jueves, 25 de octubre de 2012

Ascensión Reyes Elgueta-Chile/Octubre de 2012

ESTUVE ALLÍ

     Gerardo, hacía un curso de antropología en la universidad y estaba por terminar el año. Trabajaba contra el tiempo, debía presentar un completo estudio sobre los pueblos pre-incásicos del altiplano peruano y sus formas de vida. El tema le apasionó desde el comienzo, no obstante haber poca literatura al respecto. Sin embargo, ayudado por la señora bibliotecóloga que atendía a los estudiantes, sugiriéndoles autores o buscando textos con la información requerida, le presentó un tratado de Moraima Montibeller Ardiles, “Los Alimentos en el Mundo Andino”. El joven se había devorado el texto en corto tiempo por la forma interesante y completa con que estaban descritas: la cultura y las costumbres de aquellos pueblos; su organización y el cuidado del medio ambiente. Sobre todo su desarrollo en cuanto a los cultivos de los cuales dependía la supervivencia de sus habitantes. Después de leerlo y analizar la obra, dedujo que seguramente tuvieron bastante relación con los pueblos andinos del norte de Chile, hasta donde llegó la cultura del pueblo incaico. 

     El muchacho, tenía sueños atrasados por los nutridos festejos a los que había asistido, con motivo de la finalización del año académico. Era la única persona que aún quedaba en el amplio salón de lectura de la Biblioteca. De pronto, en el silencio y quietud de la sala, se imaginó que los anaqueles, colmados de libros, se precipitaban sobre él como una avalancha y lo dejaban con su mente en el limbo. Haciendo un esfuerzo volvió a abrir los ojos y de nuevo se encontró frente a la edición y al notebook en el cual tomaba notas para hacer su trabajo de investigación. Sentía que el sueño era superior a su voluntad y ...

     De súbito, una brisa suave movió las hojas del árbol bajo el cual dormía, se extrañó de sentir un repentino escalofrío que lo despertó bruscamente. Su cuerpo estaba casi desnudo, solamente tenía un taparrabos oscuro como hecho de piel de animal. Se tocó la cabeza y descubrió que su pelo había crecido y sus ondulaciones naturales, se habían convertido en un pelo liso y oscuro. Miró sus manos, luego su cuerpo y de un salto de puso en pie, la piel se le había oscurecido, un dorado pálido que sin ser negro era diferente a su tono blanco pecoso.
     A lo lejos sintió voces de hombres y dedujo que lo llamaban a él. Recorrió el sendero en bajada, orientándose por los sonidos. Todo a su alrededor eran arbustos y árboles. El suelo duro y rocoso lo obligaba a pisar con cuidado para no resbalar. Sus pies calzados con unos zapatos que le parecieron similares a las ojotas campesinas, siendo éste más artesanal que aquellas. Al fin llegó donde el grupo de hombres que lo esperaba. Le maravilló el hecho de que se podía expresar en el mismo lenguaje y lo que hablaban era totalmente comprensible para él.
     Tenían que preparar varios andenes para aprovechar las próximas lluvias anunciadas por el Yachay del pueblo. Él era parte de los chiqs, hombres jóvenes como él, quienes con herramientas rudimentarias, hechas de madera, construían estas terrazas para luego cultivar melgas de papas y quinoa. Los andenes los obtenían cortando el monte en terrazas siguiendo la sinuosidad del terreno.
     Recibió instrucciones y se maravilló de saber lo que tenía que hacer. Esponjar la tierra era su tarea, siempre observado por el jefe que supervigilaba el equipo, no como patrón sino como un guía atento y de buenas maneras. En los momentos de descanso escuchó decir que en esta ocasión debería hacerse un cambio en la siembra, porque según el calendario, habría menos agua que en los anteriores períodos. Esta noticia la aseguraba el camachiqs, experto en la dirección del curso de las aguas y aunque se aproximaban al Urocamachiqsrayani o Fiesta del Agua, todo dependía que los dioses los bendijeran con abundancia de nubes. En esta ocasión estaban preocupados por la posible escasez de este recurso.
     Todas las colinas estaban circundadas por aquellos andenes de siembras y alrededor una vegetación tupida, pero de poca altura. Trabajaban sin parar y cuando el cansancio era muy grande el camachics los surtía de agua y de hojas de coca para masticar; como una forma de ayudar a reponer energías.

     Hasta que llegó la noche y a una orden, los chiqs, junto a los guanacos y llamas que portaban la carga, terminaron la jornada y se retiraron a sus casas. Sin saber qué hacer, Gerardo los siguió. Después de mucho caminar se  encontró ante una vivienda de piedras con una pequeña entrada y un ventanuco en el muro. De pronto aparecieron dos niños que corrieron a sujetarse de sus piernas, lo cual le hizo suponer que estos pequeños serían sus hijos. Los acogió con cariño, pero sintió pánico de estar viviendo una vida que no era la suya. Y en su mente se alojó la siguiente interrogante: - Si aparecieron dos pequeños, que seguramente eran sus hijos, concluyó que dentro de la vivienda habría una mujer que sería su esposa, y lo más probable, diferente a Melinda, su novia. Y así fue, cuando penetró en la habitación, le costó acostumbrarse a la oscuridad. Su interior no le pareció tan pequeño; al centro había un fogón que daba calidez al ambiente, pegadas a las murallas unas colchonetas, o algo así, que le dieron la idea de camas donde se reposaba por las noches. Frente al fogón preparando comida, había una mujer joven, de piel tan oscura como la suya. El pelo liso peinado en trenzas, le caía hacia adelante. Le envió una cálida mirada con sus ojos rasgados y oscuros, lo observó un instante con una sonrisa y luego se incorporó mostrando su abultado vientre. Gerardo, pegó un respingo tan fuerte, pensando que ellos no estaban en condiciones para tener una tercera descendencia y por lo demás. ¡No! ¡No!... ¡Él no tenía hijos! Sabía que algo estaba mal. ¡Esa no era su vida! Posiblemente un mal sueño. Quiso salir corriendo, pero alguien lo sujetó fuertemente de un hombro, sacudiéndolo:

     - ¡Joven, ya, despierte!... se quedó tan profundamente dormido que no quise molestarlo. Pero ya debo apagar las luces. Se me hace tarde para regresar a mi casa... Tengo que cerrar la Biblioteca. 

1 comentario:

  1. QUE BIEN NARRADO TU CUENTO. PARECE QUE UNO ESTA DENTRO DE ESE SUEÑO.
    GRACIAS POR RECREARNOS.

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