Dolores
Etchecopar: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Dolores
Etchecopar nació el
4 de julio de 1956 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina.
Cursó estudios de filosofía en la Universidad de Ginebra (Suiza). Fundó y
coordinó los Ciclos “El Pez Que Habla” y “Santo Cielo”. Dirige “Hilos Editora”.
Obtuvo la Faja de Honor de la SADE (Sociedad
Argentina de Escritores) en 1989. En 1998 apareció el volumen ensayístico “El
pensamiento mágico-sagrado de Dolores Etchecopar” de Ruth Fernández
(Editorial Nueva Generación). Fue incluida, entre otras antologías, en “Se
miran, se presienten, se desean. El erotismo en la poesía argentina” (con
selección y prólogo de Rodolfo Alonso, Ameghino Editora, 1997), “70 poetas
argentinos” ((1970-1994) con selección de Antonio Aliberti), “Poesía
argentina de fin de siglo” (Tomo IV, Editorial Vinciguerra), “Unidad
variable, Bolivia-Argentina. Poesía actual” (con selección de Laura Raquel
Martínez, en Bolivia, 2011) y “200 años de poesía argentina” (con
selección de Jorge Monteleone, Editorial Alfaguara, 2010). Poemas suyos fueron
traducidos al francés, inglés y portugués. Entre 1982 y 2010 publicó los
poemarios “Su voz en la mía”, “La tañedora”, “El atavío”, “Notas
salvajes”, “Canción del precipicio” (1989-1993) y “El comienzo”.
La Editorial Ruinas Circulares dio a conocer en 2012 una antología de su
poesía: “Oscuro alfabeto” (con selección y prólogo de Enrique Solinas).
1 — La condición de diplomático de
tu padre produjo, por así decir, que tu infancia y adolescencia transcurrieran
en países de Latinoamérica y Europa.
DE — No quisiera armar una cronología estática porque
rehúyo vivir en un tiempo fechado. Pero sí puedo decir que a los dos años viajé
a Estocolmo (Suecia) y los aproximadamente dos años vividos allí fueron de los
más decisivos de mi vida. Guardo imágenes muy vívidas de la casa, la escalera,
del crujido de sus pisos de madera, de Emma Brisa, una yugoslava que me
cuidaba, de mi madre que escribía cuentos ilustrados por ella —yo corría cada mañana a preguntarle cómo
seguían—, de la nieve por la que me deslizaba con un trineo y del bosque que se
veía desde la ventana. Cuando escribo procuro que las cosas lleguen a mis
sentidos como lo hacían en esos días en que eran presencias que maravillaban, libres
aún de los significados que opacan la percepción del mundo. Después vinieron
años más oscuros. Pasábamos un tiempo en Buenos Aires y volvíamos a partir. Viví
el desarraigo, las despedidas, la impronta de lo extraño. Poco recuerdo de mi
estadía en Lima. El impacto de México sigue obrando en mí, Bogotá en mi pre-adolescencia
también dejó rastros entrañables. Fue importante para mí vivir en otros países
latinoamericanos, respiré sus atmósferas, otros colores y otra cadencia del
idioma compartido, que también se trasladaron a mi poesía. A los quince años
estuve de nuevo en Europa, en Berna (Suiza) y de allí volví a la Argentina
donde terminé la escuela secundaria. Luego volví a Suiza, pero esta vez sin mi
familia: fui a estudiar filosofía en la Universidad de Ginebra. Me faltaba un
año para terminar la carrera cuando volví a Buenos Aires, donde algunos poemas
míos comenzaron a salir aquí y allá, en suplementos, revistas, etc., y publiqué mi primer libro.
2 — Tu madre ilustraba sus cuentos
y de vos se han reproducido en la Red dibujos a la tinta siendo presentada como
artista visual. ¿Expusiste en muestras individuales o colectivas?
DE — Sí, mi madre dibujaba y tejía tapices. Creo que ella
me transmitió la poesía sin darse cuenta. Durante mucho tiempo pensé que la
poesía me había llegado a través de la gran biblioteca de mi padre que era un
lector hedonista y empedernido, pero actualmente intuyo que su transmisión vino
por cauces más invisibles que tenían que ver con esa secreta concentración que
mi madre dedicaba al dibujo y a los tapices. Y lo advertí al conectarme yo con
el dibujo y la pintura, aunque en mi caso es una actividad marginal, puramente
lúdica, no ocupa el lugar central que doy a la escritura. No sería serio de mi
parte hacer muestras ni ningún gran movimiento hacia el mundo con mis dibujos y
pinturas, dado que es algo a lo que no me dedico sino que lo practico
esporádicamente por puro gusto, quizá una manera de continuar el secreto
materno, mínimas puntadas en las tapas negras de los libros de hilos editora, como figuritas de un
pequeño teatro de cartón.
3
— Tu padre, Máximo Etchecopar, además de haber publicado el poemario “Breve y varia lección”, entre otros
volúmenes ensayísticos dio a conocer “Lugones
o la veracidad”, “Esquema de la
Argentina”, “Con mi generación”, “El fin del Nuevo Mundo: sobre la
independencia de los pueblos americanos” e “Historia de una afición a leer” (en la edición de Editorial
Universitaria de Buenos Aires, se añade en la tapa: “Ortega, nuestro amigo”). Y el amigo mentado es el filósofo español
José Ortega y Gasset, fallecido un año antes de que vos nacieras. Establezco
así mi invitación, Dolores, a que nos hables de tu padre escritor y de lo que a
vos te halla llegado de la amistad entre él y Ortega.
DE — “Breve y varia lección” es un libro de aforismos. Mi padre era un
lector fervoroso de poesía pero de su autoría solo editó prosa. Su amistad con
Ortega y Gasset representó para él, creo yo, el encuentro más decisivo de su
vida. Ortega distinguió la mirada de mi padre en medio de una multitud de
personas que habían ido a escuchar una de sus conferencias, y a partir de allí
empezó una amistad entrañable. Mi padre era muy joven por entonces, estaba más
cerca de los veinte que de los treinta años; salir a caminar con Ortega todos
los días que duró su estadía en Buenos Aires, fue una iniciación al
pensamiento, a la manera de los discípulos de Sócrates que también pensaban
conversando y caminando. En reiteradas oportunidades me volvía a contar la
diferencia abismal que él había experimentado entre el acceso fulgurante,
instantáneo, al fluir del pensamiento de Ortega, y el de otros intelectuales
que tuvo ocasión de frecuentar. Fue un deslumbramiento para él que se
prolongó a lo largo de toda su vida, hizo
que su propio pensamiento diera un giro
radical hacia un pensamiento historicista. También Ortega, que era un filósofo
que escribía con la elegancia de un literato, reunió en mi padre su afición por
la literatura y por la filosofía.
4 — Con las poetas Claudia Masin y
María Mascheroni condujiste “El Pez Que Habla”, grupo de acción poética.
DE — Sí, ocurrió en la bisagra de los siglos XX y XXI; fue
una experiencia breve pero muy intensa en la que armábamos dispositivos de toda
índole para crear atmósferas propiciatorias de las lecturas de poesía que
tenían lugar allí. Un modo de realzar la voz de los poetas con un despliegue de
sonidos, luces, imágenes, que aportaban un plus sensorial a lo impalpable que
trae la poesía. Lo hacíamos en un espacio muy bello que yo tuve en esos años, diseñado
con una estética Hundertwasseriana, que se llamó “Bar Beckett”. También Zulma
Ducca, música y compositora, formaba parte del cuarteto de “El pez que habla”.
Me quedo con la imagen de la poeta venezolana Patricia Guzmán leyendo su
maravilloso “El poema del esposo”, y el último día, el sonido de los tambores
japoneses tocando en vivo.
5 — Y unos años después… “Santo
Cielo”.
DE — Sí, otro espacio creado para acontecimientos
poéticos, teatrales y alguna que otra muestra de pintura. En los dos casos y
por distintos motivos, la aventura se interrumpió antes de lo esperable.
Umbrales de un sueño que se reinventa, ojalá venga un tercer episodio. Una lectura a destacar fue la de Lorenzo García Vega, el
extraordinario poeta cubano que esa noche memorable del año 2005 vino a “Santo
Cielo” de la mano de Reynaldo Jiménez.
6 — La Editorial llega más tarde.
DE — “Hilos Editora” nació en el 2010 y de los
tres proyectos es el que más está durando, seguimos en plena tarea, tratando de
crear un catálogo de libros que por distintos motivos nos hacen mella. Se trata
de una editorial independiente, hecha a pulmón, por eso vamos lento, poniendo
un cuidado especial en el armado del libro, en sus tapas y en cada detalle. No
recibimos originales sino que vamos nosotras (María Mascheroni, María del
Carmen Colombo y yo) a los autores que programamos editar a pedirles algún
material. Forman parte del catálogo poetas de distintas generaciones y
nacionalidades. Los argentinos: Diego Muzzio, Claudia Masin, María Mascheroni, Cristian
Aliaga, Laura Klein, Mónica Sifrim, Lila Zemborain, Sebastián Salinas, María
del Carmen Colombo, Paulina Vinderman, María Julia De Ruschi, Leopoldo
Castilla, Graciela González Paz, Inés Aráoz, Víctor Redondo. Patricia Guzmán,
poeta venezolana; entre los poetas traducidos: Georges Schehadé, Jerome
Rothenberg, Antonella Anedda, Milo de Angelis. Ahora inauguramos una línea de
ensayos poéticos con las “Notas sobre
poesía” de Paul Valéry, una selección y traducción de textos que hizo Hugo
Gola.
7 — ¿Has recibido cartas que atesores?
DE — Sí, cartas entrañables de poetas muy admirados como
René Char (la tinta se está desvaneciendo por haber estado expuesta a la luz
durante mucho tiempo), Humberto Díaz Casanueva, Edgar Bayley, entre muchas
otras; celebro que me hayan tocado años en los que el mundo virtual todavía no
había abolido las cartas!
8 — Algún indicio en Internet me dio
a entender que conociste personalmente a la escritora uruguaya Marosa di
Giorgio (1932-2004).
DE — Cuando conocí a Marosa, en una lectura que hizo en
Buenos Aires, la primera vez que vino, fue un antes y un después. Escucharla
fue sentir que se abrían todas juntas las puertas de la poesía, era asistir al
sueño despierto de una voz intemporal que se colaba por los poros de la lengua,
sin barreras, sin censuras, pura eclosión de la inagotable infancia del
lenguaje traída al centro de la escucha por la delicada fiereza hipnótica de
Marosa, con quien me crucé pocas veces; me hubiera gustado ir a sus tertulias
en la mítica confitería de Montevideo, pero no pudo ser. Apenas la frecuenté,
después de los recitales, en algún bar donde ella se mantenía hierática y
tersa. Me llegaron sus palabras en una postal cuando leyó un libro que le
envié; era sumamente gentil e inasible fuera del círculo encantado de su
voz.
9
— “La noche es el país de la poesía”
afirmaste en un blog local, y “No hables
tan rápido delante de la noche” sería el título de tu próximo libro, leí en
otro.
DE
— El título
“No hables tan rápido delante de la noche”
ya lo descarté porque me dijeron que un escritor español tiene un título
muy parecido. Por ese motivo sigo buscando un nombre para el libro inédito que
ya tengo casi listo para ser editado. Quizá lo haga a comienzos del año que
viene. Se trata nuevamente de un libro de poemas.
Sigo pensando que la noche es el país
de la poesía aunque desde hace unos años escribo más de mañana. Pero la noche
sigue siendo ese tiempo de suspensión de los dispositivos del mundo, de las
ocupaciones con que el día nos distrae. La noche no nos impone horarios ni
tareas, la vigilia y el sueño juntan allí sus manos.
10
— Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido pudiendo, en general,
distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
DE — Sí, eso creo. Pasión y entusiasmo me depara la
poesía, que también está en cierto cine, en cierto teatro, en algunos cuadros y
esculturas, en cierta danza, en cierta música y también en dominios que no son
del arte, como en los encuentros que nos dan alegría y nos rescatan de la
inmovilidad de nuestras costumbres sentimentales y de pensamiento. Momentos de
contemplación de ciertos instantes de un paisaje también son de la poesía. La
lectura es una de mis pasiones. Me entusiasman algunos espacios habitados
de las ciudades antiguas, de algunas
casas, las librerías de librero, los bares antiguos, algunas calles. Hay
objetos que me entusiasman también, por lo que sugieren, marionetas, cajas,
fotos, estampas, juguetes antiguos, relojes de arena, lupas, los libros, los
lápices y los cuadernos, los diccionarios, los cuentos infantiles ilustrados, etc.
11 — En la novela “El hombre duplicado” de José Saramago,
me detengo acá: “Eso que cierta
literatura perezosa ha llamado durante mucho tiempo silencio elocuente no
existe, los silencios elocuentes son sólo palabras que se quedan atravesadas en
la garganta, palabras engastadas que no han podido escapar de la angostura de
la glotis.” ¿Comentarías, vincularías…?
DE — Dicho así, despectivamente, como lo hace Saramago
(no leí “El hombre duplicado”), “silencios
elocuentes” suena a retórico, a falso, y… sí, las palabras se prestan para todo
tipo de usos. Pero hay otro silencio, el que habita la poesía, que no es
“elocuente”, sino todo lo contrario, un silencio vacío de significado que
permite que el poema irradie muchos sentidos, uno o varios en cada lector. Es
el silencio que salva al poema del poeta, de los saberes que lo llevan a querer
utilizar el poema para informar sobre algo que él ya tiene cocinado de antemano
en su mente. Cuando es así el poema resulta un mal poema, uno que nace muerto,
porque dice únicamente lo que dice, no abre un espacio radiante, necesario para
la comunión entre un poema y su lector. El silencio es tan intrínseco y
necesario al poema como las palabras. El silencio del poema nos garantiza que
estamos siendo invitados al misterio del mundo, a contactar con aquello que
abisma el lenguaje y nos deja sin habla pero en comunión con el misterio en el
que estamos inmersos.
12 — ¿Con qué autores
—de renombre— “no te pasa nada”? Y
por extensión, ¿con qué directores cinematográficos, con qué artistas
plásticos?
DE — Es aventurado proclamar de una vez por todas con qué
autores de renombre “no me pasa nada”. Me ha sucedido que en ciertas etapas no
me decían nada determinados autores que más tarde sí me hablaron, porque yo
estaba preparada para escucharlos. Hay otros autores que ni siquiera llegué a
leer porque imaginé que no me pasaría nada con ellos. Puedo decir que en
términos generales no me pasa nada con los autores en los que predomina una
intención didáctica, una militancia exterior a la escritura, con los
moralistas, con los que hacen de la trivialidad auto-referencial una cruzada
anti-lírica, con muchos narradores que no ocasionan una experiencia de la
escritura misma, que solo apuestan a lo argumental. Resulta más fácil nombrar a
artistas destacados de otros campos: no me pasa casi nada con pintores como Fernando
Botero, Dalí, cierto Picasso, Marinetti y otros pintores futuristas; los directores de cine Greenaway y Chabrol tampoco me han
interesado, para nombrar dos representantes del cine de autor que es el que
prefiero.
13 — ¿Qué opinás del
pasado?
DE — ¡Qué enorme pregunta! ¿Cómo contestar a eso? No tengo
una vivencia estática del pasado, como si fuera un lugar de escenas
cristalizadas en el tiempo, sino como algo que se mueve conmigo, que cambia y
se actualiza según lo que voy pudiendo destilar. No me llama volver al pasado
si éste no modifica mi presente y se modifica en él. Creo que todos los tiempos
confluyen en el presente que es donde operamos, vivimos, escribimos…; lo que no
sigue sucediendo con nosotros son interpretaciones que inmovilizan nuestras
almas.
14 — ¿Rol que cumple la literatura en la actualidad?
DE — Yo diferencio
literatura de poesía, y prefiero hablar de esta última. El rol de la poesía en
el mundo actual sigue siendo despertar al lenguaje que nos atraviesa día a día,
lastrado y opacado por los discursos de los poderes dominantes que capturan
nuestro espíritu, nuestras emociones y nuestro pensamiento, esterilizando la
soledad de cada ser humano. La poesía nos recuerda que nada nos pertenece, que
somos vulnerables a lo inconmensurable, que pretender apoderarnos de los
significados nos empobrece y nos aísla, que hay un hambre que es del alma, que
somos creadores de mundos, que cada uno de nosotros es impar, único, por eso la
voz para llegar a otro tiene que volverse singular, para no quedar presa en la
jaula del ego. La poesía requiere de lectores dispuestos a una entrega activa, a
salirse de las velocidades alienantes del sistema para experimentar otra
duración, otra percepción del mundo.
15 — ¿Practicaste o practicás algún
deporte? ¿Cuáles te hubiera gustado practicar?
DE — No practico deportes. En la infancia y
adolescencia subía de un salto a los caballos y andaba sin montura. Antes, en
la primaria, era buena corriendo y saltando en ancho, por lo que mi padre —que mostraba
un optimismo desmesurado cada vez que yo me destacaba en algo— pensaba que
llegaría a las olimpíadas! Nunca volví a practicar ninguna de esas actividades.
Hace muchos años probé esquiar y me encantó, era como volar. Pero tampoco volví
a intentarlo porque me resultan demasiado ajenos los lugares preparados para
esos deportes, como también los clubs, los gimnasios, etc. Me hubiera gustado mucho
practicar algún arte marcial.
16 — ¿Cómo es un día de tu vida?
¿Dista extraordinariamente tu transcurrir del que te imaginabas cuando eras una
veinteañera?
DE — En un sentido dista
bastante de lo que imaginaba cuando era una veinteañera. Entonces no imaginaba
rutinas sino aventuras, encuentros arrebatadores y toda clase de excesos que
nunca viví de un modo que me deparara felicidad; excesivos solo fueron mis
errores. En otro sentido hay una continuidad, sigo escribiendo, me entusiasman
la mayoría de las cosas que ya me gustaban a los veinte años. Mis días no son
siempre iguales, pero suelo despertarme entre las ocho y las nueve de la
mañana. Hago un poco de yoga y trato de caminar media hora todos los días para
compensar el tiempo de lectura y de computadora. Después leo, contesto mails, me
ocupo de temas de la editorial, escribo cuando surge, a veces solo anoto palabras,
frases. Después, cerca del medio día efectúo esas actividades que me resultan
muy penosas, como son los trámites de todo color y especie. Vivo con mi hija
Camila; Marco, mi hijo mayor, vive solo pero viene seguido a casa. Mis dos
hijos ocupan un lugar central en mi vida, saber que están en el mundo me
sostiene el corazón. En ocasiones salgo a almorzar con ellos o almorzamos en
casa, aunque muchas veces nuestros horarios no coinciden. Los fines de semana
paso toda la mañana en un bar de mi barrio, siempre el mismo, donde leo y escribo.
Espero con ansiedad ese momento. El resto del tiempo lo dedico a distintas
actividades que van surgiendo con la vida. Me gusta ir al cine y al teatro.
Prefiero encontrarme con los amigos, con uno o dos a la vez, antes que las
reuniones de mucha gente. Pero soy impaciente y después de un rato de estar
acompañada quiero volver a mi soledad.
17 — ¿Te has obligado a leer la obra,
o buena parte de ella, de autores que no te entusiasmaban? ¿Qué leés que no sea
literatura?
DE — No, nunca me impuse
leer lo que no me gusta. Por eso no habría podido estudiar la carrera de
letras, por ejemplo. Siempre leí con placer y si cuando empiezo un libro no me
pasa nada, lo abandono inmediatamente. Fuera de la literatura, leo ensayos,
filosofía, algunas biografías. Hay lecturas que cada tanto me propongo realizar,
algo de la ciencia o de historia, pero por algún motivo lo voy postergando.
18 — Jorge Luis Borges en su prólogo
a la “Antología Poética” de Leopoldo
Lugones afirma: “La presencia de Hugo es
evidente en ‘Las Montañas del Oro’;
la de Albert Samain, poeta menor, en ‘Los crepúsculos del jardín’; la de Laforgue, en el ‘Lunario
sentimental’”. Y más adelante sigue: “Dos altos poetas americanos, Ramón López
Velarde y Ezequiel Martínez Estrada, heredaron y trabajaron su estilo [el
de Lugones], más afín a ellos que a él.”
¿Qué presencias o herencias dirías que pudieran advertirse en tu poética?
DE — Tuve muchas
influencias a lo largo de mi vida.
Rimbaud, Federico García Lorca, César Vallejo, Jacobo Fijman, Héctor Viel
Temperley, Paul Celan, Ungaretti, Michaux, Francisco Madariaga, Mark Strand,
para nombrar solo a algunos de ellos (a los que sumaría influencias de otros
lenguajes, como el cine de Andréi Tarkovski y el teatro de Tadeuz Kantor). No
sé si la presencia de estos poetas puede registrarse en mis poemas en un
sentido tan taxativo como lo plantea Borges para los autores que destaca, pero
en ellos ciertamente encontré revelaciones fulgurantes y propiciatorias para
escribir.
19 — “Obras narrativas”, “Ejercicios estilísticos”,
“Modelos de orquestación literaria”, “Literatura sincopada y ‘pura’”, son
expresiones con las que a veces se definen o presentan ciertos textos de, por
ejemplo, Peter Weiss y Samuel Beckett. ¿Algún comentario?...
DE — No leo mucho este tipo de crítica literaria, en la
que pululan términos y conceptos de la índole de los mencionados en la
pregunta. De Peter Weiss solo vi la magnífica versión cinematográfica que hizo
Peter Brook de su obra sobre la representación de la muerte de Marat. La
lectura de Beckett, su escritura críptica, siempre me resultó profundamente atractiva
y movilizadora, adherí inmediatamente a la dificultad de su escritura, me resisto
a encerrar en categorías académicas la experiencia única y renovada que me
deparan sus textos.
*
Dolores Etchecopar selecciona poemas de su autoría
para acompañar esta entrevista:
A una ciudad que se lleva en la sombra
Hay
muertos en la calle desierta
hay
muertos en el puente y en el bar
hay
muertos con una sola mano
en
la lenta esquina de la noche
hay
muertos en la gran hoja del cielo
y en
el rocío sujetan la luna morada de los días
los
niños vuelven de las plazas
con
una niebla de caballos
en
los ojos de los muertos
los
insectos devoran el agrio vestido de la hierba
hay
muertos que cantan una canción de ramas
hay
muertos que andan descalzos por un jardín roto
y no
les importa el suelo ni el árbol que grita
en
el fondo del aire
(de “La tañedora”, El Imaginero, 1984)
*
travesía
pasábamos
a esa luz del mar
sin
barca y sin nombre
abrigados
por una paloma
en
el umbral de la nada
el
borde amenazado de la luz sobre la piel
nos
llevaba a reír remaba
en
la piedra de otro reino
(de “El atavío”, El Imaginero, 1985)
*
Notas salvajes
si
tu lengua apoya las cacerías del silencio
sobre
mi lengua
hablaré
montaña
oscura
madre
clavada en la nieve
madre
clavada en el ángelus de la caverna
en
la vidriera en la rueca de los cuentos
en
la tonada de mi tonada puesta del revés
que
no puedo sacarme sin muerte
palabras
lentas de mi cuerpo en otra parte
palabras
fuertes mis enemigas
raspan
la noche el sol que me embarazó
sumergida
campana que cruza
los
caminos y los huesos
me
pusieron por nombre una raya roja
en
la ingle
alegría
antes
que el otoño fusile a las mariposas
estaremos
en el fondo de las pudriciones
caballo
blanco
tubérculo
que brilla en el regazo
y
arroja el oro de los muertos
sobre
el recién nacido
el
sol su cadera móvil y simple
pasará
frente al lenguaje
y
hablaré
alguien
corta los hilos del bosque
y
deja los ojos de mi madre
en
el suelo oscuro
puestera
del silencio
yo
vi una luciérnaga
y
las llaves que solo cierran
el
alba y los ojos
adiós
dije adiós a las palabras
voy
a dormir sobre el sexo de un color
el
agua que yo tuve en la infancia
está
dentro de tu boca
la
lentitud abre sus muslos de colores
y me
separo de la muerte
con
algo que la luna mece en mi cadera
muchacha
que saltas a la soga
sobre
la vereda caliente
o la
caída de las hojas
o el
miedo
feroces
mandíbulas te educan
puestera
del silencio
la
camisa planchada y doblada
los
ojos de mi madre en el suelo oscuro
adiós
dije adiós a las palabras
la
basura decora mi piel
como
un relámpago
(de “Notas salvajes”, Argonauta, 1989)
*
vacilación de los árboles y de los muertos
(a Amalia Rodrígues)
no
me dijeron que hacía frío
que
apenas se sostienen mis oleajes de fuego
aquí
donde mis días contados yo canto
en
el frío brillante
mientras
se están moviendo nuestros nombres
hacia
el fondo
a
medianoche
el
mar se acuesta sobre mi rostro
mis
viejas alas negras
me
dijeron que aquí no he llegado
que
deambulo con la cabeza decorada
por
el sollozo de mi reino
desde
que me sentaron en las rodillas de la luna
frente
al mar
para
que yo cante hasta que pueda
hasta
que nadie me encuentre
en
el precipicio de mi voz
hasta
que apoye sus profundas alas
mi
corazón
(de “Canción del precipicio”, Grupo Editor
Latinoamericano, 1994)
*
XVIII
en
mi casa algo grave le sucedía al silencio había hielo
en
un ojo un jardín aterrado era el otro
en
la oscuridad nevaba los pasos de mi padre
rápidos
llegaban en un día a todas mis edades y entraba
esa
luz en mi oído esa luz que quieren los árboles
para
tocar el día más allá de sus ramas
más
allá de sus frutos heridos por el hielo
yo
quería tocar la mañana de esa ciudad
que
se iba en los trenes
(de “El comienzo”, Hilos Editora, 2010)
*
escribir
de
una antigua privación sale mi raíz
por
eso puedo cantar y deshacerme
contra
una pregunta tan larga
el
descampado tiene un altar
pido
que sea un sonido por vez
rodear
la mañana que no llega
ese
abandono en la cruz de las palabras
una
vez más blandir el hacha y los pétalos
sobre
el silencio
(Inédito)
*
ese lugar inmenso
entonces
vi que la ciudad se hundía
y
grité después mucho después
un
grito que me llevó de mí hasta el tiempo
y no
se oyó
dónde
era que yo rogaba por nosotros
los
que íbamos
íbamos
con
las aguas y las flores y los restos
de
una frase a medio decir
porque
el No alumbraba ese lugar inmenso
donde
el viento de las palabras
soplaba
sin cesar
y
nos apagaba
(Inédito)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Dolores Etchecopar y Rolando Revagliatti.
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