LA CALLE LARGA
El
hombre pedaleaba la bicicleta al ritmo de sus años, que a simple vista eran
bastantes. Era domingo y todo el pueblo compartía en sus casas. En Calle Larga,
la principal avenida, ni perros ni gatos rompían la quietud de la siesta, sólo se
advertía el ciclista que iba de visita a casa de uno de sus hijos. Apareció de
pronto un vehículo. El hombre no pudo sustraerse de observarlo con atención y
detener la marcha. Era un Mercedes plateado, último modelo, en el interior iban
un hombre mayor y a su lado una dama elegante.
-Voy
al fundo en Lo Quiroga, por favor dígame ¿Estoy en la dirección correcta?-
El
timbre de voz le pareció conocido. Fijo su vista -¡Dios! Si es Edgard Spencer,
aquel chico, bueno para nada, que llegó a la empresa a despachar
correspondencia igual que yo. Y la dama debe ser la hija del patrón. Y pensar
que esa misma damita se me ofreció en bandeja en su baile de 18 años, pero
estaba enamorado de Emilia, que luego fue mi mujer. Edgard y yo íbamos a
reforzar el servicio de mozos.
-Si
señor, siga este camino, el fundo está a cinco kilómetros.-
-Muchas
gracias.-
En
su fuero interno el hombre de la bicicleta se sintió contento de ese
agradecimiento esperado por muchos años.
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