LA
CIUDAD MÁS BELLA
DEL MUNDO
Invierno entró a la ciudad, sin
pedir permiso , llegó, tal vez , desde el río, arremetiendo desde el mar hacia
la costa, las aguas siempre de color marrón, cargado de humedad, niebla y frío
que hubo obtenido en el Atlántico Sur. Puede que lo haya hecho montado sobre
una de las tantas nubes que empujaba el Pampero, viento fuerte, frío y
despiadado. En este caso, provino desde el desierto conquistado al indio,
despejando el cielo de tormentas feroces.
Cuando por las noches la sudestada embestía embarcaderos, cuando las
naves de velas blancas, henchidas de orgullo, reposaban y soñaban con paseos al
sol y brisas suaves, pintando el horizonte de alas blancas, con rumbo fijo. En
los momentos en que el río de plata plasmaba el paisaje candoroso, apacible,
luminoso, los árboles fueron abandonando sus vestiduras, las calles se
cubrieron con la hojarasca, los naranjos fueron abatidos por la legión invasora
del este y del oeste. Las calles se resignaron al triste destino de ser
cubiertas por la escoria esparcida por el intruso.
Un malón avanzó sobre los grandes edificios, los tejados de los hermosos
chalets quedaron a merced de la embestida. Las casillas humildes, precarias, se
perdieron en la vorágine.
Los habitantes se arroparon en sus armaduras acolchadas, cubrieron sus
cabezas cual caballeros andantes, salieron rumbo a sus tareas cotidianas,
enfrentaron al gigante.
Una mañana, una luz despertó las esperanzas; el Rey Sol asomaba entre
los nubarrones.
Invierno aminoró la marcha, el río volvió a ser la fuente plateada, los
árboles aquietaron sus ramas, todavía desnudas. Y los pájaros, no obstante la desolación, se abocaron a la
tarea de explorar el suelo tan enmarañado. Era el tiempo de reconstruir los
nidos, la nueva prole se había anunciado.
Caravanas de hormigas cargaban ramitas y hojas, transitando grandes
distancias almacenaban lo recolectado. Alguna lluvia se habría guardado el
visitante. También era posible que se apareciera repartiendo nieve o aguanieve
o heladas.
Invierno no contaba con la resistencia de los pobladores de esta ciudad.
Estaba muy ocupado proyectando nuevos desastres. Los hombres, los pájaros, los
insectos lo conocían desde tiempos remotos. Sabían cómo enfrentarlo y vencerlo.
La vanidad no le había permitido darse cuenta de lo cambiado que estaba
el mundo. Esta ciudad, bordeada por el río oscuro y plateado a la vez, creció,
se armó de eso que llaman “tecnología”. No aflojó, ni se dejó vencer.
Seguiría siendo la hermosa ciudad jardín aun con la presencia de
Invierno tratando de derrotarla. Las casa con techos de tejas que, alguna vez
destruyó con una caída de granizo gigante, estaban bellísimas, los naranjos
volverían a perfumar las calles, los pájaros anidarían luego de despedir sin
lágrimas al malvado y arrullarían a los nuevos miembros de las familias.
Despertarían con sus trinos a los remolones que nunca faltan, para que, ya sin
armaduras, transitaran por las calles,
orgullosos de pertenecer a la
Ciudad más bella del Mundo.
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