LA ESCOBA Y
EL CABALLERO
Fue el domingo. Abrió
la puerta de la piecita del fondo, donde convivo con los elementos de limpieza.
Se me acercó decidido. En el aroma de la loción de un recién afeitado noté el
síntoma de la masculinidad. Me descolgó con suavidad, como quien roba una rosa
en puntas de pie por encima de una ligustrina para entregarla a su amada. Su
mano me rozó la nuca mientras apoyaba con delicadeza mis deshilachados pies en
el piso. De abajo hacia arriba de mi espalda se deslizaron impulsos de hamaca,
ambiciones de higiene, pretensiones de cumplir con los deseos de la ama de casa
que me sacude de lunes a viernes. El movimiento continuo me hizo barrer con todos mis prejuicios. Nunca me
había excitado tanto con un hombre. Quizás porque siempre me sacan a bailar las
mujeres. Y ellas por miedo a lo que digan las vecinas, jamás aprietan mientras
danzan. Tontas, cada vez más tímidas. Voy a extrañar al caballero. ¿Volverá el
próximo fin de semana?
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