ALUCINACIÓN
El mar estaba totalmente embravecido. El
hombre asido a un madero, rodeándolo con sus brazos, convertidos en verdaderas
tenazas, estuvo mucho tiempo luchando por mantenerse a flote. A veces el oleaje
lo tapaba totalmente, luego afloraba...Y así, después de un tiempo que para el
náufrago fue interminable, el mar se calmó y entre la marejadilla divisó, a lo
lejos, un bote solitario...
No puede
evitar estar confuso, su pensamiento no es coherente, el tiempo ha dejado de
tener sentido. Sin embargo, algo recuerda. El impacto conmocionó a todos,
primando solamente el deseo de sobrevivir.
Tiene una idea vaga del desconcierto y caos en que cayeron todos los
pasajeros, previos al hundimiento de la gran mole en la inmensidad de ese mar
agitado. Han pasado días, no los ha
contado. ¡Tampoco tiene objeto hacerlo!
Es de
noche, la luna alumbra las suaves ondas con un brillo de plata, pero su hambre
y sed son más importantes en este momento. De
pronto alguien se acerca por la borda. Su cabellera es oscura, larga,
ondeada, cubriendo levemente su desnudez nacarada. Él le tiende la mano para
subirla a la embarcación. Como presintiendo la desesperación del hombre, la
joven junta sus manos y en el cuenco de ellas sacia sus ansias de agua fresca.
También lo alimenta con manjares desconocidos que lleva en una extraño
envoltorio. Él le cuenta sobre el naufragio. Sólo aquello que logra recordar.
También de María. Ella iba con él, pero en lugares distantes cuando una ola
gigante volcó el barco.
Conversan
mucho tiempo, más bien, es la voz del hombre la que se escucha, la joven presta
atención. Cuando se vislumbra el amanecer ella lo abandona, dejando tras de sí,
sólo ondas que se agrandan hasta desaparecer.
Así
vuelve cada noche, muchas noches...En una de ellas, bajo la claridad lunar,
descubren sus cuerpos y con deseos incontenibles el hombre se olvida de la
situación, de sus apremios y de lo que sucederá más adelante. La piel de ella
es suave y tibia a la caricia. Sus labios se abren como buscando el hálito candente
del deseo. Ella lentamente se tiende en el bote, su larga cabellera la recibe.
Sin palabras lo invita a una pasión que los consumirá por un lapso difícil de
medir. En la pequeña embarcación se ha desatado una tormenta de truenos y
relámpagos, mientras el mar mece suavemente el bote y la luna avergonzada se
esconde tras una nube. Se parece a María, pero a ella la recuerda como una foto
borrosa. Su invitada es más bella, y lo transporta a mundos desconocidos. ¡Se
siente feliz!, ahora ya tiene una respuesta, cree en ese sentimiento que nubla
la razón.
Ha
pasado tiempo. ¡No sabe cuánto! Esta noche ella le anuncia que debe partir,
debe emigrar a otros mares. Él la ruega, le suplica que no lo abandone. ¡La
necesita!, ahora él reconoce el sentimiento y se lo dice. Ella le cierra los
ojos con sus labios, suavemente. Luego, siente la exquisita presión de su boca
en la suya. No se da cuenta en qué instante ella desaparece. Sólo distingue su
cabellera oscura y su piel de nácar, mientras se sumerge y sólo quedan ondas
circulares que pronto se agrandan y se pierden en la inmensidad.
Él se
incorpora y observa con desesperación. No puede seguirla, el océano es profundo
y frío, no tiene ninguna alternativa.
Al vaivén de la marejadilla, el bote
se mece solitario. Una gaviota se posa en la borda y lanza un agudo graznido
que anuncia la proximidad de la playa. En la orilla, entre los restos de un
naufragio, las olas lamen un cuerpo desfallecido que comienza a moverse.
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