TORMENTA
Me despierto por el ruido
de la lluvia que asemeja el sonido de
marimbas en esta noche que creía apacible. Casi en un susurro empiezo a
tararear nuestra canción.
Ansío que las gotas
que caen sobre el techo de chapa se oigan a pesar del viento que hace chirriar
las vigas de madera.
Ahora el golpeteo se oye
más intenso como si fuera una muchedumbre que se acerca vociferando un grito de
guerra acompañado de timbales.
Es pasada la
medianoche como aquella vez.
De repente una luz
intensa como el disparo de un flash entra por la ventana entreabierta.
Luego aparece el
trueno brutal y violento que aumenta mis expectativas.
No me asusta. No me
inquieta. Al contrario. Siempre lo estoy esperando.
Me levanto feliz. No es común una tormenta en este lugar árido
donde transcurre mi vida.
Entre luces, truenos y
lluvia que suenan como una orquesta sinfónica, me cubro con mi mejor vestido.
Tela blanca y vaporosa
envuelve mi cuerpo y salgo a la calle.
Solo los relámpagos
iluminan el escenario que parece un telón cerrado por el agua que cae a raudales.
Los charcos hierven de
gotas espumantes y me hundo cada vez más entre sus burbujas.
Mi vestido está adherido
al cuerpo cual si fuera un celofán incoloro.
El cabello pegado a la
cara me tapa los ojos de a ratos y mi mirada brilla entre lluvia y lágrimas.
Sigo avanzando por las
calles inundadas.
Me cuesta cruzar las
bocacalles. El agua me empuja violenta hacia el río donde desembocan las alcantarillas.
Canto. Todo el tiempo
voy cantando. Lo vuelvo a tener a mi lado. Lo abrazo.
Siento que giramos los
dos en una danza loca inundando de felicidad todo mi ser.
De a poco el temporal
amaina.
Los charcos ya no
burbujean y los flashes dejan de dispararse.
Desando el camino. La
oscuridad me envuelve.
Ahora estoy otra vez
sola.
Así, empapada, me acuesto y envuelta entre las sábanas,
aprieto fuertemente los párpados para no
ver la luz del nuevo día que me lo va a arrebatar otra vez, hasta recuperarlo
en la próxima tormenta.
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