jueves, 25 de octubre de 2012

Margarita Rodriguez-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2012

LA LIBERTAD TIENE SU PRECIO

La noche anterior, Clara celebró su flamante divorcio cenando con sus amigas en Puerto Madero. Después del postre pidieron champagne para brindar. Aún conservaba la alianza de matrimonio. Se la había colocado en el anular de la mano izquierda antes de salir de su casa.
A la salida del restaurante pidió a sus amigas que la acompañaran hasta la orilla del rio. Se quitó la alianza, la contempló por última vez y, acto seguido, la  arrojó lo más lejos que pudo, viendo cómo era devorada por las oscuras aguas.
Después de un año y medio de matrimonio y varios meses de separada se empecinaba en  valerse por sí misma para todas las tareas del hogar. Pintó paredes, arregló enchufes, movió muebles cambiándolos de lugar para remodelar los ambientes. Iba y venía decidiendo cosas todo el tiempo. Disfrutaba de la libertad y no quería interferencias ni opiniones.
Ese sábado por la mañana, aprovechando su día libre, pensó en retocar  los marcos de las ventanas. Recordó que había un poco  de barniz en un armario del lavadero, pero las puertas estaban cerradas con un pasador. Hacía mucho tiempo que nadie tocaba ese mueble, por lo tanto las partes metálicas del mismo estaban oxidadas. Trató de abrirlo sin éxito hasta que, ejerciendo una presión superlativa, la traba cedió. Claro que hubiera sido más fácil con un desincrustante, de esos que vienen en aerosol, pero Carlos se había llevado la valija de herramientas y tuvo que ingeniárselas con lo que tenía a mano.
Atareada en esta dificultad, recordó las últimas palabras de su ex marido antes de dar el portazo de la despedida: “si me necesitás,  llamame” con ese tono imperativo que a ella tanto le molestaba. “puedo arreglármelas sola” pensó en ese momento, pero le respondió con una mueca que quedó a mitad de camino de ser sonrisa.
“Ya está, lo destrabé” se dijo con autosuficiencia. Con la presión cedió también la puerta, claro que tendría que comprar bisagras nuevas, pero esa era otra cuestión, obtuvo lo que necesitaba.
Lijó y pinceló, protegiendo los bordes de las paredes con cinta de enmascarar. Satisfecha, mientras se secaba el barniz, preparó café y encendió el televisor. Estaban pasando algo sobre el día internacional de la mujer. Descansó un rato,  luego le puso la correa a Dafne y juntas salieron  a hacer compras. Al pasar por la vidriera de una casa de bebés sintió una momentánea angustia al recordar con cuánta ilusión habían deseado tener un hijo.
Recordó cuando un año atrás, después de intentarlo infructuosamente, el especialista la encontró apta para la maternidad, pero Carlos se negó a hacerse estudios.
–yo no puedo ser el del  “problema”, debe ser tu ansiedad, ¿Por qué no vas al psicólogo?- Dijo él.
Y ella fue.
El analista  le recomendó hacer terapia de pareja y se lo comentó a su marido.
 –No estoy loco, no necesito psicólogo- le respondió.
_Me sugeriste que fuera y lo hice, ¿Yo sí estoy loca para vos?
El desencanto terminó con la pareja.
La terapia la ayudó a descubrir nuevas capacidades, estaba satisfecha con sus progresos. Cómo en toda crisis, no exenta de dolor y frustración, hay que tomar decisiones. Y ella creyó tomar las correctas.
Hizo sus compras y volvió a la casa.
Cómo todavía era temprano decidió visitar a sus padres. Notó  la alegría de ellos cuando le dieron la noticia: su hermana estaba embarazada y se sintió feliz por ella.
_Por fin un bebé en la familia- dijo el padre. Inmediatamente se arrepintió de sus palabras, pero ya era tarde.
Hubo cruces de miradas y se le llenaron los ojos de lágrimas No era justo, era un momento para disfrutar, no para angustiarse y no quería parecer envidiosa de su hermana. Adivinando sus pensamientos, la madre trató de consolarla diciéndole:
  _ Sos  joven, tenés todo el tiempo del mundo para formar una familia.
Hasta ese momento no se le había cruzado por la cabeza volver  a enamorarse. Cómo puede ser que, en cuestión de minutos,  experimentara sentimientos tan contradictorios, pensó.
Luego de pasar la tarde con ellos,  llamó a su hermana para felicitarla prometiéndole que iría al día siguiente.
Volvió a su casa, le quitó la correa a Dafne, le sirvió su comida y se metió en la bañera. El agua tibia comenzó a relajar su cuerpo y se dejó estar, a solas con sus pensamientos.
En el silencio, el goteo del grifo gastado del lavabo reclamaba urgente reparación, indiferente a las lágrimas que corrían por las mejillas de Clara.

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