NOCHEBUENA
Anochece el
24 de diciembre. El calor del verano sigue pegado a las paredes de la pequeña
casa mientras las canas de muchos inviernos de sus ocupantes se mueven de un
lado a otro, como ardillas, preparando todo para la llegada de quienes
compartirán la cena.
Susana repasa
los detalles de la mesa, engalanada con rojos, verdes y blancos. Velas en los
mismos tonos y hasta los ocho platos tienen la estrella dorada de Belén pintada
a fuego, inalterable a pesar del paso de los años.
Roberto
acomoda por tercera vez los varios portarretratos que están encima del bayout y
sonríe. No puede contenerse de alegría
ante las fotos de Marcelo, el primogénito, con su diploma de abogado en
un caso y en el otro, con su esposa Alicia el día del casamiento por civil. La
sonrisa se amplía cuando observa el gesto de orgullo de su compinche Alejandra,
abanderada del Normal en una escena, y luego saliendo de la iglesia del brazo
de Gustavo, la noche de la boda que no olvida.
Viene su
esposa para ayudarlo a completar la tarea y ella repasa el vidrio del cuadro
que contiene fotos de los nietos. A pesar del papel mate, brillan allí los ojos
de la Peque, hija de Marcelo, con el palo de hockey en una mano y en la otra su
primer copa del Torneo de Infantiles, mientras que a centímetros el Bocha, hijo
de Alejandra, se acomoda orgulloso la medalla dorada de la final de fútbol
cinco en el club del barrio.
Suena la
campanilla del porche. Es temprano para que sean ellos, siempre llegan cerca de
las diez. Van los dos presurosos a la puerta.
-Hola
abuelos… exclama el vozarrón del Papá Noel, estoy de reparto… ¿Cuántas cajas de
obsequios tengo que dejar aquí?
Hay unos
segundos de silencio…Tomada de la mano de Roberto, Susana responde segura…Somos
dos nada más, no nos ha dado Dios la capacidad de reproducirnos. Para compensar,
nos regaló la magia de la fantasía y la imaginación…y eso nos alcanza y sobra
para ser felices en Nochebuena…
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