lunes, 27 de noviembre de 2017

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Noviembre de 2017



EXTRAÑO ENCUENTRO


            Recorre pausadamente el camino rural, va reconcentrada en sus pensamientos. Debe decidir algo trascendental en su vida. Tiene ansias de vuelos más lejanos. Se siente ahogada por la familia y su monótono quehacer provinciano. Sin embargo este pasar inmediato y rutinario le permite soñar.
             Viste severamente un oscuro atuendo que la hace verse mayor; se diría que está en los límites de la juventud. No lleva prisa, está de vacaciones y ese tiempo se lo dedica a su soledad inspiradora. Lleva en sus manos un grueso libro. De vez en cuando lo acaricia, tal vez pensando en su contenido.
            A lo lejos advierte el paso lento de dos jinetes en sentido contrario. En algún momento deberán cruzarse en su camino. El sol es fuerte y el calor parece adormecer sus pensamientos, de modo que el caminar le resulta de una inercia misteriosa.
            De pronto algo llama su atención. Un brillo extraño proveniente de uno de los jinetes y una vara de gran envergadura, que pareciera sobresalir del conjunto, haciendo contraste con la figura de su acompañante, achatada y desplazándose a otro ritmo.
            Ya está casi frente a ellos y no lo puede creer. Restriega sus ojos con una mano, pensando en una alucinación producto del calor y de la luminosidad. Sin embargo, al abrirlos nuevamente los tiene más cerca aún.
            A poca distancia de ella detienen sus cabalgaduras. Prontamente el hombre obeso se desmonta de su burro  y solícito se apresura a prestar ayuda a un alto y enjuto personaje que luce brillante armadura, donde no faltan el yelmo, un extraño escudo y una enorme lanza de caballería.
            -Schits...Schits…Quieto Rocinante, vuesa merced debe bajarse.
            -Querido Sancho, de camino a Zaragoza, tenemos la suerte de encontrarnos con esta noble dama que  sin lugar a dudas es la Condesa de la casa de Mistral, una de las familias del más rancio linaje y abolengo de estos lares.
            Con paso seguro avanza hacia la mujer y coloca su rodilla en tierra.-Noble señora, a vuestros pies me descubro-. Y junto con decirlo se quita su pesado yelmo, coge su mano, rozándola con sus labios,  a manera de saludo.
            La mujer no da crédito a esta extraña visión que parece ser totalmente real, pero de imposible certeza.
            Sobreponiéndose  trabajosamente a esta situación que su razón rechaza, dice: -Estimado señor, es cierto lo que estoy viendo o es un desvarío de mi mente. ¿Es usted el hidalgo caballero, don Quijote de la Mancha y su acompañante y escudero, Sancho Panza?
            -¿Qué duda cabe, ilustre condesa?  Venimos desde Barataria y nos dirigimos  al pueblo más cercano de Zaragoza. ¿Y  vos, os habéis perdido por estos senderos de Dios o vais en busca de aventuras o de ínsulas así como mi fiel escudero?
            La mujer, un poco más repuesta de su estupor asume este inusual encuentro, respondiendo.-Señor Don Quijote, sueño o realidad, no lo sé. Pero justamente iba reflexionando acerca de vuestra obra novelesca, es decir, sacando conclusiones de tales aventuras y relacionándolas con mí pasar. Y heme aquí conversando con el personaje más importante de la literatura castellana. No acierto a concluir si algún hado de la fantasía me lo ha colocado de camino para sacar respuesta a mis pensamientos.
            - Vuesa eminencia, vive Dios que poco entiendo de  vuestro pensar, pero mi gozo es inmenso de sólo saber que ya mis aventuras están impresas en papel, al lado de mi inspirador, el valiente Amadis de Gaula. Sin embargo,  todavía mi alma pena por llegar al Toboso,  a postrarme a los pies de mi señora doña Dulcinea, para narrarle mis triunfos y algunos entuertos que permanecen aún sin resolver y que luego merecerán mi atención.
            -Don Quijote, verdad o fantasía no puedo evitar preguntarle. ¿Es usted feliz, al esforzarse hasta malograr su salud por ideales tan difíciles de defender, luchando contra gigantes, malandrines, maldicientes, que lo superan en fuerza y vigor?
            -Creo que sí, ilustre condesa. Mi vida tiene la senda de resolver agravios y vengar injurias. Mantiéneme  en pie la ilusión de llevar como presente a mi amada, la señora Dulcinea, todos estos logros. Dicen que desvarío. Pero dígame, vuesa merced ¿quién tiene  vara exacta para medir hasta dónde llega la razón y la sin razón? Por otra parte cuento con la compañía de mi fiel escudero Sancho. Él, más cerca de la tierra, tráeme  a temas prosaicos pero a veces necesarios, como comer, descansar y buscar un sitio donde dormir.
            -Señor Don Quijote, ¿Cree usted realmente que una mujer merece todo el riesgo que usted corre en tan peligrosas aventuras?
            -Señora mía, ¡Qué pregunta! Pero le responderé. Yo, Sancho y usted, somos origen de mujer, por tanto siempre volvemos al comienzo de la vida. En mi caso, como corresponde a un caballero,  es a mi adorada señora del Toboso.
            -Me coge una duda. ¿Cree usted que la defensa de los ideales cambiará el devenir del  mundo?
            -Condesa de Mistral, ¿Qué sería el mundo sin ideales, por tontos que ellos sean?
            Una voz gruesa y descuidada interrumpe el diálogo.
            -Con el perdón de vuesas mercedes.  ¿Y qué sería del mundo sin el suelo que pisamos y recorremos a diario? Debo recordarle,  mi señor, que estamos atrasados en nuestro camino. Debemos llegar a la posada más cercana antes que se acaben los almuerzos, pues tanta palabrería me abre el apetito y vuesa merced está más flaco que nunca.
            -Mi buen Sancho, siempre preocupado de mi bienestar. No os preocupéis que vuestra ínsula os espera al final de nuestro caminar.
            -Señora, todavía no he osado preguntar por vuestro ilustre nombre de pila.
            -Lucila, y soy maestra de la escuela del pueblo-. El enjuto y noble manchego  vuelve a colocar rodilla en tierra, depositando un respetuoso beso en el dorso de su mano.
            –No os aflijáis,  señora doña Lucila, Condesa de Mistral,  por difícil que ello sea, los ideales siempre triunfarán sobre la razón. Ayudarán a gobernar todos los lugares donde haga falta mi locura.
            Un relincho de Rocinante junto con un rebuzno del fiel jumento de Sancho, hace que ambos jinetes se pongan en marcha nuevamente.
            La mujer, aún no repuesta de su estupor, prosigue su camino por inercia, sin mirar atrás, pues no duda ni un instante que el caluroso sol de mediodía ha puesto este espejismo increíble en su mente, por esas sendas solitarias de su querida Vicuña.     

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