martes, 23 de abril de 2019

Luis Tulio Siburu-Argentina/Abril de 2019


A MEDIANOCHE ME TRANSFORMO 

Los primeros meses fueron una maravilla. A pesar de ser la segunda experiencia matrimonial de los dos.
Besitos a las ocho de la mañana. Levantarse a prepararle el desayuno y llevárselo a la cama. Todos los jueves, día que la conocí, llegaba el chico del florista con un ramo de rosas y volvíamos a mirar por enésima vez el video de la fiesta de casamiento o yo le leía alguna poesía de Neruda o ella me relataba casi de memoria un capítulo incandescente de Florencia Bonelli.
A la vuelta del trabajo, cenábamos con champagne y comenzábamos a hacer el amor bien temprano, de forma tal que antes de la medianoche ya estábamos los dos completamente dormidos, agotados pero felices. Ella con su deshabillé transparente que erizaba mi piel y algo más. Yo con el pijama de pantalón corto y ajustado de satén azul furioso que ella había elegido para calmar su erotismo, exacerbado por cómo se destacaban mis partes íntimas.
Nunca las campanadas de las 12 nos encontraban conscientes, ya estábamos en plenos sueños, cada uno con el suyo, aunque ambos estábamos en ambos.
No sé qué pasó. Ni cuándo ni cómo. Habrá sido tanto Netflix o mucha fugazzeta con jamón del delivery de la vuelta.  O la pastilla para la acidez, no leí el prospecto, capaz que afecta. Pero algo comenzó a cambiar. Y no de a poco, diría que violentamente.
Hasta que una noche me desperté a las 23.45 con ganas de orinar. El urólogo me había dicho que una meada nocturna es normal, así que cuando me fui al baño en penumbras no me preocupé. Lo que me extrañó es que abrí su caja de cosméticos y - parado ante el espejo – comencé con el mismo ritual de ella que yo a veces contemplaba. Labios, cejas, pestañas y mejillas adquirieron rápidamente un brillo insospechado, aunque algunos pelitos de barba aparecieran por debajo. Para colmo ella siempre deja una bombacha colgando en la bañera para que se seque durante la noche. Y yo, en un impulso irrefrenable, lo cambié por el pantaloncito azul que me tenía los huevos en la garganta. Y así luqueado me volví al dormitorio. Para eso ya eran las doce, plena medianoche.
Me acerqué despacito, fui corriendo las sábanas, con una mano acaricié su nuca y con la otra su vientre. Sentí que se acurrucaba mimosa, las cosas que hace el placer. Escuché un murmullo, buscaba la perilla del velador. De golpe se hizo la luz…
La primer chancleta colorida y divina, regalo que traje del barrio chino, voló de derecha a izquierda y tiró al suelo toda la colección del Marqués de Sade, comprada una tarde que intuíamos una noche de lujuria. La segunda fue más precisa. Acertó justo en mi bajo vientre. Allí me dí cuenta que mi shorcito azul protegía más que su bombacha blanca.         

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