El amor golpea la ventana
Sonó el teléfono mamá y papá salieron corriendo al hospital, algo grave había sucedido con el abuelo. Nos dijeron: pórtense bien y no le abran la puerta a nadie, y así fue nos quedamos solos. Éramos cuatro hermanos de doce, diez, yo de ocho, y otro de cuatro años. Obviamente el mayor quedo a cargo del batallón, era el capitán y dio la orden, entonces todos nos fuimos a dormir cuando un relámpago iluminó la casa de punta a punta que se llevó consigo la luz eléctrica en su huida, como era de esperar gritamos al unísono y de repente nos encontrábamos todos abrazados en la cama de nuestros progenitores para sentir, aunque sea su olorcito de protección entre las sábanas perfumadas. Las ventanas comenzaron a quejarse, se mecían haciendo un ruido infernal azotadas por el viento, tomando coraje el capitán decidió salir y cerrar las celosías, enfrentar la tormenta que bombardeaba las chapas de zinc con el granizo, ese momento fue interminable. Pensábamos en lo peor, nuestra sorpresa fue al verlo volver seco y con una sonrisa. Nos dijo estoy bien, el abuelo vino a ayudarme, me cubrió con su cuerpo mientras las pelotitas de granizo caían y parecía no dolerle. Me dijo ya no siento el dolor vine por amor y me dio el granizo para que lo cuidemos, incrédulos tomamos con nuestras manitos las pelotitas pero el calor de ambas hizo derretirlas rápido, el menor de mis hermanos se largó en llanto, se escapan no puedo juntarlas, eso me dijo el abuelo que iba a pasar, que por más que quieran quedarse entre nosotros no se podía, pero sí en otra forma y que el granizo se hacía agua para estar en familia con la lluvia y teníamos que dejarlo ir, en ese momento mojamos el piso con algo más que el deshielo nos acurrucamos muy fuerte más que otra veces entonces volvió la luz y con ella nuestros padres y se sumaron a un lecho masivo, esa fue la última vez que supimos del abuelo, él no volvió se transformó para seguir con nosotros desde otro lugar, de otra forma.
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