miércoles, 21 de julio de 2010

Nina Pedrini-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2010


Hadas

Las hadas nos acompañan desde que una mamá o una abuela o, tal vez, una tía con onda y tiempo disponible, leyó el pequeño libro que narraba las desventuras de una niña de vida triste.
Desde el fondo de la historia, hombres y mujeres, nos hemos embelesado con sucesos del pasado colmados de misterios, intrigas y soluciones irracionales y convincentes a la vez.
En medio de maltratos, pobreza, orfandad, ocultamientos de la posición social y familiar de la sufrida heroína, aparecen damas bellísimas, ataviadas con largas y vaporosas túnicas, algunas con grandes alas. A menudo irradian luminosidad, lo que las hace etéreas e intocables. Estas apariciones traen la solución al padecer de la muchacha; pero, en todos los casos, la beneficiada, tiene límites. El encanto es perecedero: desaparece a cierta hora, algunas puertas no deben abrirse, hablar lo disuelve, cada condición impuesta por el hada es inapelable, aquí encontramos que son inflexibles.
Algunas versiones nos han llegado desde las tierras cántabras, en donde las criaturas fantásticas eran llamadas anjuanas, eran feas y con pechos abundantes; de todos modos tenían la capacidad de cambiar de apariencia cuando lo consideraban necesario.
La imaginación atribuye a las hadas proporciones humanas hasta que disminuyen su tamaño de la mano de escritores ingleses, entre los que se cuenta Shakespeare (Sueño de una noche de verano).
Se conocen leyendas sobre el origen de las hadas, en todas se trata de mujeres que fueron convertidas por haber cometido alguna infracción contra la Naturaleza.
Viven en contacto con ella y se cuenta que en la noche de San Juan (24 de junio), pueden ser desencantadas. En este caso, deben cuidarse de las brujas que, para la fecha, andan volando alrededor de las áridas montañas.
Las aguas cristalinas de lagos encantados son los refugios de esos seres maravillosos, también pueden habitar en cuevas, bosques, mares, hasta en el viento y en el fuego.
Las más conocidas son las que, mágicamente, encontramos en los libros de nuestra infancia. Con el correr del tiempo, nuestros hijos y nietos, los descubren y reinician el cuento de nunca acabar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hadas y brujas, nos atraparon de pequeños y nos siguen atrapando siempre en cuentos de niños y adultos también!!!!


Un lindo relato Nina

besos Jóse