ÉRAMOS TRECE...
Corre, corre la guaraca, el que mira para atrás se le pega en la pelá...Trece
niños, hombres y mujeres sentados en círculo, en el suelo de una pieza grande y
desnuda...Había una mesa antigua, con pocas sillas... En lo alto una empolvada
lámpara de lágrimas, con una ampolleta. Uno de los chicos corrió por detrás del
círculo. De pronto, se detuvo e indicó con un pañuelo anudado a otro, con un
golpecito en su cabeza.
Corre, corre la guaraca, el que mira para
atrás se le pega...El aludido se paró y continuó la carrera
circular...Nuestros padres habían salido...Era lo habitual... No sin antes
castigar al de turno, en especial a mí, que era la mayor... nos acompañaban
seis chicos de la vecindad. Tenían problemas, tantos o más que los nuestros...
La tarde moría, pero aún entraba luz...la visión era perfecta... ¡Cómo
olvidarlo!
Corre, corre la guaraca, el que mira para
atrás... Vivíamos en el pasaje siete, en un cerro de Viña del Mar, mirando
la ciudad...Felices de ser niños aún con muchas carencias...Nuestra mente
infantil no podía discernir que la vida al lado de nuestros padres era
horrible... Violentos, sobre todo ella, cuando sus pasos derivaban hacia una
botella y él la seguía.
Corre, corre la guaraca, el que mira...
Me hacía cargo, más bien obligada por ser la responsable...Tenía el control y
protección de siete hermanos... pero igual era niña y gustaba de los juegos
infantiles junto a ellos y nuestros amiguitos.
Corre, corre la guaraca...La casa
además del comedor tenía dos piezas...Una nuestro dormitorio con dos camas para
dormir como pudiéramos... En la otra, dormían nuestros padres, siempre cerrada,
oliendo a rancio...Pobre mujer, en el presente la veo rehabilitada, un poco
hipocondríaca, temerosa, pero distante con sus hijos. Me cuesta asociarla con
aquella...era un monstruo, no me cabe duda...En cambio mi padre, a pesar
de...lo añoro. Yo sé que él nos quería, pero su adicción era superior.
Corre, corre... De pronto, la puerta de
uno de los dormitorios frente al comedor, se abrió...Aparecieron tres niños
vestidos de marineros...traje azul, pantalones cortos y cuello trasero con sus
características huinchas blancas...Eran de tez clara, se diría rubios... Su
edad, como la promedio nuestra, seis años...los ojos les brillaban como los de
los niños felices... y su caminar rápido en la punta de sus pies, apenas se
escuchaba...Sin que nadie hablara en contrario, sentados entre nosotros,
continuamos el juego.
Corre... Si poco o mucho, ninguno de
los presentes pudo medir el tiempo en el que los pequeños participaron en el
círculo...Sentíamos miedo, pero algo nos impidió hablar sobre su presencia...
Corrían, reían... Nosotros hacíamos
lo mismo como por inercia, sin una explicación razonable.
Corre...Los tres chicos vestidos de
marineros ya no estaban junto a nosotros,
nos preguntamos sobre su misteriosa aparición para luego esfumarse en el
aire...Ya estaba oscuro... La sensación de miedo ante lo inexplicable nos
mantuvo despiertos hasta muy tarde...En aquellos momentos añoramos la presencia
de nuestros padres, aún con sus vicios.
Se lo
referimos apenas llegaron...No le dieron gran importancia... Nos hablaron de
ángeles que nos protegían cuando ellos estaban fuera...Hoy, podría asegurar que
así fue. A pesar de las faltas de todo tipo, nunca nos sucedió nada que
pudiéramos lamentar.
Años
después, casada y fuera de ese hogar, mi
padre murió accidentalmente en una riña doméstica. Mi madre estuvo en prisión
un año. Fue algo trágico y conmocionante para toda la familia...La madre de
aquellos amiguitos también tuvo una muerte horrible, antecedida por una crisis
demencial...
Por mucho tiempo nuestra casa fue
sindicada como misteriosa y maligna...Aquellos que posteriormente la habitaron,
sintieron ruidos extraños, rasguñar de puertas, llantos estridentes. Pero de
aquellos tres pequeños vestidos de marinero nunca más se supo.
Corre, corre la guaraca...Trece en
círculo...en el pasaje siete... ¿Sería alguna cábala mágica que abrió una
puerta del cielo?, o talvez...
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