jueves, 20 de agosto de 2020

Laureano Castaño-Argentina/Agosto de 2020


La leyenda de “Billetera mata Galán” 
                                                  (Versión completa)
                                                                                                    
¡No dejes a tus viejos!
Cuidado che, Chirusa;
el lujo es un demonio
que trae perdición…

                                                                                                                                             Chiruza, Tango  (1932)
                                                                                                                                             JuanDarienzo /N.López      

 Promediaba la primera década del siglo XX
                                                               
      Se dice,  como un dictámen, y con algo de razón, aquella frase con pretensiones de sentencia filosófica: “Billetera mata Galán”. La misma, se repite incansablemente una y otra vez, ignorando que se trata de una versión incompleta, que es sólo una  parte de la historia, denostando al amor de juventud, a favor de una posición económica.
    
     Comentan los más viejos, que el famoso dicho tuvo su origen en la vida de un tal José Altamira, todo un personaje de aquella época.  Altamira,  más conocido por el Langa, tenía una pinta de varón como no se recuerda otro. Trabajador, carrero de profesión, cuidadoso con las pilchas, de grandes ojos pardos, con una natural y espontanea sonrisa enigmática y un piropo puesto en el momento oportuno... Con más virtudes que defectos: las de  buen guitarrero y mejor cantor. Generoso con las mujeres pero no estúpido. Ganador en más de cien serenatas, doctorado en levantes y catedrático en zaguanes. El sueño de toda pebeta casadera,…y de las otras.
          
     Runrunes  y  lenguas bien afiladas certificaban que  tenía un romance con Benvenutta   Bellagamba, más conocida como la Benve, una chiruza del conventillo de la calle del Recreo. Diecinueve años y con todos los chiches. De faldas cortas y lengua larga aparecía como  lo mejorcito de aquel arrabal de principios de siglo XX. Hija de doña Paula y de don Antonio el verdulero, un tano bonachón que en las fiestas familiares tocaba el acordeón, y bien “picado”, también se animaba a bailar una tarantela o cantar una canzonetta.
    La piba, un pimpollo de hermosos ojos negros,  sonrisa fácil y muchos “pajaritos” en la “azotea”, soñaba con rajar al centro, ver sus  elegantes vidrieras, las luces,  esas calles transitadas por  automóviles a nafta que sólo conocía en las revistas. Había puesto su berretín, en pasearse en un descapotado, vestida  lujosamente con zapatos plateados, sombrero francés  bien a la moda, joyas, una boquilla bien larga y una cartera repleta de  morlacos de todos los colores.
       Chirusa, es decir la Benve, perdidamente enamorada de El Langa, le juraba que lo amaría por siempre,  que jamás habría otro hombre en su vida y otras promesas por el estilo, siempre selladas con un cruce de dedos sobre sus labios y envueltas en  el calor  de   apasionados besos. El Langa,  con alguna  experiencia en estos quehaceres amorosos,…ponía en reserva sus dudas.   
  
    Ya hacía un tiempo que La Benve venía discutiendo y discutiendo a los gritos con sus padres que, enterados del filito, no veían con buenos ojos a ese  “don Nadie” que manejaba un carro. Soñaban con “algo distinto” para la nena, alguien con más porvenir (de más porvenir para todos).
    Como remate de esas discordantes escenas familiares, y por esos días, un italiano cincuentón    -algo tordillo el hombre-, de  grandes bigotes, panzón y abultada billetera, comenzó a visitarla con fines serios. El “billetera” representaba para los padres de Chiruza, la viva imagen de la “realidad”, y una salida segura de aquella piojera de la calle del Recreo. El hombre, con sus ojos puestos en la joven, comenzó a pasar mas seguido por el Conventillo. Al poco tiempo la pidió en matrimonio y obtuvo la venia de don Antonio.
     El ritmo de vida de los tanos cambió radicalmente con frecuentes salidas a cenar  en los mejores restaurantes del centro, -de esos que tenían  en la entrada un fornido  portero luciendo un uniforme parecido a un general-. Adentro: tangos, boleros y champagne a rolete. Abundaron las salidas a los teatros y a las  funciones de gala del Colón. Y para no desentonar, les compró ropa, zapatos, sombreros y otras maravillas,  que terminaron  por  encandilar la frágil voluntad de la Benve….En poco tiempo, anunciaron la fecha del casamiento, que se festejaría, como se estilaba y como se festejaron otros, en el mismo conventillo de la calle del Recreo.
    ¡Tiraron la casa por la ventana… y hasta se les ocurrió invitar a el Langa, a título de dejar bien claras las cosas!...A José Altamira, esta actitud le produjo un fastidio difícil de imaginar y de disimular, pero su vanidad le impedía reconocer que la extrañaba.                    En la rutina del atardecer, mientras guardaba el carro, cansado, sentía que el despecho le mordía el alma. Extrañaba los mates dulzones que le arrimaba la Benve a su regreso, el calor de esos labios rojos, su mirada ansiosa...  Ahora el desencanto lo traspasaba. Pero  él era buen perdedor y un experimentado “tiempista”… y sabía  esperar el momento oportuno.

       Esa noche…, la del casamiento, fue como no podía ser de otra manera…El Langa respondió a la invitación, portando un enorme ramo de exquisitas rosas rojas, que entregó personalmente a la novia en el centro de la pista, repleta de invitados…El cruce de miradas entre ambos, fue captado por la madre de la novia...La visión de una  lágrima en el rostro de doña Paula, le suavizó el rencor acumulado en esos días…, y comprendió que no podía odiar lo amado.
    El convite, si bien fue pensado por los tanos para humillarlo, no incluía   que  el reto fuese aceptado,  y mucho menos, que  se atreviera a asistir con semejante presente.     Le  habían mojado la oreja,…y el desafío estaba cerrado.
     Fue una fiesta, como no se recuerda otra, que sentó precedentes por el derroche y la cantidad de invitados. Vino, cerveza, sidra, naranjín, y “clericó” a discreción. Asado, achuras, masitas secas, tortas y confites de todos los colores,  abundaron en las mesas durante toda la noche. Los tanos brindaron con champán y vivaron  repetidas veces a los novios, con la única finalidad de removerle la herida al Langa, que sufría estoicamente, enfrentando la  situación con su natural sonrisa enigmática,…que les impedía a los tanos gozar a pleno de su triunfo.
    Hechos los cumplidos del caso,  y calculando que se le hacía tarde, el Langa, decidió que ya era hora de  irse. Tras una breve despedida, recogió el fungi,  prolijó el lengue frente a un cacho de espejo incrustado en la glicina del patio, y se encaminó al bailongo de la Polaca,  un andurrial del Camino de los Paraísos.
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     El tiempo pasó…pero…Chiruza comprendió que no podía  vivir sin el Langa, y tras varios encuentros furtivos,  entre reproches  y besos mojados  de  lágrimas, comenzaron a verse a escondidas…Y el Billetera, ignorando su triste  destino, seguía festejando junto
con su suegro, la “victoria” sobre el Galán.

    Y fueron felices…comieron perdices, y la alegría copó todos  los rincones de la casa del
Conventillo…Al año siguiente la familia aumentó con el nacimiento de un hermoso niño de
grandes ojos pardos y sonrisa enigmática…, que completó el cuadro familiar perfecto.

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