miércoles, 21 de octubre de 2015

Nechi Dorado-Argentina/Octubre de 2015

“Imanes” de la artista visual argentina Beatriz Palmieri


Relato sin importancia o ¿cómo regresar de la muerte sin matar a nadie?

Desde siempre, digamos, desde mucho tiempo atrás al día de la fecha, Eliana pensaba que su vida fue una constante siembra de imanes. Cuerpos extraños, ya que lo único que atraían era cosas insólitas, además de algunas demasiado complejas que no entrarían dentro de los márgenes desparejos, insustanciales,  que motivan este relato. La última situación tuvo una conjunción de trances entremezclados, porque de eso se trata cuando se alían preocupaciones,  cierta angustia, replanteamientos respecto a elementos dejados a medio terminar cuando de pronto aparece la noticia de tu muerte desparramada boca a boca. Por fortuna, Eliana era de esa gente asimiladora de la teoría que sostiene que la vida en sí misma es una comedia.
Desde hacía algunos años se radicó temporalmente en un pueblo habitado masivamente en época turística, con una población estable relativa y rodeada de mar y arena. Era común encontrarla una parte del año  en ese pueblo costero y el resto de los meses, en la gran orbe, esa que parece tener colmillos afilados prestos a clavarse en la yugular de cualquiera al menor descuido y que ni siquiera te da la posibilidad de respirar aire puro como para recomponerte de heridas.
Esa vez y al demorar su tiempo de regreso por mil motivos personales --entre estos, trámites citadinos y nietos que se extrañan tanto en la lejanía-  y como en los pueblitos chicos las noticias suelen correr como reguero de pólvora, a alguien se le ocurrió comentar a los pocos  residentes estables, que Eliana había fallecido.
-¡Con razón la casa estaba siempre cerrada! Comentaban, habrá muerto por el cigarrillo, sentenciaban. ¡Fumaba tanto!
-Y sí, a esta altura del año ella debía estar acá hace rato, agregaba otro con contundencia y la noticia se fue fortaleciendo, adquiriendo un aire göebeliano capaz de rememorar  aquel famoso: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. –Convengamos que el tipo no estaba errado ya que aún con la Wehrmacht reculando en todos los frentes, logró que el pueblo alemán pensara que la victoria nazi era un hecho-.
(bue…no se si no ganaron los nazis si analizamos cómo está el mundo ardiendo y no de amor, sino de espanto)
Volviendo al tema central de la muerte aún no ocurrida:
Una residente estable llamó por teléfono a su tía, mujer que tal como Eliana pasara meses vacacionando en esa zona, distante a unos 360 kilómetros de la gran orbe que mencioné antes.  Tenía que contarle sobre la muerte de Eliana aunque la transmisora no tuvo en cuenta que su tía era una mujer de 90 años y que a esa edad no es oportuno dar telefónicamente esos anuncios, ya que la susceptibilidad se vuelve más susceptible como es fácil comprender. Pero hay que tener en cuenta que esa reproductora sabía que Eliana y la ancianita sentían, una por la otra, un gran aprecio cimentado durante muchos años de vecindad transitoria en el lugar.
Muchos conocidos llamaron por teléfono a casa de Eliana para, de encontrarlos, dar el pésame a sus hijos y para conocer detalles del desenlace imprevisto, pero claro, Eli parecía tener  ruedas en los talones además de vivir sola, por ello nunca nadie respondió a los llamados,   como para sumar referencias al obituario oral. Ello fortalecía la idea de la muerte que se dio por confirmada.
Una tarde de frío, de esas que invitan a permanecer en casa pegaditos a la calefacción, pese  al canibalismo de los directivos de las  empresas que suministran el servicio de gas natural, Eliana tuvo la ocurrencia –también diríamos que pésima- de llamar a la anciana que la creía muerta. Intentaré transcribir lo más acertadamente el corto diálogo entre las mujeres que de pronto y por falta de un interlocutor se volvió monólogo preocupante.
-¡Hola Anita! Exclamó Eliana al escuchar la voz suave del otro lado del tubo telefónico. Soy Eliana. Por un momento se hizo un silencio  demasiado largo según percibió “el cadáver” que solo atinó a murmurar –¡estos teléfonos de mierda!
-Bah, después la llamo de nuevo, está tan viejita que tal vez no me escuchó -aunque los teléfonos andan mal en serio- sostuvo para sí.
Como esta mujer no era muy paciente, en vez de repetir la misma llamada modificó el rumbo de sus dedos, marcando el número de la casa de la sobrina de la anciana, con la que  también tenía una agradable relación amistosa.
-¡¿Hola Sofi, cómo estás?!
-¿Quién habla? Preguntó la tal Sofi, aunque insinuó una cierta duda como si quisiera decir ¿en serio sos vos, Eli?
-¡Claro, soy yo, Sofi! ¿Ya no reconocés mi voz?
-¡Elia- a-e- Eliana! ¿Vos? ¡Ay mi madre, no me digas que en serio sos vos!
-Ey nena, me hacés sentir un espectro, respondió Eliana, desconociendo
que lo era ya que había sido eliminada del padrón vecinal.
Allí fue cuando esta mujer, sembradora de imanes, se enteró de su “muerte” y del pesar de la gente conocida al conocer  la infausta noticia.
No obstante la gracia que le causó enterarse por otra persona de su fallecimiento, no dejó de sentir como si una culebra le recorriera la espalda. Creo que a nadie le gusta advertir que ya no forma parte de este mundo, sino que se convirtió en millones de moléculas esparcidas sin posibilidad de ingreso a ningún cielo si lo hubiera.
-No sabés qué mal nos cayó saber que habías muerto, trataba de explicar Sofi mientras las letras se atropellaban unas a otras. Hasta la llamé a mi tía Ana para contarle ¡y lloró tanto la pobre vieja!
-¿A…a… a tu tía? ¡Sofi, no podés dar semejante noticia a una persona tan mayor y sin chequearla antes! respondió Eliana mientras la culebra se reproducía y ya eran varias las que estaban tomando su espalda como okupas.
-¡A tu tía acabo de llamarla, cuando le dije mi nombre no respondió nada…
En el pueblito costero ahora se habla de la muerte de Anita por causas desconocidas y dejando el teléfono estampado contra el suelo.
-Seguramente fue víctima de un secuestro virtual, agregan mientras iban formando aguaceros de subjetividad.
 -Nihil novi sub sole, murmuró la versión siglo XXI del milagro de la resurrección, es innegable que el arma más letal es la lengua humana, dijo y salió sonriendo hacia la recolección de algún imán nuevo. Otro de esos cuerpos extraños que lo único que atraían era cosas insólitas.

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