EL PERFUME DE LA DISCORDIA
María sube al 152 en la terminal de Olivos, con esos ojos que
son puertos que guardan ausentes, su horizonte de sueños y un silencio de flor.
Toma siempre el primero, el de las cinco y treinta, para asegurarse ir sentada
hasta Arenales, donde la esperan ocho o nueve horas, con suerte, de secretaria
de un abogado. Claro que está destemplado este fin de otoño, pero ella no se ha
puesto el tapado marrón porque le gusta más una campera negra de cuero. Al
sombrerito pobre lo reemplazó por un gorro de lana que le tejió la abuela. Igual
a María todo le queda bien. Se acurruca en el asiento de la fila individual,
apoya la cabeza en la ventanilla y antes de llegar a Maipú ya está dormida. Las
gotas de Kenzo Flower que deja caer todas las mañanas sobre su cuello, ya se
desparraman por el colectivo.
A pocas cuadras, en la esquina de San Lorenzo, sube Ignacio,
la pareja cama afuera de María. Trabaja en un maxiquiosco de Suipacha y viajan
juntos desde Marzo. Por supuesto ya no hay asiento vacío, pero aunque lo
hubiera él siempre se para al lado de su novia, como si fuera el granadero
protector del sueño de la amada. La media hora hasta el centro no es un
castigo, la disfruta. No le saca la mirada de encima y en sus pensamientos
desfila la tarde de ayer paseando por la costanera de Vicente López y besándola
en medio del viento, secándole las lágrimas que provoca el frío. Aunque luego tuvieron
una discusión por alguna pavada, pero que últimamente se repiten a menudo, por
eso esta madrugada el Kenzo Flower le irrita la nariz y lo hace estornudar, una
especie de alergia por ansiedad, lejanía e incomprensión…casi casi una gripe de
desamor.
Antes de bajar María se acerca al conductor. Le dice que hace tres meses aguanta a ese tipo que se ubica a su lado todo
el viaje. “No me dice ni hace nada, vio…pero
con las cosas que están pasando una no sabe…mejor avisar antes y no ser luego
noticia en la pantalla de Crónica TV…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario