La
leyenda de “Billetera mata Galán”
(Versión completa)
¡No dejes a
tus viejos!
Cuidado che, Chirusa;
el lujo es un demonio
que
trae perdición…
Chiruza, Tango (1932)
JuanDarienzo
/N.López
Promediaba la primera década del siglo XX
Se dice, como un dictámen, y con algo de razón, aquella
frase con pretensiones de sentencia filosófica: “Billetera mata Galán”. La
misma, se repite incansablemente una y otra vez, ignorando que se trata de una
versión incompleta, que es sólo una parte de la historia, denostando al amor de juventud,
a favor de una posición económica.
Comentan los más viejos, que el famoso
dicho tuvo su origen en la vida de un tal José Altamira, todo un personaje de
aquella época. Altamira, más conocido por el Langa, tenía una pinta de varón como no se recuerda otro. Trabajador,
carrero de profesión, cuidadoso con las pilchas, de grandes ojos pardos, con una
natural y espontanea sonrisa enigmática y un piropo puesto en el momento
oportuno... Con más virtudes que defectos: las de buen guitarrero y mejor cantor. Generoso con
las mujeres pero no estúpido. Ganador en más de cien serenatas, doctorado en
levantes y catedrático en zaguanes. El sueño de toda pebeta casadera,…y de las
otras.
Runrunes
y lenguas bien afiladas certificaban
que tenía un romance con Benvenutta Bellagamba, más conocida como la Benve,
una chiruza del conventillo de la calle del Recreo. Diecinueve años y con todos
los chiches. De faldas cortas y lengua larga aparecía como lo mejorcito de aquel arrabal de principios de
siglo XX. Hija de doña Paula y de don Antonio el verdulero, un tano bonachón que
en las fiestas familiares tocaba el acordeón, y bien “picado”, también se animaba
a bailar una tarantela o cantar una canzonetta.
La piba, un pimpollo de hermosos ojos negros,
sonrisa fácil y muchos “pajaritos” en la
“azotea”, soñaba con rajar al centro, ver sus elegantes vidrieras, las luces, esas calles transitadas por automóviles a nafta que sólo conocía en las
revistas. Había puesto su berretín, en pasearse en un descapotado, vestida lujosamente con zapatos plateados, sombrero francés
bien a la moda, joyas, una boquilla bien
larga y una cartera repleta de morlacos de todos los colores.
Chirusa,
es decir la Benve, perdidamente enamorada de El Langa, le juraba
que lo amaría por siempre, que jamás
habría otro hombre en su vida y otras promesas por el estilo, siempre selladas
con un cruce de dedos sobre sus labios y envueltas en el calor de apasionados besos. El Langa, con alguna experiencia en estos quehaceres amorosos,…ponía
en reserva sus dudas.
Ya hacía un tiempo que La Benve venía
discutiendo y discutiendo a los gritos con sus padres que, enterados del filito, no veían con buenos ojos a
ese “don Nadie” que manejaba un carro. Soñaban
con “algo distinto” para la nena, alguien
con más porvenir (de más porvenir para todos).
Como
remate de esas discordantes escenas familiares, y por esos días, un italiano cincuentón
-algo
tordillo el hombre-, de grandes bigotes,
panzón y abultada billetera, comenzó a visitarla con fines serios. El
“billetera” representaba para los padres de Chiruza, la viva imagen de la “realidad”,
y una salida segura de aquella piojera de la calle del Recreo. El hombre, con
sus ojos puestos en la joven, comenzó a pasar mas seguido por el Conventillo. Al
poco tiempo la pidió en matrimonio y obtuvo la venia de don Antonio.
El
ritmo de vida de los tanos cambió radicalmente con frecuentes salidas a cenar en los mejores restaurantes del centro, -de esos
que tenían en la entrada un fornido portero luciendo un uniforme parecido a un
general-. Adentro: tangos, boleros y champagne a rolete. Abundaron las salidas
a los teatros y a las funciones de gala
del Colón. Y para no desentonar, les compró ropa, zapatos, sombreros y otras maravillas,
que terminaron por encandilar
la frágil voluntad de la Benve….En poco tiempo, anunciaron la fecha del
casamiento, que se festejaría, como se estilaba y como se festejaron otros, en
el mismo conventillo de la calle del Recreo.
¡Tiraron la casa por la ventana… y hasta se
les ocurrió invitar a el Langa, a título de dejar bien claras las cosas!...A
José Altamira, esta actitud le produjo un fastidio difícil de imaginar y de disimular,
pero su vanidad le impedía reconocer que la extrañaba. En la rutina del atardecer, mientras
guardaba el carro, cansado, sentía que el despecho le mordía el alma. Extrañaba
los mates dulzones que le arrimaba la Benve a su regreso, el calor de
esos labios rojos, su mirada ansiosa... Ahora el desencanto lo traspasaba. Pero él era buen perdedor y un experimentado “tiempista”…
y sabía esperar el momento oportuno.
Esa noche…, la del casamiento, fue como
no podía ser de otra manera…El Langa respondió a la invitación, portando
un enorme ramo de exquisitas rosas rojas, que entregó personalmente a la novia en
el centro de la pista, repleta de invitados…El cruce de miradas entre ambos,
fue captado por la madre de la novia...La visión de una lágrima en el rostro de doña Paula, le suavizó
el rencor acumulado en esos días…, y comprendió que no podía odiar lo amado.
El convite, si bien fue pensado por los
tanos para humillarlo, no incluía que el
reto fuese aceptado, y mucho menos, que se atreviera a asistir con semejante presente.
Le habían
mojado la oreja,…y el desafío estaba cerrado.
Fue una fiesta, como no se recuerda otra, que
sentó precedentes por el derroche y la cantidad de invitados. Vino, cerveza, sidra,
naranjín, y “clericó” a discreción. Asado, achuras, masitas secas, tortas y
confites de todos los colores, abundaron
en las mesas durante toda la noche. Los tanos brindaron con champán y vivaron repetidas veces a los novios, con la única
finalidad de removerle la herida al Langa, que sufría estoicamente, enfrentando
la situación con su natural sonrisa
enigmática,…que les impedía a los tanos gozar a pleno de su triunfo.
Hechos los cumplidos del caso, y calculando que se le hacía tarde, el Langa,
decidió que ya era hora de irse. Tras
una breve despedida, recogió el fungi, prolijó el
lengue frente a un cacho de
espejo incrustado en la glicina del patio, y se encaminó al bailongo de la
Polaca, un andurrial del Camino de los
Paraísos.
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El
tiempo pasó…pero…Chiruza comprendió que no podía vivir sin el Langa, y tras varios
encuentros furtivos, entre reproches y besos mojados de lágrimas, comenzaron a verse a escondidas…Y el
Billetera, ignorando su triste destino,
seguía festejando junto
con su suegro, la “victoria”
sobre el Galán.
Y fueron felices…comieron perdices, y la alegría
copó todos los rincones de la casa del
Conventillo…Al año
siguiente la familia aumentó con el nacimiento de un hermoso niño de
grandes
ojos pardos y sonrisa enigmática…, que completó el cuadro familiar
perfecto.
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