jueves, 22 de enero de 2015

Ita Espinoza Mandujano-Chile/Enero de 2015

ANGEL DE COMPAÑÍA


Esa noche Amelia, por primera vez se sintió sola, abandonada, triste. Toda la familia, sus padres y hermanos mayores, asistirían a una cena a la que ella no podría acompañarlos-La invitación era solamente para los grandes- era lo que había dicho la mamá. Los vio alejarse por la ventana, mientras sentía en la cocina ruidos de ollas, provocados por los ajetreos de Rita, la nueva nana. Cuando se perdieron de vista, la pequeña se dirigió a buscar refugio en su cama, como una forma de olvidar el abandono que ella suponía.  Encendió la lamparilla del velador y sin quererlo posó sus ojos en el papel beige con ramos de violetas que cubría, desde siempre, los muros de la pieza. Y por primera vez se fijó en aquellas flores que siempre habían estado allí, sólo que recién las miraba en detalle. Así estuvo largo rato observándolas.
Luego, ya acostada y a pesar de la agradable sensación de cobijarse entre sábanas limpias y el guatero entibiando sus pies, el sueño, como sombra presurosa, se había escapado de Amelia. Prefirió cerrar los ojos y rezó todas las oraciones que la mamá la hacía repetir por las noches. No pudiendo evitar captar con miedo, cada ruido que llegaba a sus oídos. Entonces recordó que su madre le había dicho que Dios atendía los ruegos de los niños. En esta ocasión que resintió la angustia de sentirse sola y de ser presa del miedo, la pequeña Amelia pidió al Padre le enviara un ángel de compañía que la confortara, haciéndole saber, de alguna forma, que se encontraba a su lado. Mientras seguía orando comenzó a percibir un agradable aroma de flores, algo así, como si todos los ramos de violetas, del papel con el que estaba forrada su pieza, se volcaran en su olfato. No le cupo la menor duda que el Angelito había acudido a la cita, impregnando el ambiente con aquel aroma.  
 


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