Miro en
derredor
y distingo
luces
contra el horizonte:
son como puntos lejanos,
barcos, hogares o máquinas,
parpadeos del desierto.
Abro aún más mis pupilas…
algo tiembla en la penumbra,
una forma familiar,
un recuerdo el alma entibia.
Allá,
en la semioscuridad
entre las malezas
un vestido blanco,
una rubia cabellera
se agitan.
Es que a estas horas
las cosas
son un poco menos ciertas,
engañosas apariencias
que a la verdad exacta
le prestan su vestimenta.
Por sobre el campo
tu forma
viene sin miedo hacia mí.
Te acercas y son mis labios
los que te quieren decir:
“¡Ven,
rodéame con tu
luz
de campo de luna llena,
que estoy perdido hace tiempo
y el viento dentro del pecho
es un monstruo enloquecido
que en el corazón golpea.
Ven, mujer, refúgiate
entre mis brazos
sujeta mi adiós
en tu lengua
y que en un instante eterno
la noche se haga de día
sobre la alfombra del campo
y bajo el manto del cielo!”.
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