La Yudí
El barrio Villa María
no aparece en ningún plano de la ciudad. Es un vacío en los límites del papel. El
barrio Villa María es un barrio sin barrio. Tiene una sola calle de acceso, sin
nombre. Una calle sin calle.
Las casas de Villa María
son de maderas apiladas y chapas apoyadas. No tienen paredes de ladrillo ni
techo ni ventanas ni puerta. Casas sin casa. Excepto dos, que sí tienen paredes
de ladrillo y tienen techo de chapa y tienen puerta: la del Carlito, el
presidente de la vecinal, y la de La Yudí. Pero La Yudí no siempre vivió ahí. Ella
también nació en una de esas casas sin casa.
Cuando La Yudí era
niña no aprendió a leer como otros chicos porque salió burra, como le dijo la
mamá. Ella iba a la escuela de vez en cuando para comer y para jugar. Pero ya sabía
muchas cosas. La Yudí sabía para qué la buscaban durante alguna siesta, o todas
las siestas, su tío o su hermano o su padrastro… Estaba acostumbrada a que la agarraran
durante alguna noche, o todas las noches, de lluvia ruidosa en los techos.
No entendía y no
entendió. Pero aprendió. Aprendió que algo malo había hecho y que era su culpa, mientras la golpeaban
esos hombres por resistirse o su madre
por dejarse. Ella sabía que no tendría que haber pataleado ni gritado, mientras
la montaban su padrastro o su hermano o su tío. Es que esos hombres eran muy
pesados y brutos y por más que La Yudí trataba de contener los gritos, el ruido
le salía nomás del cuerpo con cada empujón, hasta que alguno le tapaba la boca
y le gruñía al oído, babeando, que sólo
las putitas gritan.
La Yudí confunde si
era su padre o su tío o su hermano quién la llevaba hasta el basural a patadas.
Sí recuerda las patadas. Eran tan fuertes que la tiraban sentada al suelo y antes
de caer ya una nueva patada la elevaba de nuevo. También confunde si fue esa
vez, o cualquiera de las veces, que la dejaron tirada bajo el único caño de
agua, en la única calle de Villa María. Sí recuerda el frío. Era un frío distinto
al frío sin ropa, distinto al frío de siempre.
La Yudí tampoco se
acuerda si era esa noche, o cualquiera de las noches, cuando su madre la despertaba
a ramazos de sauce y maldiciéndola entre dientes. Sí se acuerda del dolor. Los fustazos
en las piernas ardían como fuego y los azotes en la espalda le cortaban los
gritos. La Yudí se acuerda que a la mañana siguiente, o cualquier mañana
siguiente, le temblaban las piernas y por culpa de los tajos no podía ir a
merendar a la escuela.
La Yudí era niña cuando tuvo su primer aborto
“natural”. Ella llama natural a todo aquello que simplemente pasa. Porque para
La Yudí es “natural” sangrar mucho
después de cada paliza. Por eso fue “natural” perder el crío por los golpes.
A los once, La Yudí
era una niña sin niña.
Todavía era una niña
sin niña cuando no perdió el crío y nació nomás su primer hijo-sobrino. El hermano
mayor de La Yudí, se fue a vivir lejos. Sólo volvió a saber de él cuando se hizo
famoso en el noticiero, mientras la cana lo cargaba en un patrullero.
A los trece años La
Yudí había parido a su sobrino y a
su medio hermano.
A los trece años La
Yudí era una madre sin saber ser madre. Una madre sin madre.
La madre de La Yudí
la ayuda a criarlos y dice que le salieron bobitos como la hija. La Yudí cree
que le salieron faltaditos por culpa de los golpes que le dieron cada vez que estaba
preñada. La madre dice que desde gurisa, a La Yudí, había que hacerle entender las cosas a palos.
Cuando la Yudí pudo
escaparse para salir a bailar, conoció al Gringo. El Gringo era lindo, se
bañaba cada tanto y usaba camisas de verdad. El
Gringo no usaba la ropa sacada de las bolsas de basura ni regalada de la
iglesia. El Gringo no cirujeaba como los demás del barrio.
La Yudí creía que no
era buena para nada. El Gringo le dijo que era muy buena con los hombres.
El Gringo le compró
ropa. Ropa que nadie había usado antes. Era ropa de verdad. Era ropa con ropa.
Le compró sus primeros zapatos. Zapatos que nadie había caminado antes. Eran zapatos con zapatos.
El Gringo la llevó a una casa. Una de las dos únicas casas de Villa María con
paredes, techo, ventanas y puerta. Casa con casa. La puerta con puerta tiene
candado con llave.
La Yudí no puede
creer que su trabajo sea hacer lo que siempre hizo desde niña. La Yudí sabe que
a veces hay que gritar y otras veces hay que apretar los dientes y no quejarse.
A los diecisiete, vive
con sus cuatro hijos. Ella dice que los últimos no son parientes, son solamente
hijos de ella. Sus hijos van a la escuela, ella dice que los gurises harán toda
la escuela para no cirujear y que las gurisas tendrán suerte si trabajan como
ella.
La Yudí no puede
tener más hijos. El Gringo le hizo sacar todo. La Yudí tiene un vientre sin
vientre. A los dieciocho años La Yudí es una
mujer sin mujer.
La Yudí algún día de
la semana, cuando El Gringo le tira unos pesos, cruza el puente trayendo bolsas
sin anudar: bolsas nuevas, no bolsas de la basura, porque ella compra comida nueva
que nadie comió antes. Ella compra comida con comida. Por eso, ella dice que la
envidian en la villa. La Yudí dice que tiene suerte porque El Gringo casi no le
pega. Sólo algunas veces se le va la mano. Pero El Gringo es bueno porque esas veces
la acompaña hasta el hospital y la espera en la esquina. La Yudí otra vez sabe que
fue porque ella hizo algo mal.
Algunas veces, La Yudí
llora bajito y dice que es por culpa de la cebolla o de la telenovela.
Por las noches se
viste con su ropa con ropa y sus zapatos con zapatos, se pinta bien colorida como
vio en las revistas y sale a una esquina afuera de la villa.
La Yudí hace el amor
sin amor y da placer sin placer a muchos hombres.
La Yudí está parada
siempre en una esquina sin esquina, que nunca aparece en los planos de la
ciudad.
La Yudí está siempre
en un mundo sin mundo, lleno de humanos sin humanos.
DEL LIBRO Patios
de Obanta
1 comentario:
Bello!!
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