El
Chemo
El
Chemo se arrincona entre dos autos en abandono, sin pintura y oxidados;
tres cascos de caguama, a su lado, vacíos, olvidados, ya descansan. El casi
escuincle, en un recoveco de la calle Fray Pedro de Gante, en Tlalpan, en su
zona de hospitales, llora más con pujidos que con lágrimas; perdió la
selección, y de eso, Dios, nunca será perdonado. Como historia necesaria y
paralela, a tres metros de distancia, dos ancianos se platican, se
lloran, se acarician, se sonríen. Ella, dentro de sus lágrimas, susurra que el
doctor le ha dado un poquito más de tiempo y que, le ha dicho, que de este año
no pasará. Ante la proximidad del recuerdo sonríe, agradecida con la vida, al
pensar que al menos estará en la boda del más chaval de sus nietos, mientras
camina, orgullosa y presumiendo a su compañero de toda la vida, buscando un
microbús.., que los acerque a Pino Suarez.
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