sábado, 22 de junio de 2019

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Junio de 2019


ALUCINACIÓN

             El mar estaba totalmente embravecido. El hombre asido a un madero, rodeándolo con sus brazos, convertidos en verdaderas tenazas, estuvo mucho tiempo luchando por mantenerse a flote. A veces el oleaje lo tapaba totalmente, luego afloraba...Y así, después de un tiempo que para el náufrago fue interminable, el mar se calmó y entre la marejadilla divisó, a lo lejos, un bote solitario...

            No puede evitar estar confuso, su pensamiento no es coherente, el tiempo ha dejado de tener sentido. Sin embargo, algo recuerda. El impacto conmocionó a todos, primando solamente el deseo de sobrevivir.  Tiene una idea vaga del desconcierto y caos en que cayeron todos los pasajeros, previos al hundimiento de la gran mole en la inmensidad de ese mar agitado.  Han pasado días, no los ha contado. ¡Tampoco tiene objeto hacerlo!
            Es de noche, la luna alumbra las suaves ondas con un brillo de plata, pero su hambre y sed son más importantes en este momento. De  pronto alguien se acerca por la borda. Su cabellera es oscura, larga, ondeada, cubriendo levemente su desnudez nacarada. Él le tiende la mano para subirla a la embarcación. Como presintiendo la desesperación del hombre, la joven junta sus manos y en el cuenco de ellas sacia sus ansias de agua fresca. También lo alimenta con manjares desconocidos que lleva en una extraño envoltorio. Él le cuenta sobre el naufragio. Sólo aquello que logra recordar. También de María. Ella iba con él, pero en lugares distantes cuando una ola gigante volcó el barco.
            Conversan mucho tiempo, más bien, es la voz del hombre la que se escucha, la joven presta atención. Cuando se vislumbra el amanecer ella lo abandona, dejando tras de sí, sólo ondas que se agrandan hasta desaparecer.
            Así vuelve cada noche, muchas noches...En una de ellas, bajo la claridad lunar, descubren sus cuerpos y con deseos incontenibles el hombre se olvida de la situación, de sus apremios y de lo que sucederá más adelante. La piel de ella es suave y tibia a la caricia. Sus labios se abren como buscando el hálito candente del deseo. Ella lentamente se tiende en el bote, su larga cabellera la recibe. Sin palabras lo invita a una pasión que los consumirá por un lapso difícil de medir. En la pequeña embarcación se ha desatado una tormenta de truenos y relámpagos, mientras el mar mece suavemente el bote y la luna avergonzada se esconde tras una nube. Se parece a María, pero a ella la recuerda como una foto borrosa. Su invitada es más bella, y lo transporta a mundos desconocidos. ¡Se siente feliz!, ahora ya tiene una respuesta, cree en ese sentimiento que nubla la razón.
            Ha pasado tiempo. ¡No sabe cuánto! Esta noche ella le anuncia que debe partir, debe emigrar a otros mares. Él la ruega, le suplica que no lo abandone. ¡La necesita!, ahora él reconoce el sentimiento y se lo dice. Ella le cierra los ojos con sus labios, suavemente. Luego, siente la exquisita presión de su boca en la suya. No se da cuenta en qué instante ella desaparece. Sólo distingue su cabellera oscura y su piel de nácar, mientras se sumerge y sólo quedan ondas circulares que pronto se agrandan y se pierden en la inmensidad.
            Él se incorpora y observa con desesperación. No puede seguirla, el océano es profundo y frío, no tiene ninguna alternativa.

            Al vaivén de la marejadilla, el bote se mece solitario. Una gaviota se posa en la borda y lanza un agudo graznido que anuncia la proximidad de la playa. En la orilla, entre los restos de un naufragio, las olas lamen un cuerpo desfallecido que comienza a moverse.

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