Una pintura fascinante
Marta al cumplir
sus cuatro años, recibió de un tío que vivía en un pueblo cercano, un atril y
telas. A ella le apasionaba el dibujo y la pintura. Desde los tres años había
empezado a dar sus primeros pasos en el arte. Le mostraba sus dibujos a su mamá para que los viera. Sus padres
comentaban que cuando la niña fuera grande iría a una Escuela de Arte, así
podría desarrollar su vocación. La mamá observaba con atención los dibujos que
le mostraba su hija. En ellos veía el talento de Marta.
Cuando Marta ingresó en la
escuela primaria, los padres la anotaron en una Escuela de Arte. Al principio, la niña iba muy bien: le gustaba
el estudio y también la pintura. Pasaba horas dentro de su habitación, dedicada
a lo que más deseaba en la vida: ser una gran artista. Marta soñaba con exponer,
algún día, en una galería de arte.
Los padres comenzaron a notar que
la niña no respondía tan bien en la escuela, que se dedicaba con fervor a su arte
y descuidaba el estudio.
Decidieron retirarla de la
Escuela de Arte para que continuara con sus estudios primarios. Marta aceptó, aunque
se enojó con los padres. Al finalizar el colegio primario, les dijo que no quería
seguir con el secundario, sólo se dedicaría a su gran pasión.
Los padres empezaron a darse
cuenta de que había un cambio en la niña, ya no era la misma, le faltaba
alegría. Pero toda esa felicidad que no tenía la plasmaba muy bien en sus
dibujos. Colores fuertes, gran luminosidad en sus telas, pintaba hermosas
flores y frutas tan naturales como coloridas. Además de escucharla cantar
mientras pintaba, le hacía pensar a su mamá que Marta estaba bien.
Su madre en una ocasión entró al
dormitorio. Observó que Martita tenía una tela tapada, y le preguntó:
- ¿Por qué la tienes cubierta, no
la puedo ver?
-Es que aún no está terminada. Es una sorpresa, mamá.
Por las noches, mientras sus
padres dormían, Marta se dedicaba a esa obra tan misteriosa, de colores muy
tristes. Predominaba el negro y el gris. Representaba a un hombre joven caminando
por una calle. El hombre iba tomado de la mano de una mujer sin rostro. La niña no comprendía por qué esa pintura le
atraía tanto. Muchas veces, sentía como si
le consumiera las fuerzas, pero no podía dejar de pintarla. Era su gran pasión.
Marta, cada vez, salía menos de
la habitación. Su madre le llevaba el almuerzo, pero la joven apenas comía unos
pocos bocados. Los padres trataron de entusiasmarla con los preparativos de una
fiesta para cuando cumpliera dieciocho años, pero poca importancia le dio, aceptaba
lo que sus padres decidieran.
El día de su cumpleaños, su madre
se dio cuenta de que Marta no salió del dormitorio para desayunar. Entonces, golpeó
la puerta diciendo en voz alta:
- ¡Marta! ¡Marta!
Su hija no respondía.
La mujer entró a la habitación y no vio a Marta. Se
sobresaltó al ver la pintura descubierta. Observó dibujado a un hombre tomando
de la mano a una mujer joven y atractiva, vestida con un traje Chanel muy
elegante. Se acercó más a la pintura y se dio cuenta de que era su hija.
Leyó el título: “Un sueño en
París”. A un costado de la obra, un papel decía: “Adiós, mamá”.
Marta paseaba con su hija por la
avenida Campos Elíseos, recordando su pasado, y su llegada a París. Hacía quince
años que había dejado la casa familiar, en busca de su felicidad. Tuvo la
suerte de conocer personas que la ayudaron a exponer y vender sus obras de
arte.
Tomó la mano de Colette para cruzar la calle.
Cuando ingresó con su hija a la galería Lafayette, quedó atónita, sin poder
moverse: al lado de Pierre, su esposo, estaban sus padres. Marta sintió una
profunda emoción: los abrazó con toda su fuerza.
Que bueno!!!!
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