EN EL
PUEBLO DE LOS GINKGO BILOBA
El sol
amenaza arder sobre las dunas. La hilera de seres harapientos se desplaza sobre
la arena. Es gente aún joven y fuerte, entre ellos hay niños, de rasgos bellos,
se puede distinguir en sus facciones los rasgos de las distintas etnias
terrestres, pero todas esas cualidades están escondidas por la suciedad de sus
cuerpos y sus ropas. Un color humo rodea la imagen de los vagabundos, a pesar
del oro del desierto se ven como andrajosos mutantes que vagan sin destino. Las
poblaciones rechazan su presencia, son los leprosos del siglo veintiuno. Fueron
los dueños del mundo en la era de los millonarios electrónicos; el “ Capital”
fluía con libertad, Las Grandes Corporaciones Transnacionales eran buques sin
banderas que navegaban con sus capitales por las aguas de Internet. Fundían
países y enriquecían regiones en horas, causaban el mismo desastre que la fuga
de los gases tóxicos de una industria pesticida, pero ellos seguían su veloz
viaje de piratería con sus “ Bancos Fantasmas”. Así estaba el mundo globalizado,
con políticos y burócratas corruptos e incapaces de seguir la velocidad de sus
comunicaciones y transferencias. Barrieron con siglos de un orden social
injusto pero con cierto equilibrio, desaparecieron la actitud ética, la moral,
la dignidad. Pero la catástrofe llegó, explotó como una bomba debido a la
volatilidad del Mercado Mundial, y este grupo de gente, habitantes de barrios
exclusivos, de vidas privilegiadas, poseedores de riquezas inimaginadas para el
hombre común, perdió la “ Espada, la Joya y el Espejo”.*
Al
principio, desconcertados, se unieron, se ayudaron, pero era tal la miseria que
comenzaron su éxodo por el mundo, comiendo lo que encuentran y bebiendo de las
aguas de escasos manantiales. La gente de los pueblos por los que pasan, los insultan,
tirándoles piedras y sumiéndolos en el escarnio. Sus caras tienen la expresión
de la nada, quizás llevan en sus mentes, recuerdos de los paraísos perdidos, de
una vida obscena y amoral.
Entre la
muchedumbre van Takeo y su hija Amaterasu, siempre tomados de la mano. Sus
semblantes reflejan sentimientos humanos, ausentes en los demás. Uno puede ver
en ellos angustia, sorpresa, emoción. Takeo fue un poderoso Shogum financiero,
amó profundamente a su esposa Kono-Hana, rica heredera, en honor a ella y para
merecerla había levantado un Imperio. Cuando su mujer murió solo se asió a la
vida por su hija Amaterasu, luego devino el Crak Mundial y comenzó el
peregrinaje. En esa travesía sin tiempo, la niña cuida de su padre y juntos
comentan la puesta del sol, la maravilla de un eclipse, el nacimiento de una
flor. Reconocen los pájaros por su canto, habilidad que aprendieron de Kono-
Hana, gran conocedora de la naturaleza. Esas fugaces emociones son asfixiadas
ante el maltrato que reciben por los pueblos que pasan, observando a la vez la
pobreza y la falta de alegría de esa gente, era como si una lluvia de tristeza
hubiera caído sobre el planeta.
Una tarde
pasan por uno de los tantos pueblos humildes, pero éste tenía algo distinto,
denotaba organización y pulcritud. El padre y la niña se alejan del grupo, se
adentran entre sus calles, les parece no percibir violencia entre los
pobladores. Las veredas estaban arboladas de majestuosos Ginkgo Biloba, cuyas
hojas en forma de abanico parecían aventar la fatiga de los forasteros. La
admiración iba creciendo a medida que descubrían la peculiar vida de sus
habitantes, la alegría dominaba la actitud de los mismos. Las mujeres cantaban
mientras realizaban sus quehaceres, algunas familias merendaban en los patios
delanteros de sus casas mientras los niños jugaban en las veredas. Al pasar los
miraban curiosos, el olor de las comidas caseras era exquisito. Se veían
jardines, huertas, granjas, todo amorosamente cuidado. Los muros, cual páginas
de los libros, estaban pintados con imágenes de historias y leyendas,
seguramente de esa región, adornados con bajorrelieves que representaban las
hojas en abanico de los Ginkgo Biloba, el árbol sagrado de ese pueblo. Otra
cosa sorprendente era la manera y el tipo de conversación que sostenían;
hablaban de proyectos, las palabras salían musicalmente, se enlazaban, se
enhebraban y confluían en sueños y utopías. Amaterasu se emocionó y más que
nunca anheló estar con su madre para compartir ese lugar y esos momentos. Se
detuvieron a mirar como trabajaban un carpintero y un herrero mientras tomaban
un refresco y charlaban. La niña sintió la necesidad de pedirle a su padre la
foto de la familia en los tiempos felices, Takeo, apesadumbrado, le contestó-
Los duendes del imperio me arrebataron tan precioso tesoro. En ese momento los
artesanos levantaron la vista y sonrieron al padre y a la hija, les convidaron
refrescos, reconocieron en ellos cierta magia.
El sol se
estaba ocultando. Se veía distante, cruzando las colinas, la hilera de
harapientos que se alejaba. Takeo y Amaterasu fueron invitados a compartir
esperanzas en el pueblo de los Ginkgo Biloba. Al pasar los días, la gente se
reunió para, en ceremonia solemne, entregar al padre y a la hija, el símbolo
que les correspondía como ciudadanos del lugar. El herrero y el carpintero se
acercaron con un hermoso estuche de madera en cuya tapa se encontraba
exquisitamente tallada la hoja del árbol sagrado. Takeo sintió un escalofrío y
lo invadió el pánico, creyendo adivinar que dentro habría una joya y se dijo-
Todo comenzará nuevamente. Al abrir la tapa, Amaterasu se sorprendió al ver el
estuche vacío, pero su padre emocionado vio en el fondo del mismo el bello
rostro de su hija reflejado en un espejo.****
*Dentro
del mundo de los negocios la espada es la fuerza, la joya la riqueza y el
espejo el conocimiento (Alvin Toffler)
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