LA LIBERTAD TIENE SU PRECIO
La
noche anterior, Clara celebró su flamante divorcio cenando con sus amigas en
Puerto Madero. Después del postre pidieron champagne para brindar. Aún
conservaba la alianza de matrimonio. Se la había colocado en el anular de la
mano izquierda antes de salir de su casa.
A la
salida del restaurante pidió a sus amigas que la acompañaran hasta la orilla
del rio. Se quitó la alianza, la contempló por última vez y, acto seguido, la arrojó lo más lejos que pudo, viendo cómo era
devorada por las oscuras aguas.
Después
de un año y medio de matrimonio y varios meses de separada se empecinaba en valerse por sí misma para todas las tareas del
hogar. Pintó paredes, arregló enchufes, movió muebles cambiándolos de lugar
para remodelar los ambientes. Iba y venía decidiendo cosas todo el tiempo.
Disfrutaba de la libertad y no quería interferencias ni opiniones.
Ese
sábado por la mañana, aprovechando su día libre, pensó en retocar los marcos de las ventanas. Recordó que había
un poco de barniz en un armario del
lavadero, pero las puertas estaban cerradas con un pasador. Hacía mucho tiempo
que nadie tocaba ese mueble, por lo tanto las partes metálicas del mismo
estaban oxidadas. Trató de abrirlo sin éxito hasta que, ejerciendo una presión
superlativa, la traba cedió. Claro que hubiera sido más fácil con un
desincrustante, de esos que vienen en aerosol, pero Carlos se había llevado la
valija de herramientas y tuvo que ingeniárselas con lo que tenía a mano.
Atareada
en esta dificultad, recordó las últimas palabras de su ex marido antes de dar
el portazo de la despedida: “si me necesitás, llamame” con ese tono imperativo que a ella
tanto le molestaba. “puedo arreglármelas sola” pensó en ese momento, pero le
respondió con una mueca que quedó a mitad de camino de ser sonrisa.
“Ya
está, lo destrabé” se dijo con autosuficiencia. Con la presión cedió también la
puerta, claro que tendría que comprar bisagras nuevas, pero esa era otra
cuestión, obtuvo lo que necesitaba.
Lijó y
pinceló, protegiendo los bordes de las paredes con cinta de enmascarar.
Satisfecha, mientras se secaba el barniz, preparó café y encendió el televisor.
Estaban pasando algo sobre el día internacional de la mujer. Descansó un rato, luego le puso la correa a Dafne y juntas
salieron a hacer compras. Al pasar por
la vidriera de una casa de bebés sintió una momentánea angustia al recordar con
cuánta ilusión habían deseado tener un hijo.
Recordó
cuando un año atrás, después de intentarlo infructuosamente, el especialista la
encontró apta para la maternidad, pero Carlos se negó a hacerse estudios.
–yo no puedo ser el del “problema”, debe ser tu ansiedad, ¿Por qué no
vas al psicólogo?- Dijo él.
Y ella fue.
El analista le
recomendó hacer terapia de pareja y se lo comentó a su marido.
–No estoy loco, no
necesito psicólogo- le respondió.
_Me sugeriste que fuera y lo hice, ¿Yo sí estoy loca para
vos?
El desencanto terminó con la pareja.
La
terapia la ayudó a descubrir nuevas capacidades, estaba satisfecha con sus
progresos. Cómo en toda crisis, no exenta de dolor y frustración, hay que tomar
decisiones. Y ella creyó tomar las correctas.
Hizo sus compras y volvió a la casa.
Cómo
todavía era temprano decidió visitar a sus padres. Notó la alegría de ellos cuando le dieron la
noticia: su hermana estaba embarazada y se sintió feliz por ella.
_Por
fin un bebé en la familia- dijo el padre. Inmediatamente se arrepintió de sus
palabras, pero ya era tarde.
Hubo
cruces de miradas y se le llenaron los ojos de lágrimas No era justo, era un
momento para disfrutar, no para angustiarse y no quería parecer envidiosa de su
hermana. Adivinando sus pensamientos, la madre trató de consolarla diciéndole:
_ Sos
joven, tenés todo el tiempo del mundo para formar una familia.
Hasta
ese momento no se le había cruzado por la cabeza volver a enamorarse. Cómo puede ser que, en cuestión
de minutos, experimentara sentimientos
tan contradictorios, pensó.
Luego
de pasar la tarde con ellos, llamó a su
hermana para felicitarla prometiéndole que iría al día siguiente.
Volvió
a su casa, le quitó la correa a Dafne, le sirvió su comida y se metió en la
bañera. El agua tibia comenzó a relajar su cuerpo y se dejó estar, a solas con
sus pensamientos.
En el
silencio, el goteo del grifo gastado del lavabo reclamaba urgente reparación,
indiferente a las lágrimas que corrían por las mejillas de Clara.
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