ZARCILLOVIEJO
El anciano, junto a su longeva mujer ceba el mate con que
ambos matan el hambre que les acosa desde hace bastante tiempo.
Pese a las muchas romerías a la Cruz de Mayo, para solicitar
al santo su intercesión ante el Padre Creador, para que vuelvan a caer las
lluvias en el pequeño pueblo de Zarcilloviejo, ubicado en la zona de los valles
transversales de nuestro país.
Este villorrio se
asentó en la ribera norte del caudaloso río Matafango, en el siglo dieciocho.
Hoy, convertido en un pedregoso, polvoriento y reseco cause, luego de doce años
de sequía. La degradación de la vida en Zarcilloviejo fue paulatina. En I922,
el abuelo nació allí, creció, procreó, en un ambiente fresco y abundante de
frutas, verduras y carnes. Es decir, un verdadero Edén. Frondosos sauces
llorones crecían a orillas del río, desde el cual se bifurcaban canales
rebosantes de agua que regaban el valle, más allá del horizonte.
Año a año, el Señor fue olvidando el pequeño poblado.
Cada vez fueron menos abundantes las lluvias. Por la falta de agua sus
habitantes fueron buscando otros lares río abajo. “Castigo de Dios”, dijeron
algunos. Otros, más versados, pontificaron que las condiciones climáticas
habían variado, por lo tanto, Zarcilloviejo no volvería a su antiguo esplendor.
El caso es que todos sus habitantes fueron abandonando sus campos, mientras los
animales morían de hambre. Los esqueletos y osamentas diseminados por doquier
testimoniaban la decadencia absoluta del otrora vergel
Al quinto año de sequía el río perdió completamente su
caudal. Al décimo, sólo el polvo cubría su antiguo lecho.
Luego de doce años nada sobrevivió al “Azote de Dios” y
sólo don Clemente junto a Doralisa y su leal perro Clarín, se cobijaron dentro
de la choza cubierta de totora ya reseca por el inclemente sol. Fieles
creyentes jamás renunciaron a su creencia en Dios “Ya vendrán días mejores”,
decían cuando miraban su reseca huerta, apreciando cómo las últimas hierbas
caían chamuscadas por la ardiente canícula.
Un día don Clemente vio que su esquelético perro Clarín,
traía una vela en el hocico, luego de haberlo dado por muerto. Durante quince días estuvo desaparecido del lugar. Cogió la vela, la encendió al pie
de la “Cruz de Mayo, y oró junto a su mujer que tosía por la sequedad originada
por la fiebre que afectaba su cuerpo por falta de alimentos. Las plegarias
subieron al cielo, siendo escuchadas por el santo intercedor y llevadas al
Padre de la Creación.
Éste dispuso que Sor Llovizna, encargada de dosificar la
lluvia en esa área verificara en los archivos la cantidad de oraciones elevadas
y velas que habían sido encendidas durante las rogativas. Con asombro, Sor
Llovizna, comprobó que I03.242 oraciones habían sido elevadas, y 60.305 velas
se habían encendido, pidiendo el vital elemento
Ante tal evidencia se dispuso que se debía entregar de
inmediato lo requerido.
Y así fue que luego de encender la vela, don Clemente
sintió una corriente de aire fresco que inundó la choza. Salió a otear el horizonte,
en él se levantaban negros nubarrones, que con truenos y relámpagos anunciaban
la llegada de urgentes lluvias. Pequeñas gotas cayeron sobre las polvorientas
tierras levantándose pequeñas burbujas que desaparecían pronto. Clemente y su
mejer, se arrodillaron y dieron gracias por esta bendición del cielo.
Siguió lloviendo, la tierra fue saturada y pequeñas
charcas y chorrillos de agua fueron formándose y deslizándose hacia el reseco
río. Llovió, llovió y llovió. Al tercer día fue tanta el agua caída que el
lecho del río no soportó el caudal, desbordándose e inundando el lugar.
Las fuertes y abundantes corrientes de agua minaron la
base de la precaria choza siendo empujada y llevada por el torrente. Don
Clemente, junto a su mujer y su perro, también fueron arrastrados río abajo,
mientras truenos y relámpagos tronaban al caer la noche.
Al cuarto día el
sol apareció en todo su esplendor, pero esta vez alumbró un gran lago en lo que
antes había sido el pueblo de Zarcilloviejo.
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