lunes, 26 de septiembre de 2011

Carmen Rojas Larrazabal-Venezolana, reside en Los Ángeles, California, EEUU/Septiembre de 2011

Madre, quisiera


Sanar de olvido todo tu silencio,

llenar la cesta de cosechas nuevas,

del dulce fruto que creció en tu entrega,

de ese camino en compartida cuesta

de llegar sangrando, donde nadie llega.

Madre, quisiera

celebrar el triunfo de tus horas buenas

y las mariposas que en tu pecho vuelan,

las eternas rosas que tu mano inventa

y hasta tus retazos de vestir princesas.

Por tu gran amor y la infalible siembra,

por tu luz-azul presencia.

Por eso madre, quisiera.


Para tu silencio


Hay acordes breves

para tu silencio,

y arpegios de luna sobre tu mirada.

La lluvia revela en sus cuerdas de plata,

que ha labrado un surco

para tus palabras

en mi piel sedienta de sonidos nuevos.

Clara melodía

la de los anhelos,

que baña, serena

de bruma y de tiempo,

la silueta etérea de todos tus besos.

El arrullo tibio

de tu voz-reflejo

pintada en la llama

que encienden tus manos,

le va dibujando

a mi andar peregrino

un rumbo de soles

donde va tu nombre

deletreando en luces

todos los caminos,

y de mis silencios,

todos los rincones.

Desde un claro acento

de menudos tonos,

olvido en tus ojos

toda mi tristeza.

Melodías lejanas,

de armonía perfecta

que en tu voz errante

saben esperar

sobre techos llenos

de antigua esperanza.

Etéreos silencios

sobre el pentagrama

preludian los cantos

de mil tardes nuevas

donde el tiempo inventa

los versos sagrados

que jamás entrega.

Pero aquí te encuentro

cantando distancias

con tu voz sin huella

para esta nostalgia.

Esperar no debo,

no debo encontrarla

con su miel-acorde

que un amor reclama,

no debo anhelarla

aunque sea tan dulce

su voz de agua clara.

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