tenerlo a tiro
a golpe de intención
para visitarlo de noche en noche
de amanecer a mediodía
con el corazón acelerado
y con el asombro que tiene cualquier chico
cuando aprende a besar
(“Yo recuerdo una línea memorable que está casi al
principio: ‘Una tarde, tarde como las de mi país, bella como María, bella y
transitoria como fue ésta para mí…’” (J.
L. Borges en prólogo a “María”, de Jorge Isaac))
8
LA BIELA
Superadas las once
las úes de una parejita norteamericana se
confunden con las efes de una familia de alemanes
y con la sonora y sonriente fricación de la
abundancia brasilera
el vocerío amaina al mediodía a medida que se
llena el salón
la superposición es curioso lo resuelve en
murmullo
al rato también amaina la concurrencia
un cielo diáfano que señala el norte pone los
aviones que llegan a la altura de los ojos
y bustos y cabezas emergen desde atrás de los
ligustros provenientes del paseo de compras
algunos acasos del Pilar
Suar seduce verborrágico a la sombra gigante
del gomero
y Julio Bárbaro adoctrina en una de las mesas
del fondo lindera con los baños
los turistas se entretienen con el Aguilucho
que los recibe a la puerta
o piden sacarse fotos entre un hierático Bioy
Casares y un Borges que de frente se parece a Balbín
llega el plato del día acompañado por una copa
de malbec en el momento preciso en que acababa los primeros apuntes
a mi lado una bolsita de red contiene la piedra
de citrino que pendula sobre su eje
y que predice para aquélla que la porte
equilibrio y prosperidad
distancia y presencia se arraciman cuando se
anuncia el postre
doy un último toque a lo que escribo
después del café se irá la tarde redondeando
de a poco
a Francina, mi linda indefendible
a
Virginia Zusbiela, mi Virshi necesaria de todos los momentos
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Junín y Buenos
Aires, distantes entre sí unos 260 kilómetros, Claudio F. Portiglia y Rolando
Revagliatti.
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