Ella
No puedo más. Las palabras las escupo, el
cuerpo tiembla, la cabeza pica horrores. ¿Médico? Lo mío no es situación
para médico. Las estrellas hoy están apagadas. El silencio acompaña el alcohol,
el pucho y una tira. Las noches las amo. Descubren en mí, todas las realidades
tan opuestas a las falsas del día.
Ya casi no camino. Me harta el mirar las
plantas y oler las flores. Peor aún oler el pasto recién mojado. Solo pienso en
ella. No conozco, ni me interesa saber su nombre. Ella, son cien Marías, cien
Sorayas, cien Estelas. Pienso el día que la conocí. Uno, dos, tres y mil veces.
Es mentira, no la conocí, solo la descubrí saliendo de la Iglesia Morada del
Señor y casi chocarnos. Ella me miró y no dijo nada. En mi caso, estaba
aturdido por ese rostro de ojos profundos y su voz baja, suave, transparente.
Cerré fuerte el sobretodo sin botones, volví
a sentarme, desistiendo de entrar al templo. Ese día muy pocas monedas me
habían dejado.
En ese estado pasé la noche fría de
Julio.
El temblor de la mano derecha, provocó el
retirarme de la cardiología, de los quirófanos. Hacía tres años que estaba
separado de Estela y sin hijos.
Había dejado de ser alguien, para convertirme
en lo que hoy soy: Cobarde, un no luchador. Las consultas las realicé en
distintos lugares del mundo. Lo mío quedaba así, sin retorno. Nunca creí
que un hombre podía llorar tanto y golpearse la cabeza contra las
paredes.
Al irme de mi casa, no sé si la dejé cerrada
o abierta. En esos instantes todo me daba lo mismo.
Solo ese rostro, en un crepúsculo más, de
aquel invierno de Julio, generó el correr sangre por mi cuerpo.
Llevaba recorridas muchas iglesias. En
algunas me quedaba largo tiempo y en otras pocos meses. En la Iglesia en que la
vi a ella, era mi primer día. Nunca entro a las iglesias, porque no creo
ninguno de sus relatos. Son dos mil años de mentiras y de miedos. El hombre se
caga cuando se le acerca la parda.
Muchas veces los he oído pedir perdón por
todo el mal que han hecho. No es mi caso. Si provoqué daño, nada ha tenido de intencional.
Después de ese día, volvía muy temprano y me
quedaba hasta muy tarde, esperando verla. Nunca he visto un ser con una mirada
tan profunda, acompañada de una voz suave y melodiosa.
Días, semanas, meses, nunca la volví a
encontrar.
Tres hechos más me llamaron la atención,
tenía un libro con tapa negra y grueso apretado desde su mano izquierda al
corazón. Lo otro, era su ropa gris, camisa blanca y colgando de su pecho,
un crucifijo mediano, plateado.
Ella tenía dueño.
2 comentarios:
Abel éste es uno de los que más me gustó! felicitaciones!!!
majo.
Hola Abel!!! me encantó, me parece una maravilla. Te agarra desde el principio y no te suelta. El final, una Ella impensada, es una genialidad.
Te felicito!!!!! abrazo, querido amigo. Noemi
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