Patrick Modiano junto al secretario permanente de la Academia Sueca,
Peter Englund.
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Patrick Modiano,
un niño de la Guerra
El siete de
diciembre del año pasado a las 17:30, como de costumbre, el Premio Nobel de
Literatura, Patrick Modiano, dio un contundente discurso en el salón de la Bolsa de la Academia Sueca.
Llegué al lugar unos 30 minutos antes de la hora indicada, y no cabía un
alfiler en la sala. La televisión sueca estaba lista para transmitir la
ceremonia. Periodistas y fotógrafos, de todo el mundo, también esperaban con
ansias al laureado. Se escuchaban voces, y algunos asistentes aprovechaban para
sacar fotos al hermoso salón dorado con estatuas blancas y arañas de cristal que cuelgan desde un techo
alto. De pronto se abrió una puerta lateral y el galardonado junto al
secretario permanente de la
Academia Sueca, Peter Englund, salieron a la sala. Los
aplausos empezaron uno detrás de otro. Luego reinó un silencio absoluto en el
recinto. Englund dio la bienvenida al laureado y dijo: “El olvido es un
fenómeno complejo en la memoria. Necesitamos olvidar para inundar algunas cosas
en la vida con lo cotidiano. Modiano describe en una de sus novelas una ventana
iluminada que da la impresión de estar situada en otra vida, o que alguien está
esperando un diálogo”.
Modiano, que
según la gente que lo conoce es
extremadamente tímido, se dirigió hacia la tarima desde donde pronunció su
disertación, en francés, frente a los miembros de la Academia. Empezó
diciendo: “Quiero decirles que estoy muy contento de estar con ustedes. Estoy
conmovido porque me han otorgado el Premio Nobel de Literatura. Es la primera
vez que hablo ante un público tan numeroso, y estoy temblando un poco. Quizá
uno piensa que esta tarea es fácil para un novelista como yo. Pero si se
utiliza estrictamente la distinción entre la palabra escrita y la palabra oral,
entonces podemos decir que un novelista tiene más talento para la palabra escrita... ”. El público seguía el
discurso leyendo el compendio que habían repartido al principio. Modiano habló,
entre otras cosas, de su niñez, de la importancia de la historia y de París
cuando fue ocupado por los nazis. Y afirmó: “en aquellos tiempos París era una
ciudad desierta, sin mucha gente ni autos por las calles. No había libertad.
Uno corría el riesgo de ser denunciado por su vecino, por hablar cosas
indebidas. A menudo se practicaba las razias policiales de los nazis. Por
ejemplo cuando uno iba saliendo de la estación del Metro. En ese París ocupado
y tenebroso, surgían relaciones amorosas temporales y las parejas no estaban
seguras de volver a verse”. Es precisamente ese ambiente abrumador, de aquella
temporada, que le ha perseguido para
plasmarlo en algunos de sus libros.
Se considera “un
niño de la guerra”, porque como muchos otros niños, de esa época, nació de uno
de esos romances. El novelista francés también habló de los misterios de la
vida, de lo cotidiano y de esa luz que cada ser humano lleva en su universo
interior. Considera que no se debe utilizar la fantasía para distorsionar la
realidad. Dijo que escribir una novela es como manejar un coche en la oscuridad
del invierno. El camino es resbaloso, la visibilidad es inexistente. Y el que
escribe no tiene otra alternativa que seguir adelante. La neblina desaparece,
poco a poco, y el camino se hace visible. Para Modiano, la neblina se convierte
en iluminación que se refleja en sus libros, y el camino despejado lo condujo a
buen puerto. Este autor de novelas como Dora Bruder, El lugar de la estrella,
Un pedigrí, Villa triste; solo para citar algunas de sus obras, hablaba
levantando la vista hacia el público de rato en rato. Se refirió a las cosas
que le impresionaron cuando era niño y caminaba solo por las calles de París. O
cuando dormía en la casa de sus amigos o familiares sin saber el por
qué. Y añadió: “A un niño nada le sorprende, y las situaciones bizarras muchas
veces le parecen normales”. En este contexto hizo alusión al famoso director y
productor de cine, Alfred Hitchcock, diciendo que cuando tenía 5 años, su padre
le había mandado a la casa de su amigo, un policía, para que le entregase una
carta. Apenas le entregó la misiva, el policía lo encerró en un cuarto durante
muchas horas. El niño llorando, tremendamente asustado esperaba, hora tras
hora, para que lo deje en libertad. Y cuando lo liberó le dijo: “Ahora sabes lo
que te espera si te portas mal en la vida”. Luego siguió su discurso, con voz
firme, y recalcó que este incidente, probablemente, es el motor para que exista
la psicosis y la tensión en sus películas. Todas las palabras, bien
equilibradas, que salían de la boca del premiado; hipnotizaron al cuantioso
público que se introdujo en los andares de Modiano. Es decir, en esa vida de un
hombre que supo convertir sus vivencias, las relaciones familiares y entornos
asfixiantes en un mosaico de palabras. En un momento determinado dijo: “No
quiero aburrirles con mi propia historia, pero estoy seguro de que algunos
episodios de mi vida, han funcionado como matrices para mis libros”. Después de
pronunciar estas palabras, Modiano se olvidó decir “gracias” para poner fin a
su discurso. Y todo el mundo permaneció callado, durante medio minuto,
mirándose unos a otros. Finalmente, Peter Englund, secretario de la Academia Sueca, se
acercó a la tarima; le dio la mano con una sonrisa como señal de
agradecimiento. Y nuevamente los aplausos rompieron el silencio de la sala.
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