lunes, 23 de febrero de 2015

Javier Claure-Suecia/Febrero de 2015

Patrick Modiano junto al secretario permanente de la Academia Sueca, Peter Englund.


Patrick Modiano, un niño de la Guerra     
                                                            
                                                                                                      
                                                          

El siete de diciembre del año pasado a las 17:30, como de costumbre, el Premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano, dio un contundente discurso en el salón de la Bolsa de la Academia Sueca. Llegué al lugar unos 30 minutos antes de la hora indicada, y no cabía un alfiler en la sala. La televisión sueca estaba lista para transmitir la ceremonia. Periodistas y fotógrafos, de todo el mundo, también esperaban con ansias al laureado. Se escuchaban voces, y algunos asistentes aprovechaban para sacar fotos al hermoso salón dorado con estatuas blancas y  arañas de cristal que cuelgan desde un techo alto. De pronto se abrió una puerta lateral y el galardonado junto al secretario permanente de la Academia Sueca, Peter Englund, salieron a la sala. Los aplausos empezaron uno detrás de otro. Luego reinó un silencio absoluto en el recinto. Englund dio la bienvenida al laureado y dijo: “El olvido es un fenómeno complejo en la memoria. Necesitamos olvidar para inundar algunas cosas en la vida con lo cotidiano. Modiano describe en una de sus novelas una ventana iluminada que da la impresión de estar situada en otra vida, o que alguien está esperando un diálogo”.

Modiano, que según  la gente que lo conoce es extremadamente tímido, se dirigió hacia la tarima desde donde pronunció su disertación, en francés, frente a los miembros de la Academia. Empezó diciendo: “Quiero decirles que estoy muy contento de estar con ustedes. Estoy conmovido porque me han otorgado el Premio Nobel de Literatura. Es la primera vez que hablo ante un público tan numeroso, y estoy temblando un poco. Quizá uno piensa que esta tarea es fácil para un novelista como yo. Pero si se utiliza estrictamente la distinción entre la palabra escrita y la palabra oral, entonces podemos decir que un novelista tiene más talento para  la palabra escrita... ”. El público seguía el discurso leyendo el compendio que habían repartido al principio. Modiano habló, entre otras cosas, de su niñez, de la importancia de la historia y de París cuando fue ocupado por los nazis. Y afirmó: “en aquellos tiempos París era una ciudad desierta, sin mucha gente ni autos por las calles. No había libertad. Uno corría el riesgo de ser denunciado por su vecino, por hablar cosas indebidas. A menudo se practicaba las razias policiales de los nazis. Por ejemplo cuando uno iba saliendo de la estación del Metro. En ese París ocupado y tenebroso, surgían relaciones amorosas temporales y las parejas no estaban seguras de volver a verse”. Es precisamente ese ambiente abrumador, de aquella temporada, que le ha perseguido para  plasmarlo en algunos de sus libros.

Se considera “un niño de la guerra”, porque como muchos otros niños, de esa época, nació de uno de esos romances. El novelista francés también habló de los misterios de la vida, de lo cotidiano y de esa luz que cada ser humano lleva en su universo interior. Considera que no se debe utilizar la fantasía para distorsionar la realidad. Dijo que escribir una novela es como manejar un coche en la oscuridad del invierno. El camino es resbaloso, la visibilidad es inexistente. Y el que escribe no tiene otra alternativa que seguir adelante. La neblina desaparece, poco a poco, y el camino se hace visible. Para Modiano, la neblina se convierte en iluminación que se refleja en sus libros, y el camino despejado lo condujo a buen puerto. Este autor de novelas como Dora Bruder, El lugar de la estrella, Un pedigrí, Villa triste; solo para citar algunas de sus obras, hablaba levantando la vista hacia el público de rato en rato. Se refirió a las cosas que le impresionaron cuando era niño y caminaba solo por las calles de París. O cuando dormía en la casa de sus amigos o familiares sin saber el por qué. Y añadió: “A un niño nada le sorprende, y las situaciones bizarras muchas veces le parecen normales”. En este contexto hizo alusión al famoso director y productor de cine, Alfred Hitchcock, diciendo que cuando tenía 5 años, su padre le había mandado a la casa de su amigo, un policía, para que le entregase una carta. Apenas le entregó la misiva, el policía lo encerró en un cuarto durante muchas horas. El niño llorando, tremendamente asustado esperaba, hora tras hora, para que lo deje en libertad. Y cuando lo liberó le dijo: “Ahora sabes lo que te espera si te portas mal en la vida”. Luego siguió su discurso, con voz firme, y recalcó que este incidente, probablemente, es el motor para que exista la psicosis y la tensión en sus películas. Todas las palabras, bien equilibradas, que salían de la boca del premiado; hipnotizaron al cuantioso público que se introdujo en los andares de Modiano. Es decir, en esa vida de un hombre que supo convertir sus vivencias, las relaciones familiares y entornos asfixiantes en un mosaico de palabras. En un momento determinado dijo: “No quiero aburrirles con mi propia historia, pero estoy seguro de que algunos episodios de mi vida, han funcionado como matrices para mis libros”. Después de pronunciar estas palabras, Modiano se olvidó decir “gracias” para poner fin a su discurso. Y todo el mundo permaneció callado, durante medio minuto, mirándose unos a otros. Finalmente, Peter Englund, secretario de la Academia Sueca, se acercó a la tarima; le dio la mano con una sonrisa como señal de agradecimiento. Y nuevamente los aplausos rompieron el silencio de la sala.

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