ANGEL
DE COMPAÑÍA
Esa
noche Amelia, por primera vez se sintió sola, abandonada, triste. Toda la
familia, sus padres y hermanos mayores, asistirían a una cena a la que ella no
podría acompañarlos-La invitación era solamente para los grandes- era lo que
había dicho la mamá. Los vio alejarse por la ventana, mientras sentía en la
cocina ruidos de ollas, provocados por los ajetreos de Rita, la nueva nana.
Cuando se perdieron de vista, la pequeña se dirigió a buscar refugio en su
cama, como una forma de olvidar el abandono que ella suponía. Encendió la lamparilla del velador y sin
quererlo posó sus ojos en el papel beige con ramos de violetas que cubría,
desde siempre, los muros de la pieza. Y por primera vez se fijó en aquellas
flores que siempre habían estado allí, sólo que recién las miraba en detalle.
Así estuvo largo rato observándolas.
Luego,
ya acostada y a pesar de la agradable sensación de cobijarse entre sábanas
limpias y el guatero entibiando sus pies, el sueño, como sombra presurosa, se había
escapado de Amelia. Prefirió cerrar los ojos y rezó todas las oraciones que la
mamá la hacía repetir por las noches. No pudiendo evitar captar con miedo, cada
ruido que llegaba a sus oídos. Entonces recordó que su madre le había dicho que
Dios atendía los ruegos de los niños. En esta ocasión que resintió la angustia
de sentirse sola y de ser presa del miedo, la pequeña Amelia pidió al Padre le
enviara un ángel de compañía que la confortara, haciéndole saber, de alguna
forma, que se encontraba a su lado. Mientras seguía orando comenzó a percibir
un agradable aroma de flores, algo así, como si todos los ramos de violetas,
del papel con el que estaba forrada su pieza, se volcaran en su olfato. No le
cupo la menor duda que el Angelito había acudido a la cita, impregnando el
ambiente con aquel aroma.
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