martes, 20 de julio de 2010

Marta Susana Díaz-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2010


EL VIAJE DEL EMILIO

¿Qué puede ser más trágico que quedarse sin trabajo teniendo cuatro boquitas que alimentar?
Pero así fue… De un día para otro la fábrica cerró. Los dueños desaparecieron y ¡andá a cantarle a Gardel! se dijo el Emilio con los dientes apretados haciendo fuerza para no llorar…
Después de meditarlo mucho se dio cuenta que se tenía que ir del pueblo.
No tenía opciones. Con cincuenta años a cuestas, en su lugar de nacimiento no había mucho para elegir. Era una ciudad pequeña de Formosa  y abundaba gente joven en busca de trabajo…
Lo habló con su mujer. Pasaron muchas noches de largas conversaciones en voz muy baja para que los chicos no los oyeran desde la pieza de al lado.
Lo único que tenían era esa casita que habían heredado de sus suegros.
Decidieron ponerla en venta y con lo que les dieran viajar a Buenos Aires.
Enseguida apareció un interesado. Sabían que tenían apuro en vender. Por eso, no les dieron mucho… Pero para el viaje de los cinco y unos meses de alquiler en  Buenos Aires les iba a alcanzar.
 Su mujer guardó la mayor parte en la pechera dentro del corpiño, como era su costumbre cuando juntaba algún pesito, y él tuvo el acierto de poner en su media izquierda tres mil pesos como resguardo por si a la gorda le pasaba algo. Eso era lo suyo y lo iba a usar en lo que hiciera falta.
Dejaron los pocos muebles en la casa del almacenero, padrino de uno de sus chicos, y emprendieron el viaje una mañana de otoño.
Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando el ómnibus pasó por la plaza principal y tomó la ruta rumbo a la capital del país. Los recuerdos, los amigos, los olores de la niñez quedaban guardados en su lugar hasta que algún día pudieran regresar.
Pero las ansias de triunfar y la curiosidad por ver esa ciudad que solo conocía por los noticieros, lo hicieron entusiasmarse y olvidar la tristeza.
Todo va a salir bien, pensó.
El viaje desde Ibarreta se hizo interminable, pero al fin llegaron a la Terminal de Retiro.
¡No les alcanzaban los ojos para mirar lo que veían!
Juntaron los petates, que eran unos cuantos, y se acomodaron como pudieron en dos taxis que los llevaron hasta el hotel de unos conocidos que les habían recomendado en Ibarreta.
Ni bien llegaron, comenzó la decepción. Una piecita al final de la escalera, de paredes descascaradas, con una cama grande y dos de una plaza para los tres chicos, iluminada por una bombita de veinticinco que daba luz al mono-ambiente colgadita de un cable blanco lleno de moscas.
Salieron a dar una vuelta por el barrio. Tenían hambre. Notaron la ausencia de los vecinos tomando mate en la puerta y el olor a dama de noche perfumando las tardes. Entraron en una pizzería e hicieron, por una noche nada más, como que estaban de vacaciones. Se rieron mientras cenaban recordando anécdotas del pueblo y hasta se animaron a pedir un flan con crema para compartir entre los tres chicos.
Mañana será otro día, pensó el Emilio, mientras subían la escalerita empinada que los llevaba a la habitación del hotel cinco estrellados. Y los cinco se rieron con la ocurrencia del padre.
Al otro día, bien temprano, salió a la calle a buscar trabajo.
Tenía el dinero (tres mil pesos en la caja fuerte de su media izquierda)
¡Tres mil pesos y tantas postergaciones!
Un celular…un mini-componente para los chicos…
Un abrigo para su mujer, que hacía años andaba con el tapado marrón gastado, con los ojales desflecados de tanto abrochar y desabrochar, medio descolorido ya…
 Aspiró el aroma del café express que salía por las ventanas de un viejo bar y se animó a hacer un gasto.
Procurando que nadie lo viera se bajó la media izquierda y sacó un billete de cien.
           -    Un café con leche con cuatro medialunas. De grasa, por favor.
El mozo le sirvió el pedido. Mojó la medialuna en el café con leche. Escuchando con placer el crujir que hacía al morderla. Primero una punta. Después el centro. Después la otra punta. Entrecerrando los ojos para degustarla mejor. Un traguito de café con leche y venga la segunda se dijo.
Y así continuó hasta comerse las cuatro… ¡Cómo las disfrutó!
                -Con la barriga llena se piensa mejor, decía mi padre, casi murmuró entre dientes.
Se acomodó bien la media izquierda, no fuera que se asomara algún billete.
Salió del bar y se fue de shopping. ¡Sí, de shopping!
Se metió en uno de esos centros de compras  que abundan en estos tiempos y con los dineros de la media izquierda se compró el celular más moderno que encontró en exhibición.
En el negocio grande donde venden electrodomésticos, eligió un mini-componente para los chicos. Uno no muy grande para que entrara en la piecita de su nuevo hogar. Y dos discos compactos de chamamé para ir paliando la nostalgia. Y en la tienda del supermercado eligió la campera más linda para la gorda.
Se tomó el colectivo llevando dos bolsas grandes y el celular en el bolsillo. No tenía a nadie a quien llamar, pero se sentía importante.
¡Pensaba en la cara que pondrían sus hijos y su mujer cuando lo vieran llegar con los regalos!
Esta sería la mejor indemnización.
Y pensó que mañana saldría  otra vez el sol. Por el este. Como todos los días.

4 comentarios:

abel dijo...

Marta en este cuento , manifiesta la transparencia del ser .
No dejando de mostrarnos , que desde el dificil hecho de vivir , nacierón las filosofías más contrapuestas .
También nos descubre las oscuridades humanas.

Abel Espil

Anónimo dijo...

Marta: Tu historia es simple y descarnada, tomada de la cruda realidad, como a mi más me gusta. Si parece que estoy viendo a los personajes, especialmente al protagonista. ¡Cuánta rualidad y que bién contada! Felicitaciones y bienvenida a la revista. Marcos.

Cecilia Pesce dijo...

Marta: si tu pluma fuese un pincel, este cuento sería un cuadro de Berni de los tiempos que corren. Me encantó.
Cecilia Pesce

Liliana Sáez dijo...

Necesito contactarme con Marta. Por favor, si tienen cómo hacerle llegar mi mensaje, ¿le pueden avisar?