HISTORIA DEL PRESENTE
Puertas y ventanas , interiores y exteriores, estaban firmemente cerradas.
Esa mañana de octubre del cuarenta y cinco, las noticias obligaron a las moradoras de la casa, a tomar tales recaudos.
Un canario, un loro y un cardenal, cada uno en su respectiva jaula, sufrieron doble cautiverio: el del habitáculo alambrado y el de la cocina oscura.
Yo, entonces todavía tenía seis años, estaba en cama luego de una noche agitada por el asma que desvelaba a toda la familia.
La radio, sintonizada a bajo volumen. Es que se temía que las hordas avanzaran a sangre y fuego, invadieran la casa en la que cinco mujeres esperaban los acontecimientos y fueran víctimas de actos aterradores.
Tales eran las expresiones de la abuela y de una de mis tías que se caracterizaban por sus emociones incontroladas, acompañadas por la incontinencia verbal que les hacía perder la verdadera noción de los sucesos.
Mi madre, en silencio, se dedicaba a la preparación de la comida, única actividad que permitía la abuela.
A media mañana, comenzaron a desfilar por la calle, grupos de personas con rumbo a la estación del tren que los transportarán a Buenos Aires.
Gritaban, vivaban al Coronel, no llevaban palos, ni cuchillos, ni armas de fuego (al menos, a la vista).
La muchedumbre se hacía cada vez más compacta, golpeaban puertas y ventanas a la vez que voceaba vivas al mentado Coronel.
La nena menor de la casa, que no era la amiga de la Reina Batata, ya porque María Elena todavía no la había creado, ya porque estaba bastante crecidita y asistía a la Universidad; abrió la ventana que daba a la calle y preguntó qué era esa manifestación, de dónde venían, hacia dónde iban, quién era el Coronel.
La gente, hombres jóvenes, corpulentos, mujeres también jóvenes y de buen porte, vestía ropa de trabajo usada en los frigoríficos ubicados en las cercanías.
Respondían a gritos, la invitaban a sumarse a la marcha y continuaban avanzando hacia su destino.
La abuela dio por finalizados los diálogos, sacudiendo el brazo de mi tía menor y cerró la ventana con cierta vehemencia. Creo que en ese momento la “nena” dejó de serlo para, por fin, transformarse en una mujer más o menos responsable.
Ese día, nuestro país, comenzó a cambiar. El mundo había iniciado el cambio, el mes anterior, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial.
Durante diez y más años, continué con mis crisis de asma. Mis tías se casaron: una con un oficial de la Policía de la provincia de Buenos Aires, la menor, con el médico que atendía mi dolencia respiratoria.
La abuela continuó llorando su viudez, lo que no le impidió viajar a lugares emblemáticos del país, denostar al otrora Coronel que había ascendido a General, visitar amigas, parientes e iglesias y santuarios famosos.
Era feliz con mis padres y mi hermano que era menor que yo, jugaba al fútbol en la calle y cuando perdía Boca, nos peleábamos a trompadas.
En la escuela primaria fui muy buena alumna; pero un día, la Directora decidió que no debía ser abanderada porque no cantaba la marcha muy conocida por aquellos años y que alababa al General.
Hasta que la fiesta terminó y sucedieron gobiernos de facto, se prohibió nombrar al General, se fusiló gente, fueron derrocados cuatro presidentes constitucionales, hubo muertes violentas. Argentina ganó un Campeonato Mundial de Fútbol, una guerra impensada nos sorprendió, una derrota vergonzante nos dejó un sabor amargo y el retorno de la Democracia despertó nuestras esperanzas.
A veces, me parece que la Patria está atacada de asma, que no puede respirar normalmente. ¡Si hasta nos encerraron en un corralito!
Otra vez, el mundo y nuestro país, ha iniciado un nuevo cambio.
2 comentarios:
señora Nina. lo peor de todo es que insistimos en tomar frío para ocasionar otro ataque de asma.
Nina has hecho un recorrido sintético de estos años, que son más de 50, y si, es todo igual, sólo avanzó la tecnología. Creo.
Muy bueno tu relato
besosss jóse
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