Sin muelle
Para calmar tu sed
no recurras a mí
no busques en mis ojos
una lágrima
lloro
sin lloro
esta oquedad de cuenca
sin luz
ceniza
es la fuente
ceniza
de un llanto
que resistió el exilio
atrás
atrás
atrás
polvo por el dolor de ayer
Qué gota
qué lágrima
caerá
sobre amarillo pétalo
pequeña y seca flor
Soy un puerto sin muelle
aférrate a la orilla
Camino Dorrego hacia la Avda. Maipú para tomar el 60 que me lleva hasta la Facultad. Despejo las telarañas intelectivas y como es temprano, aprovecho mi margen de tiempo para regalarme una paseada lenta, mirando el cielo a través de la copa de los árboles y disfrutando la brisa de esta primavera otoñal. Aspiro el aroma de los jazmines tempranamente florecidos y me arrobo con el cálido rosa de los lapachos. Me detiene la mirada triste de un cachorro, acurrucado a la vera de un zaguán, esperando la dudosa acogida de algún transeúnte condolido.
Sin darme cuenta, llego a la avenida. Veo aparecer el colectivo. Me pongo en fila y aguardo la subida de los pasajeros que me preceden. Ya casi no hay espacio, me apoyo en el estribo.
El chofer está impaciente (viene con atraso). ¡Un paso atrás, un paso atrás!, dejen sacar boletos. Sin mirar la puerta de ascenso, arranca. Mis manos buscan en vano donde sujetarse. Mis carpetas vuelan hacia la vereda. Dos brazos se estiran para sostenerme. Inútil esfuerzo.
Siento mi cuerpo desprenderse, caer. Un chirrido de frenos y el mundo enmudece.
Estoy en un túnel oscuro. Tengo miedo. Llamo a mi madre. Mi voz aborta en la garganta. Oigo murmullos indefinidos. Algo roza mi rostro, envuelve mi pelo. El terror me domina. Cientos de patas, electrizadas, caminan mis piernas, son púas que clavan mi carne. Percibo sonidos metálicos, sombras que deambulan. Quiero gritarles ¡aquí estoy!, ¡ayúdenme!
El cansancio me vence. Me entrego.
Levito, transito el vacío. Atravieso sombras.
Caigo.
Desde un espejo frontal, junto a mi cara, una voz me reclama ¡Lilia despierte! Un rayo de luz penetra mi conciencia. Abro los ojos, entreveo guardapolvos blancos. Miro arriba, a los lados. Veo aparatos. Mis ojos interrogan, temerosos. Una voz murmura, no tema, la dejaremos un rato en quirófano, en observación.
Estoy sentada en un banco de madera, en los jardines del Hospital Francés. Mi cabeza cubierta con un turbante blanco, mi brazo izquierdo enyesado del hombro a la muñeca. Mis hijos me acompañan. Hacen planes para cuando salga. El médico aconseja poca conversación. Los mando a tomar café. Quedo sola, disfruto con fuerza la brisa del atardecer. Recorro el contorno de esa nube rojiza que se cobija en el horizonte.
Viene la enfermera para llevarme a descansar.
Me pregunto si el cachorro habrá conseguido familia.
Miro el cielo.
Doy gracias por la vida.
3 comentarios:
LILIA:
que puedo decir de tu poesía que ya no te haya dicho personalmente,
"lloro/sin lloro/esta oquedad de cuencas/sin luz" entró por la mitad de mi cuerpo para adentrarse en mi centro vital y allí se quedó.
Esther
Lilia: muy buena poesía y narrativa. Siempre hay llantos que resisten un ayer de dolor y aparecen, reiteradamente ante el recuerdo. Un abrazo,
Ay Lilia que bueno!! tanto el poema ,como el cuento!!
Da mucho placer leerte Lilia
besoss Jóse
Publicar un comentario