ESTUVE ALLÍ
Gerardo, hacía un curso de antropología en
la universidad y estaba por terminar el año. Trabajaba contra el tiempo, debía
presentar un completo estudio sobre los pueblos pre-incásicos del altiplano
peruano y sus formas de vida. El tema le apasionó desde el comienzo, no
obstante haber poca literatura al respecto. Sin embargo, ayudado por la señora
bibliotecóloga que atendía a los estudiantes, sugiriéndoles autores o buscando
textos con la información requerida, le presentó un tratado de Moraima
Montibeller Ardiles, “Los Alimentos en el Mundo Andino”. El joven se había
devorado el texto en corto tiempo por la forma interesante y completa con que
estaban descritas: la cultura y las costumbres de aquellos pueblos; su
organización y el cuidado del medio ambiente. Sobre todo su desarrollo en
cuanto a los cultivos de los cuales dependía la supervivencia de sus
habitantes. Después de leerlo y analizar la obra, dedujo que seguramente
tuvieron bastante relación con los pueblos andinos del norte de Chile, hasta
donde llegó la cultura del pueblo incaico.
El muchacho, tenía sueños atrasados por los
nutridos festejos a los que había asistido, con motivo de la finalización del
año académico. Era la única persona que aún quedaba en el amplio salón de
lectura de la
Biblioteca. De pronto, en el silencio y quietud de la sala,
se imaginó que los anaqueles, colmados de libros, se precipitaban sobre él como
una avalancha y lo dejaban con su mente en el limbo. Haciendo un esfuerzo
volvió a abrir los ojos y de nuevo se encontró frente a la edición y al
notebook en el cual tomaba notas para hacer su trabajo de investigación. Sentía
que el sueño era superior a su voluntad y ...
De súbito, una brisa suave movió las hojas
del árbol bajo el cual dormía, se extrañó de sentir un repentino escalofrío que
lo despertó bruscamente. Su cuerpo estaba casi desnudo, solamente tenía un
taparrabos oscuro como hecho de piel de animal. Se tocó la cabeza y descubrió
que su pelo había crecido y sus ondulaciones naturales, se habían convertido en
un pelo liso y oscuro. Miró sus manos, luego su cuerpo y de un salto de puso en
pie, la piel se le había oscurecido, un dorado pálido que sin ser negro era
diferente a su tono blanco pecoso.
A lo lejos sintió voces de hombres y dedujo
que lo llamaban a él. Recorrió el sendero en bajada, orientándose por los
sonidos. Todo a su alrededor eran arbustos y árboles. El suelo duro y rocoso lo
obligaba a pisar con cuidado para no resbalar. Sus pies calzados con unos
zapatos que le parecieron similares a las ojotas campesinas, siendo éste más
artesanal que aquellas. Al fin llegó donde el grupo de hombres que lo esperaba.
Le maravilló el hecho de que se podía expresar en el mismo lenguaje y lo que
hablaban era totalmente comprensible para él.
Tenían que preparar varios andenes para
aprovechar las próximas lluvias anunciadas por el Yachay del pueblo. Él era
parte de los chiqs, hombres jóvenes como él, quienes con herramientas
rudimentarias, hechas de madera, construían estas terrazas para luego cultivar
melgas de papas y quinoa. Los andenes los obtenían cortando el monte en
terrazas siguiendo la sinuosidad del terreno.
Recibió instrucciones y se maravilló de
saber lo que tenía que hacer. Esponjar la tierra era su tarea, siempre
observado por el jefe que supervigilaba el equipo, no como patrón sino como un
guía atento y de buenas maneras. En los momentos de descanso escuchó decir que
en esta ocasión debería hacerse un cambio en la siembra, porque según el
calendario, habría menos agua que en los anteriores períodos. Esta noticia la
aseguraba el camachiqs, experto en la dirección del curso de las aguas y aunque
se aproximaban al Urocamachiqsrayani o Fiesta del Agua, todo dependía que los
dioses los bendijeran con abundancia de nubes. En esta ocasión estaban preocupados
por la posible escasez de este recurso.
Todas las colinas estaban circundadas por
aquellos andenes de siembras y alrededor una vegetación tupida, pero de poca
altura. Trabajaban sin parar y cuando el cansancio era muy grande el camachics
los surtía de agua y de hojas de coca para masticar; como una forma de ayudar a
reponer energías.
Hasta que llegó la noche y a una orden, los
chiqs, junto a los guanacos y llamas que portaban la carga, terminaron la
jornada y se retiraron a sus casas. Sin saber qué hacer, Gerardo los siguió.
Después de mucho caminar se encontró
ante una vivienda de piedras con una pequeña entrada y un ventanuco en el muro.
De pronto aparecieron dos niños que corrieron a sujetarse de sus piernas, lo
cual le hizo suponer que estos pequeños serían sus hijos. Los acogió con
cariño, pero sintió pánico de estar viviendo una vida que no era la suya. Y en
su mente se alojó la siguiente interrogante: - Si aparecieron dos pequeños, que
seguramente eran sus hijos, concluyó que dentro de la vivienda habría una mujer
que sería su esposa, y lo más probable, diferente a Melinda, su novia. Y así
fue, cuando penetró en la habitación, le costó acostumbrarse a la oscuridad. Su
interior no le pareció tan pequeño; al centro había un fogón que daba calidez
al ambiente, pegadas a las murallas unas colchonetas, o algo así, que le dieron
la idea de camas donde se reposaba por las noches. Frente al fogón preparando
comida, había una mujer joven, de piel tan oscura como la suya. El pelo liso
peinado en trenzas, le caía hacia adelante. Le envió una cálida mirada con sus ojos
rasgados y oscuros, lo observó un instante con una sonrisa y luego se incorporó
mostrando su abultado vientre. Gerardo, pegó un respingo tan fuerte, pensando
que ellos no estaban en condiciones para tener una tercera descendencia y por
lo demás. ¡No! ¡No!... ¡Él no tenía hijos! Sabía que algo estaba mal. ¡Esa no
era su vida! Posiblemente un mal sueño. Quiso salir corriendo, pero alguien lo
sujetó fuertemente de un hombro, sacudiéndolo:
- ¡Joven, ya, despierte!... se quedó tan
profundamente dormido que no quise molestarlo. Pero ya debo apagar las luces.
Se me hace tarde para regresar a mi casa... Tengo que cerrar la Biblioteca.
1 comentario:
QUE BIEN NARRADO TU CUENTO. PARECE QUE UNO ESTA DENTRO DE ESE SUEÑO.
GRACIAS POR RECREARNOS.
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