José, el jardinero
Como nacido en aguas colosales, fuerte y con sus canciones que danzaban entre el jardín. Así era José , que sabía interpretar el abrir de las flores y el vestirse de invierno de los arbustos. A veces imaginaba que estaba en medio de una jungla de pétalos, otras inmerso en un mundo de fragancias. Siempre pensó que cuando vino a este mundo ya tenía sellada su pasión por la jardinería .
Apenas el pálido resplandor del amanecer lo pincelaba todo, José se aprestaba con sus herramientas y marchaba al jardín,que conocía hacía poco tiempo, es decir, desde cuando lo empleó Doña Laurina, única habitante del lugar.
En esa casona antigua, de estilo nórdico, el jardín lo rodeaba con un resplandor de colores y en una fuente de agua bebían todas las aves. Hasta en las noches , los grillos y las luciérnagas le daban una vida de cuento a ese lugar que tanto amaba José.
Cuando florecían las azucenas parecían colinas de azúcar.
Sin embargo había algo que preocupaba a José, es que allí en un pequeño cuadrado, ubicado cerca de la pérgola principal, nada podía crecer. Intentó muchas veces , remover la tierra, fertilizarla , colocar semillas seleccionadas, pero como un desierto ,nada brotaba .
Siguió entusiasmado colocando rosales en todo el jardín, quiso esperar un tiempo para insistir en esa parte que parecía muerta y sin fertilidad.
Pasó el tiempo y José antes de que llegue la primavera, puso todo su empeño en trasplantar margaritas en ese pequeño suelo, tan resistente y porfiado a sus intereses .
Al día siguiente las plantitas se mostraban moribundas, con un tono tal como si hubiesen sido envenenadas.
Le pareció un absurdo, ver todo un vergel bello alrededor de la casona, pero en ese cuadrado nada crecía, todo moría.
Tímidamente, al día siguiente, preguntó a Doña Laurina, pero ella esquivó la respuesta diciendo que no debía preocuparse por ese estrecho sector en el jardín. Pero esa noche llovió mucho , como hacía tiempo no sucedía y José se sorprendió aun más , cuando vio hundido el sector que tanto le preocupaba.
Fue entonces que comenzó a planear cómo llegar simuladamente, con su pala y comenzar a excavar. Pensaba en qué momento hacerlo. Se le mezclaban las ideas y los miedos corrían paralelos . El aire le pareció de cristal queriéndolo rodear y frenar a sus intentos.
Hubiera querido tener pies de rocíos y manos de silenciosas mariposas, para desplazarse sin ser visto. Dudaba una y otra vez, ¿lo haría por la mañana o quizás al atardecer? Sólo tenía la certeza, que sí actuaría, que hundiría la pala hasta saber por qué allí no crecían las flores, ni siquiera el césped. El corazón le saltaba como rana asustada.
Al atardecer del última día, de la primera semana de octubre, José comenzó a excavar bajo sus miedos invencibles,lentamente y con cuidado fue retirando la tierra, esa que estaba muerta, que nunca dio vida a una planta , ni a una flor , ni al césped. Cuando ya había hundido su pala casi un metro , tropieza con una caja de metal , fría y herrumbrada .
Juntó fuerza para abrirla, el rojo del atardecer entraba apenas y como un mezquino cono en el pozo. La abrió. En el fondo de la caja ,había un rollo de papel.
Lo extendió, las letras de trazos inseguros contenían las maldiciones de los esclavos que habían vivido 150 años atrás en ese lugar. Habían marcado con carbón cada una de las humillaciones vividas. La maldición de los esclavos habían dejado inerte a la tierra donde sepultaron sus denuncias. El suelo muerto, inerte, incapaz de ser sembrado o cultivado era expresión de la vida vivida por los esclavos, una vida nunca vivida en libertad, siempre vivida encadenada.
Apenas el pálido resplandor del amanecer lo pincelaba todo, José se aprestaba con sus herramientas y marchaba al jardín,que conocía hacía poco tiempo, es decir, desde cuando lo empleó Doña Laurina, única habitante del lugar.
En esa casona antigua, de estilo nórdico, el jardín lo rodeaba con un resplandor de colores y en una fuente de agua bebían todas las aves. Hasta en las noches , los grillos y las luciérnagas le daban una vida de cuento a ese lugar que tanto amaba José.
Cuando florecían las azucenas parecían colinas de azúcar.
Sin embargo había algo que preocupaba a José, es que allí en un pequeño cuadrado, ubicado cerca de la pérgola principal, nada podía crecer. Intentó muchas veces , remover la tierra, fertilizarla , colocar semillas seleccionadas, pero como un desierto ,nada brotaba .
Siguió entusiasmado colocando rosales en todo el jardín, quiso esperar un tiempo para insistir en esa parte que parecía muerta y sin fertilidad.
Pasó el tiempo y José antes de que llegue la primavera, puso todo su empeño en trasplantar margaritas en ese pequeño suelo, tan resistente y porfiado a sus intereses .
Al día siguiente las plantitas se mostraban moribundas, con un tono tal como si hubiesen sido envenenadas.
Le pareció un absurdo, ver todo un vergel bello alrededor de la casona, pero en ese cuadrado nada crecía, todo moría.
Tímidamente, al día siguiente, preguntó a Doña Laurina, pero ella esquivó la respuesta diciendo que no debía preocuparse por ese estrecho sector en el jardín. Pero esa noche llovió mucho , como hacía tiempo no sucedía y José se sorprendió aun más , cuando vio hundido el sector que tanto le preocupaba.
Fue entonces que comenzó a planear cómo llegar simuladamente, con su pala y comenzar a excavar. Pensaba en qué momento hacerlo. Se le mezclaban las ideas y los miedos corrían paralelos . El aire le pareció de cristal queriéndolo rodear y frenar a sus intentos.
Hubiera querido tener pies de rocíos y manos de silenciosas mariposas, para desplazarse sin ser visto. Dudaba una y otra vez, ¿lo haría por la mañana o quizás al atardecer? Sólo tenía la certeza, que sí actuaría, que hundiría la pala hasta saber por qué allí no crecían las flores, ni siquiera el césped. El corazón le saltaba como rana asustada.
Al atardecer del última día, de la primera semana de octubre, José comenzó a excavar bajo sus miedos invencibles,lentamente y con cuidado fue retirando la tierra, esa que estaba muerta, que nunca dio vida a una planta , ni a una flor , ni al césped. Cuando ya había hundido su pala casi un metro , tropieza con una caja de metal , fría y herrumbrada .
Juntó fuerza para abrirla, el rojo del atardecer entraba apenas y como un mezquino cono en el pozo. La abrió. En el fondo de la caja ,había un rollo de papel.
Lo extendió, las letras de trazos inseguros contenían las maldiciones de los esclavos que habían vivido 150 años atrás en ese lugar. Habían marcado con carbón cada una de las humillaciones vividas. La maldición de los esclavos habían dejado inerte a la tierra donde sepultaron sus denuncias. El suelo muerto, inerte, incapaz de ser sembrado o cultivado era expresión de la vida vivida por los esclavos, una vida nunca vivida en libertad, siempre vivida encadenada.
Morir de pie
Qué mañana triste, cuando lo vi
estaba muriendo de pie ,mi mandarino .
Su ornamental copa no lucía
como genio alejandrino .
Mueren de pie , no todos los árboles
pero mi mandarino así quiso
cuando el invierno sin aviso
preparaba sus últimos frutos de charoles.
Bebí su oro líquido, sin saber
que era el último elixir del acaecer
de este año , que de pie decidió morir,
sin expresar su abatir .
Prefirió el silencio y así sin despedirse
mi mandarino murió de pie.
Lloran el sauce, el ceibo y el palo borracho , su partida...
1 comentario:
Stella Maris: "el jardinero", curioso, logró desentrañar el por qué, de tanta infertilidad. Cuánta fuerza la de esos esclavos doloridos!!! , Un saludo,
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