Madre, quisiera
Sanar de olvido todo tu silencio,
llenar la cesta de cosechas nuevas,
del dulce fruto que creció en tu entrega,
de ese camino en compartida cuesta
de llegar sangrando, donde nadie llega.
Madre, quisiera
celebrar el triunfo de tus horas buenas
y las mariposas que en tu pecho vuelan,
las eternas rosas que tu mano inventa
y hasta tus retazos de vestir princesas.
Por tu gran amor y la infalible siembra,
por tu luz-azul presencia.
Por eso madre, quisiera.
Para tu silencio
Hay acordes breves
para tu silencio,
y arpegios de luna sobre tu mirada.
La lluvia revela en sus cuerdas de plata,
que ha labrado un surco
para tus palabras
en mi piel sedienta de sonidos nuevos.
Clara melodía
la de los anhelos,
que baña, serena
de bruma y de tiempo,
la silueta etérea de todos tus besos.
El arrullo tibio
de tu voz-reflejo
pintada en la llama
que encienden tus manos,
le va dibujando
a mi andar peregrino
un rumbo de soles
donde va tu nombre
deletreando en luces
todos los caminos,
y de mis silencios,
todos los rincones.
Desde un claro acento
de menudos tonos,
olvido en tus ojos
toda mi tristeza.
Melodías lejanas,
de armonía perfecta
que en tu voz errante
saben esperar
sobre techos llenos
de antigua esperanza.
Etéreos silencios
sobre el pentagrama
preludian los cantos
de mil tardes nuevas
donde el tiempo inventa
los versos sagrados
que jamás entrega.
Pero aquí te encuentro
cantando distancias
con tu voz sin huella
para esta nostalgia.
Esperar no debo,
no debo encontrarla
con su miel-acorde
que un amor reclama,
no debo anhelarla
aunque sea tan dulce
su voz de agua clara.
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