DOS SOLITARIOS
Bombero y
electricista de guardia en la pequeña planta textil santafesina de Fuentes,
Anselmo se pasea hoy por la nave sin mamelucos y bullicio, entre telares,
hidroextractoras y máquinas de coser inmensas, mascullando la bronca de su
destino de ave solitaria del fin de semana.
Seguramente
sus compañeros estarán con mujer e hijos, asado y vino, mate y torta fritas. Y
él allí, apretando en el bolsillo con sus manos la tarde del feriado hebdomadario
que esta vez no fue suya, cuidando que un cortocircuito no queme alguna
instalación y en pocos minutos se lleve el producto y la ocupación de cuatro
docenas de almas.
Se llega
hasta el portón que mira hacia la ruta y desde allí alcanza a ver la enorme
nube espesa y negra que avanza amenazadora. Hoy habrá jaleo, piensa. Y bueno,
para eso estamos, se repite. Mejor moverse que estar sentado.
No es el
único solitario en aquellos parajes.
A
quinientos metros, donde ya la manga o calcetín colorado que mide la fuerza y
dirección del viento se hincha cada vez más, está el hangar del Aeroclub
Casilda.
Arriba,
entre las cabriadas, dos ojazos grandes de un cuerpito afilado y frágil,
observan como los pilotos ingresan apurados los pequeños aviones que han retornado
temprano para evitar la tormenta. Le dicen caballito del diablo. Él firma
Aguacil. Y por una ele no llegó a Hollywood como sheriff del far west.
Al revés
de Anselmo, en vez de quedarse a cuidar adentro, sale del hangar para avisar a
los pobladores que llega el agua al campo, bendición para unos a veces, o
tragedia para otros en ocasiones y contextos disímiles.
Un hombre
y un insecto. Dos guardianes sin el peto y casco romano, pero celosos en su
responsabilidad. Personajes de un domingo del interior desconocido. De géneros
diferentes y actividades parecidas.
Capaz que si usted pasa, ni se da cuenta que existen. Por eso los mencionamos,
por si algún día anda cerca de Fuentes, o acaso de vuelta en la Capital, quiera
contar algo del campo.
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