jueves, 20 de agosto de 2020

Liana Friedrich-Argentina/Agosto de 2020


EL LABERINTO DE LA JUSTICIA

-Dominique, ¡suerte que te encontré! ¿Querés venir conmigo?... Unos días de pesca nos podrían venir muy bien, lejos de la city y del mundanal ruido… Te ayudarán a relajarte, después de tanto trajín. Las palabras de mi amigo Ruiz, pronunciadas un viernes cualquiera, en un lugar cualquiera, señalaron el comienzo de un fin de semana distinto de todos los anteriores, porque nos marcaría para siempre. (Es cierto: hay momentos decisivos que pueden hacer variar definitivamente el rumbo de la historia…) Una tormenta de lluvia y viento se desencadenó repentinamente, vaciando el cielo con fuerza sobre las tiendas de campaña y arruinando nuestros víveres, inundándonos de pavor e incertidumbre en mitad del trayecto entre las tres fronteras que triangulan el alto Amazonas. Habíamos perdido el rumbo, en medio de la selva que tapiza el suelo irregular, a sólo doce kilómetros de distancia del refugio… (“La fe te salvará”… ¿acaso no puede mover montañas?) El entorno cálido y pegajoso, sombreado de helechos arborescentes, y sazonado con el embriagador olor de los cocos, nos seducía tentándonos a arrojarnos sobre ese suave cobertor de musgos, engarzado de mica, cuarzos y feldespatos. En medio de la pluviisilva tropical, donde las plantas luchan desesperadamente por acercarse a la luz, parecíamos dos buscadores de quimeras tras las huellas del caucho… Un monito burlón, con cara de calavera, se balaceaba sostenido de las ramas con su cola prensil, cuando repentinamente el paso se estrechó, por sobre el abismo de la cascada, en un rústico y medio derruido puente levadizo (¿…Sería aquél el paso del indio, que los aborígenes llaman “puente de los suspiros”, porque -según la leyenda- conducía a los condenados hacia su morada final?). Del otro lado, la cara pétrea del templo sobresalía sobre un promontorio de caliza blanca, reverberando al sol y desafiando al tiempo, desde las fauces eternamente abiertas de los dos estáticos jaguares que custodian su entrada, como guardianes de un pasado ignoto… ¿Una construcción tan imponente, perdida en el medio de la nada?... (Hay quienes sólo creen en lo que ven sus ojos. Pero… ¿dónde se encuentran los límites de lo real? O bien, ¿cuál será su autenticidad?). Sabemos que el llamado “oro de los tontos” –junto con otros minerales como el cobre- puede atraer, en condiciones de estática, la energía cósmica, produciendo chispas en el aire pesado e incluso llegando a conformar fenómenos tridimensionales… Bueno, pero por otra parte, podría ser que quinientos años atrás allí bullera la vida, invadiendo los rincones –libres de malezas, cuidadosamente aseados- de risas y cantos laboriosos… Pero ahora, esta imagen surgente, tan sorpresiva como una intrusión surrealista en una pintura del Renacimiento, constituía un signo más bien apocalíptico que mesiánico. -¡Shhh!… Alguien se acerca, chapoteando por el vertedero… me susurró Ruiz. -“El Señor es mi pastor. Nada nos faltará”, evoqué casi inconscientemente el texto bíblico, mientras sin dudarlo más, nos metíamos –o mejor dicho, nos zambullimos- dentro de la boca excavada en la roca. (No siempre el miedo es paralizante…A veces puede ayudarte a sobrevivir). El laberinto de oscuros pasadizos parecía atraparnos en un mundo de pesadilla, arrastrándonos hacia el recinto subterráneo, donde se hallan ocultas las celdas. En esos fosos aterradores no había ni luz ni aire: sólo humedad y un hálito enfermo de podredumbre. Huesos humanos, esparcidos por todas partes, hablaban a las claras de la despiadada intromisión de los profanadores, quienes despiertan con sus golpes del picos y palas irreverentes, el sueño eterno de los muertos, en busca de mitos y tesoros. (… ¡Es que irremediablemente se apoderarán de nuestro pasado, pieza por pieza, hasta hacer que desaparezca la historia?) La puerta de la cámara de torturas estaba disimulada en una pared de piedra, cubierta con bajorrelieves. Una leve presión hizo que los goznes –también de piedra- giraran sobre sí mismos con un chirrido agudo. (Quizás de ahí provendrían los gritos de agonía de los prisioneros interrogados por los inquisidores, hasta hacerles arrancar una confesión después de despellejarlos lentamente, o de punzarles los ojos…). Tal vez, era allí donde el Consejo de los elegidos por las familias más antiguas de la comarca, se reunía para tomar las decisiones, sin dar cuenta a nadie de sus juicios. Las bocas de las serpientes de piedra, ubicadas a cada lado del altar de los sacrificios, testimoniaban estas suposiciones, como a la espera de ser usadas nuevamente, a modo de buzones, para recibir las acusaciones destinadas a los herejes. -Hay una pequeña abertura en la pared, detrás de los escombros… A ver… El osario apareció sorpresivamente: una caja de piedra en cuyos laterales se hallaban tallados misteriosos jeroglíficos. (… ¿serán caracteres en lengua aymará?). En la semioscuridad no alcanzábamos a descifrarlos… Por fin, después de cientos de años, esos huesos –probablemente pertenecientes a alguna real investidura- verían la luz… Pero justamente, la débil luz de la lámpara de querosén osciló agitada por una repentina ráfaga, mientras a nuestras espaldas una asombra se agigantaba amenazante. Hay momentos decisivos que pueden cambiar el rumbo de la historia: dar un paso hacia delante o un salto hacia atrás (… como también hay instantes para repetir errores irreparables o para crear un mundo mejor.) Y este era uno de esos momentos: una oscura figura, de larga melena y barba blanca, como la de un santo, se aproximaba casi flotando sobre una nube de sueño, el sueño de los siglos. -¿Es esto posible? ¿Sería la maldición de la tumba real, materializada al liberarse la energía del osario?- traté de reflexionar, a pesar del estupor; en cambio, me dije, como para calmarme: -Mmmm… No creas en todo lo que veas… Podrías terminar atrapado por los lazos engañosos de la ilusión. -Salgamos de aquí de inmediato, entonces me gritó Ruiz, dirigiéndose hacia una especie de claraboya abierta en lo alto de la bóveda -por donde se colaban hiedras y raíces intrincadas- y trepándose, con rapidez felina, desde el altar del centro. Yo, por el contrario, no podía moverme: esos ojos extraños, fulgurando desde un rostro de expresión hierática, parecían atravesarme con su hipnótica mirada, clavándome inerme en el piso del recinto. -Considera esto como tu entierro, oh, invasor. No dejaré que el demonio infecte el mundo con su ejército de asesinos. Cinco siglos han pasado, pero aún el juego debe continuar: esta es una cacería a muerte, sus palabras sin labios parecían así penetrar mis pensamientos, como una daga. No sé cómo, pero finalmente logré amarrarme a la cuerda que mi amigo arrojó desde la abertura verde, por donde me colé, enredándome entre las lianas que destrozaban mis ropas hasta arañarme la piel. (… ¡Podremos salir de ésta, sanos y salvos?) Ya en la superficie rocosa, una bandada de papagayos se desbandó huyendo hacia las últimas ramas, que pugnaban por llegar a la luz (…como nosotros, por llegar a la libertad). A veces, la muerte parece obedecer a un plan caprichoso… Aún hay cosas que no comprendemos, asignaturas pendientes que no podemos resolver: es que transitamos una síntesis entre el destino y el libre albedrío… (¿Acaso todo no es fruto del azar o de un planificador macabro, que gobierna los delicados hilos de los que penden nuestras vidas?). Lo más extraño del caso es que nos encontrábamos nada menos que a 270 kilómetros de distancia del poblado más cercano. …¿Cómo habíamos llegado tan lejos en el espacio… y en el tiempo? Quizás nunca lo sabremos con certeza. Tampoco supimos responder coherentemente las preguntas que los socorristas nos hicieran cuando nos rescataron, casi al llegar a la confluencia del río IÇÁ. “Dios no juega a los dados con el universo.”, dijo Albert Einstein. (¿O tal vez sí?... Definitivamente, éste no es un mundo perfecto.)

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