“Imanes” de la artista visual argentina
Beatriz Palmieri
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Relato sin importancia o
¿cómo regresar de la muerte sin matar a nadie?
Desde siempre,
digamos, desde mucho tiempo atrás al día de la fecha, Eliana pensaba que su
vida fue una constante siembra de imanes. Cuerpos extraños, ya que lo único que
atraían era cosas insólitas, además de algunas demasiado complejas que no
entrarían dentro de los márgenes desparejos, insustanciales, que motivan este relato. La última situación
tuvo una conjunción de trances entremezclados, porque de eso se trata cuando se
alían preocupaciones, cierta angustia,
replanteamientos respecto a elementos dejados a medio terminar cuando de pronto
aparece la noticia de tu muerte desparramada boca a boca. Por fortuna, Eliana
era de esa gente asimiladora de la teoría que sostiene que la vida en sí misma
es una comedia.
Desde hacía
algunos años se radicó temporalmente en un pueblo habitado masivamente en época
turística, con una población estable relativa y rodeada de mar y arena. Era
común encontrarla una parte del año en
ese pueblo costero y el resto de los meses, en la gran orbe, esa que parece
tener colmillos afilados prestos a clavarse en la yugular de cualquiera al
menor descuido y que ni siquiera te da la posibilidad de respirar aire puro
como para recomponerte de heridas.
Esa vez y al
demorar su tiempo de regreso por mil motivos personales --entre estos, trámites
citadinos y nietos que se extrañan tanto en la lejanía- y como en los pueblitos chicos las noticias
suelen correr como reguero de pólvora, a alguien se le ocurrió comentar a los
pocos residentes estables, que Eliana
había fallecido.
-¡Con razón la
casa estaba siempre cerrada! Comentaban, habrá muerto por el cigarrillo,
sentenciaban. ¡Fumaba tanto!
-Y sí, a esta
altura del año ella debía estar acá hace rato, agregaba otro con contundencia y
la noticia se fue fortaleciendo, adquiriendo un aire göebeliano capaz de
rememorar aquel famoso: “una mentira
repetida mil veces se convierte en verdad”. –Convengamos que el tipo no estaba
errado ya que aún con la
Wehrmacht reculando en todos los frentes, logró que el pueblo
alemán pensara que la victoria nazi era un hecho-.
(bue…no se si no
ganaron los nazis si analizamos cómo está el mundo ardiendo y no de amor, sino
de espanto)
Volviendo al tema
central de la muerte aún no ocurrida:
Una residente
estable llamó por teléfono a su tía, mujer que tal como Eliana pasara meses
vacacionando en esa zona, distante a unos 360 kilómetros de la
gran orbe que mencioné antes. Tenía que
contarle sobre la muerte de Eliana aunque la transmisora no tuvo en cuenta que
su tía era una mujer de 90 años y que a esa edad no es oportuno dar
telefónicamente esos anuncios, ya que la susceptibilidad se vuelve más
susceptible como es fácil comprender. Pero hay que tener en cuenta que esa
reproductora sabía que Eliana y la ancianita sentían, una por la otra, un gran
aprecio cimentado durante muchos años de vecindad transitoria en el lugar.
Muchos conocidos
llamaron por teléfono a casa de Eliana para, de encontrarlos, dar el pésame a
sus hijos y para conocer detalles del desenlace imprevisto, pero claro, Eli
parecía tener ruedas en los talones
además de vivir sola, por ello nunca nadie respondió a los llamados, como para sumar referencias al obituario
oral. Ello fortalecía la idea de la muerte que se dio por confirmada.
Una tarde de
frío, de esas que invitan a permanecer en casa pegaditos a la calefacción,
pese al canibalismo de los directivos de
las empresas que suministran el servicio
de gas natural, Eliana tuvo la ocurrencia –también diríamos que pésima- de
llamar a la anciana que la creía muerta. Intentaré transcribir lo más
acertadamente el corto diálogo entre las mujeres que de pronto y por falta de
un interlocutor se volvió monólogo preocupante.
-¡Hola Anita!
Exclamó Eliana al escuchar la voz suave del otro lado del tubo telefónico. Soy
Eliana. Por un momento se hizo un silencio
demasiado largo según percibió “el cadáver” que solo atinó a murmurar
–¡estos teléfonos de mierda!
-Bah, después la
llamo de nuevo, está tan viejita que tal vez no me escuchó -aunque los
teléfonos andan mal en serio- sostuvo para sí.
Como esta mujer
no era muy paciente, en vez de repetir la misma llamada modificó el rumbo de
sus dedos, marcando el número de la casa de la sobrina de la anciana, con la
que también tenía una agradable relación
amistosa.
-¡¿Hola Sofi,
cómo estás?!
-¿Quién habla?
Preguntó la tal Sofi, aunque insinuó una cierta duda como si quisiera decir ¿en
serio sos vos, Eli?
-¡Claro, soy yo,
Sofi! ¿Ya no reconocés mi voz?
-¡Elia- a-e-
Eliana! ¿Vos? ¡Ay mi madre, no me digas que en serio sos vos!
-Ey nena, me
hacés sentir un espectro, respondió Eliana, desconociendo
que lo era ya que
había sido eliminada del padrón vecinal.
Allí fue cuando
esta mujer, sembradora de imanes, se enteró de su “muerte” y del pesar de la
gente conocida al conocer la infausta
noticia.
No obstante la
gracia que le causó enterarse por otra persona de su fallecimiento, no dejó de
sentir como si una culebra le recorriera la espalda. Creo que a nadie le gusta
advertir que ya no forma parte de este mundo, sino que se convirtió en millones
de moléculas esparcidas sin posibilidad de ingreso a ningún cielo si lo
hubiera.
-No sabés qué mal
nos cayó saber que habías muerto, trataba de explicar Sofi mientras las letras
se atropellaban unas a otras. Hasta la llamé a mi tía Ana para contarle ¡y
lloró tanto la pobre vieja!
-¿A…a… a tu tía?
¡Sofi, no podés dar semejante noticia a una persona tan mayor y sin chequearla
antes! respondió Eliana mientras la culebra se reproducía y ya eran varias las
que estaban tomando su espalda como okupas.
-¡A tu tía acabo
de llamarla, cuando le dije mi nombre no respondió nada…
En el pueblito
costero ahora se habla de la muerte de Anita por causas desconocidas y dejando
el teléfono estampado contra el suelo.
-Seguramente fue
víctima de un secuestro virtual, agregan mientras iban formando aguaceros de
subjetividad.
-Nihil novi sub sole, murmuró la
versión siglo XXI del milagro de la resurrección, es innegable que el arma más
letal es la lengua humana, dijo y salió sonriendo hacia la recolección de algún
imán nuevo. Otro de esos cuerpos extraños que lo único que atraían era cosas
insólitas.
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