DESALOJO
II
Estaba seguro que la orden iba a llegar en
cualquier momento. ¿Y qué podía hacer? Se encontraban acuartelados desde la
víspera. Si bién la radio y la televisión no informaban nada, se lo había escuchado a un superior.
—Esos zurdos están infiltrados entre la gente
de la villa— dijo el subcomisario.
— ¡Negros de mierda! —Escupió un oficial— ¡ya
me tienen cansado!; ¡hay que darles duro!; ¡habría que matarlos a todos!
—Tenemos el apoyo del cuartel de La Tablada,
pero no van a intervenir a menos que sea imprescindible. Además vienen con
nosotros ocho topadoras y diez camiones de la municipalidad.
—Pero esos son mas problemas que ayuda, son
civiles— intervino otro oficial.
—Dígale a la tropa que esté atenta hasta nueva
orden, que llegará en cualquier momento— cerró el diálogo el oficial superior.
¡Maldita la hora! ¡Maldita idea! La
desesperación lo había llevado a entrar en la policía. Tenía dos hijos que
mantener y su mujer no podía trabajar hasta que el mas chiquito dejara de ser
un bebé.
A ella también le había parecido una buena
idea. En el centro de reclutamiento de la calle Uspallata llenó las planillas.
Donde tenía que poner la dirección mintió. Si escribía la verdad: Avenida del
Trabajo 6300, manzana 10, casa 25, seguro que no entraba. Anotó la dirección
del compadre Alberto: Lacarra 192.
Cuando lo aceptaron tomó sus precauciones.
Nunca andaba de uniforme por el barrio. Se cambiaba en la estación de servicio
de Avenida del Trabajo y Murgiondo. Trataba
que ningún conocido lo viera. En la villa nadie sabía su ocupación.
—En una empresa de limpieza— Decía Horacio
cuando alguien preguntaba sobre su trabajo— Nos pagan muy bién.
Así pasó su primer año en la Federal.
—Cuando cobre el aguinaldo de julio nos
mudamos. Tengo vista una casita en Villa Bosch, chiquita, pero muy cómoda— Le
decía a Olga, su mujer— Tiene dos piecitas, una para las camas de los pibes.
El aguinaldo se gastó en la enfermedad del más
chiquito. Había que alquilar el nebulizador,
comprar la cámara aireadora y los antibióticos. La mudanza tuvo que
esperar.
Desde la semana anterior en el barrio corría
la noticia de que el gobierno militar planeaba desocupar los terrenos. La
intención era desguazar la Villa,
“desaparecerla”.
Horacio tenía la certeza, se había filtrado la
directiva en el comando, pero no podía decir nada.
En el edificio en ruinas que hacía de centro
vecinal se reunieron los delegados y decidieron tomar medidas preventivas.
Discutieron las posibilidades y
prepararon los dispositivos para resistir el eventual desalojo.
Llamaron a asamblea. Horacio estuvo presente.
—Se que el desalojo es un hecho— comentó
— ¿Y vos como sabés?— le preguntó Coria,
cabecilla principal del barrio.
—Lo se de buena fuente, de un bicho gordo.
—Pero ¿Cómo?
—Se supo en la empresa donde trabajo,
indirectamente, pero les juro que es “posta”.
—Y hay que movilizar a la gente. Tiene que ir
toda la villa— dijo el representante de la manzana catorce.
—O mejor, cortemos Avenida del trabajo, en la
esquina De la Torre y armemos un tremendo despelote— propuso otro colaborador.
Desde el fondo del galpón, una mujer se
ofreció en nombre de las madres del barrio para pararse firmes delante de sus
casas y no moverse hasta que las topadoras se pegaran media vuelta o les
pasaran por encima.
El clima se calentaba. Las propuestas eran
cada vez más radicales. Los delegados tuvieron que moderar los ánimos y dar
forma a un plan de lucha coherente. Debían tener en cuenta que muchos
compañeros habían desaparecido y que la cana hacía racias donde rompían las
paredes de las prefabricadas, apaleaban a las mujeres, amenazaban a los pibes y
se llevaban a los vecinos en plena madrugada.
Horacio no dijo más nada. Escuchó las
propuestas. Pensó en lo valiosa que
podía ser esa información para sus
superiores, sin embargo él no era
buchón.
Ahora, acuartelado, sin posibilidad de ver a
su mujer y a los pibes, esperaba la catástrofe o el milagro de que nunca
llegara esa directiva que tanto temía.
Sin embargo, a las cuatro de la mañana la
orden llegó. Subieron a los camiones de a ocho, armados hasta los dientes y
entraron por Avenida del Trabajo, desde General Paz. Detrás de los vehículos policiales,
los camiones de la municipalidad andaban
lentos en fila india para no romper la culebra que reptaba por la avenida y
cuya cola estaba integrada por las grandes topadoras con sus cuchillas
amenazantes en alto.
Finalmente, al bajar el empedrado, preparados para
actuar, se encontraron con un ejército de mujeres formando un muro humano de
contención, acompañadas de chicos de todas las edades y con una firme
determinación de resistencia hasta la muerte. Desde la retaguardia, surgiendo
por el lado de la vía muerta, los
hombres gritaban agitando pancartas hostiles. Habían cortado la calle que a
aquellas horas estaba casi desierta.
Ningún noticiero apareció por el lugar. Se
supo que el mandato venía directamente
del círculo del Brigadier Cacciatore.
Un supuesto juez dio la orden de ataque al
comisario a cargo, y los policías armados de largos garrotes y escudos
avanzaron sobre el barrio. Corrieron los líquidos hidrantes y brotaron los
gases.Y ocurrió lo peor: Justo al pelotón de Horacio se le enfrentó un grupo de
mujeres rodeadas por sus hijos. Eran todas las vecinas de su manzana incluida
su propia esposa. La vio amamantando al
bebé que tenía en brazos y con el otro crío aferrado a sus faldas. La
vio y quedó paralizado. La vio y sintió los empellones de la avanzada del resto
del pelotón. Rodó por el suelo y, a punto de desmayarse, no pudo detener a un
compañero enarbolando el bastón antimotines.
3 comentarios:
El escritor Marcos Polero, desarrolla un relato atrapante y comprometido. Es un hombre joven, que lleva en sus alforjas la esperanza de que al gritar, se reforme lo nefasto de los hechos totalitarios.
Recomiendo hoy más que nunca su lectura porque es el ajemplo claro y preciso, no solo de lo que estamos viviendo sino que también padeciendo. A sus lectores les aconsejo que no olviden su nombre y apellido, y es uno de esos escritores que en determinados momentos estallan, acompañados al devenir de los hechos, y nosotros, sus humildes lectores, aprendemos a comprender lo que está sufriendo nuestro pueblo. Abel Espil.
A pesar de que estamos soportando continuamente estas situaciones, el relato me impresiono mucho por manifestar sobre las cosas lamentablemente cotidianas.
Te admiro por saber transmitir.
Rita Buks
Documentalista, relator veraz de los hechos que no figuran en las noticias, luchador a su manera, con
historias verídicas y atrapantes como si hubieran sido vividas desde el corazón de las mismas. Yo lo veo como aquel que reemplaza a los que no tienen voz."Si se calla el cantor, calla la vida..." y además !qué bien escribe!
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