El mono
Fue
un domingo veintitrés de septiembre de mil novecientos sesenta y tres.
El
partido de fútbol había terminado, los espectadores se retiraban del estadio de
Independiente, en Avellaneda. Vendedores ambulantes se mezclaban con ellos,
algunos satisfechos por sus buenas ventas, otros, los menos, con expresión de
frustración, entre ellos un joven pobremente vestido con dificultad para
caminar por una evidente lesión en el pie derecho. Sus ventas, muñequitos de
colores, habían sido escasas. Intentó subir a un colectivo, éste inició la
marcha y el muchacho no pudo colocar el pie lesionado. Cayó bajo las ruedas del
vehículo, fue trasladado a un hospital cercano y allí, dos días más tarde
falleció como consecuencia de las graves heridas.
La
gente que presenció el accidente no reconoció a la víctima; en general
lamentaban lo sucedido.
Llegó
la policía y la ambulancia salió del lugar haciendo sonar la sirena. Sólo quedó
en la vereda un hombre mayor, casi un anciano.
La
tarde estaba partiendo, lentamente el hombre se alejó, cabizbajo, las manos por
detrás y recordó… Hace más o menos unos trece años,
el Luna Park estallaba de público, se presentaba el ídolo de los “cabecitas
negras”: el muchacho moreno, aguerrido, golpeador como pocos. Castigaba al
rival sin piedad; había en ello ensañamiento, tal vez, revancha por la pobreza
que vivió en la infancia como lustrabotas en la estación Constitución y las
riñas cotidianas cuando vendía diarios y alguien quería “coparle la parada”.
Fanfarrón sobre el ring y fuera de él, su público lo apodaba “el tigre”, los
que iban a verlo perder: “el mono”.
Combatió noventa y seis veces, ganó
setenta y dos, no había necesidad de contar los perdidos. El último acababa de
perderlo por knock out, a pocos metros, sin público aplaudiendo, gritando,
feliz por la victoria del ídolo.
El presidente Perón gustaba del
boxeo y asistía a las peleas. En una de las noches triunfales le estrechó la
mano, “El Mono”, con total desparpajo le dijo: -General: dos potencias se
saludan.
Gozó el favor de gobernantes y
funcionarios del gobierno. Ganó mucho dinero que fue agotando en noches de
juergas, mujeres, “amigos del campeón”, alcohol e innumerables excesos.
La fama lo llevó a pelar en Estados
Unidos, ganó un combate y fue vergonzosamente derrotado a los pocos segundos
del primer round en la segunda pelea.
Cuando regresó al país ya no tenía
el apoyo presidencia; pero continuó combatiendo contra rivales de poca calidad,
aún así, ganó trece peleas.
No tendría que haber peleado con
Prada, quería demostrar que podía, no pudo, fue vencido y se retiró del boxeo.
La Asociación Argentina
de Boxeo le prohibió pelear para siempre. Su declarado peronismo fue el motivo
de la sanción.
Sin fama, sin dinero, viviendo de la
caridad de algunos de sus admiradores de los tiempos gloriosos, habitó en una
villa miseria. Una inundación lo dejó sin casa y sin sus escasos bienes.
Para mejorar la situación incursionó
en espectáculos de catch; pero pocos lo recuerdan.
El
hombre que camina por las calles de Avellaneda entra en un bar, siente frío,
pide un café, el murmullo del local lo traslada a las noches del Luna Park
cuando “El Mono” Gatica, peleaba a lo guapo, siempre ganaba, dedicaba el
triunfo al General y a su esposa. Escupía e insultaba a los “oligarcas” que lo iban
a ver perder.
Esta
tarde sólo un hombre fue testigo de su derrota definitiva.
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