PERSPECTIVA
La vida es historia realizada
en el tiempo, con el movimiento y el sentido que el hombre
haya sido capaz de imprimirle. No depende del
azar. Podemos tener una
premonición de cual
será su orientación al desarrollar una primacía
excluyente ahogando otro tipo de expresiones.
El enfoque de este
cuento representa esta posibilidad.
Aquí estaban
los grandes hornos. Al rojo vivo de los dos mil grados abrasando con su hálito
mortal a quien se aproximara. Embutidos, el personal en sus grotescos trajes de
amianto y asbesto como habitantes de un planeta prodigioso. Los equipos de soldadores
estaban siempre prestos a reparar la más leve trizadura por la que pudiera filtrarse
la intensidad calórica. La deshidratación en esa labor era tan violenta que
sacaba la sangre en la siniestra danza de la encrucijada febril. Y camillas y
ambulancias arrancaban con ellos antes que se extinguieran las arterias de la
vida. Entonces llegaba nuevo relevo, joven y fresco. En otras faenas los plomeros
encargados de limpiar las chimeneas subían y subían, sabiendo que en media hora
de labor su renta también ascendería vertiginosamente. Pero ya podían, ante
cualquier descontrol, entonar su último himno desesperado y trágico. Los grandes
depósitos de ácidos humeaban oscureciendo infamemente, enrojeciendo las pupilas
con su vaho letal. Las tóxicas emanaciones ceñían ininterrumpidamente el collar
de las horas, noche y día. La electrólisis con sus misteriosos ánodos y cátodos
unía láminas y láminas del rojo metal hasta formar las pesadas barras, gloria y
tesoro de un país. El ruido, el demoledor ruido, el calor, el aire impregnado de
emanaciones, los gases, todo lanzado contra la débil materia humana. La química
y la física dominada por el hombre, ahora todo aplastaba. No obstante los jóvenes
ingenieros, técnicos y operarios se desplazan ágiles con sus trajes especiales.
En la inmensa usina refinadora, procesadora de metales donde el peligro asomaba en cualquier resquicio por fuego, explosión,
ácido o ruido. Sólo la energía, salud, dinamismo y resistencia contaban. La
vejez o lentitud en los reflejos no tenían cabida. Aquí en este fuego de
domador enfurecido, la irritación y el ahogo
presionaban psicológicamente la sensibilidad normal. Cada cinco años, y
generalmente mucho antes, los hombres debían entrar en reparaciones. El estruendo
de las inmensas máquinas trituradoras debilitaba el sentido auditivo a pesar de
los equipos de protección desesperadamente adheridos al cráneo. Un turbulento
arranque para quitarlo equivalía a perder irrecuperablemente el oído. La vista
enrojecida permanentemente, los pulmones corroídos. Y lo sutil e impalpable que
el hombre posee. - ¡Oh, Dios! ¿Dónde estaba? – No podía asomar, ni aún
temerosamente, algo parecido a la hermandad. Una empresa es algo demasiado importante.
Es fuente de trabajo, fuente ocupacional, fuente de riqueza. Producir, producir
es el grito de guerra, la idea obsesiva. El vuelo de una pérdida gaviota equivocada
semejaba un volantín de ilusión, un cometa gris de la infancia perdiéndose en
la playa desolada...
Minuciosamente
las computadoras programaban informes, elaboraban fichas, registraban cada
labor desarrollada, cada fórmula, experimento o acción. Manipulaban y fijaban
con monstruosa frialdad el papel del ingeniero o técnico de ejecución que dejaba
automáticamente de pertenecer a la especie humana para ser un anónimo elemento
cifrado. ya no era el ser venido de alguna parte, el punto luminoso que en algún
lugar de la tierra era irradiante de afecto, simpatía, imán. En algún instante
sutil perdía esa identidad.
Todo
controlado. Hora de llegada, de regreso, transporte a su casa, una hora de
hogar, vuelta a marcar tarjeta, vacaciones con registro de un paradero exacto
por cualquier situación inesperada. A los solteros alojamiento en campamentos
cercanos con todo el confort y regalía posibles. La correspondencia registrada
escrupulosamente para evitar que las mentes se evadieran del proceso industrial
para absorber conflictos de otra índole. Además se protegía así, filtración de
informes. Inmensos y modernos buses llevaban y traían ininterrumpidamente al
personal. Los grandes hornos no podían jamás detenerse. La reposición de los
equipos móviles era acelerada ya que la corrosión atacaba igualmente los
cientos de automóviles, camiones, ambulancias, carros bombas. Toda la inmensa
explotación minera, la riqueza de la nación, la definida meta que proyectaron
hacia el futuro lanzando la mirada más allá de la revolución industrial, se
traducía ya en revolución económica triunfante en la altura de la historia. Y
ano era siesta de sueños y evocaciones, se había alcanzado el progreso. La
voluntad integradora de la economía pulsando todas las cuerdas. Siderurgia,
vehículos, maquinarias, equipos, energía hidroeléctrica, industria, minería...Y
el grandioso residuo, lo que quedaba depositado bajo el volumen de los ácidos
después del proceso electrolítico, era oro...El metal más preciado de la Tierra, el responsable de
odios y venganzas. En bóveda sin ventanas, grande como una entera manzana de
edificios, se guardaba celosamente a miradas extrañas, al personal que
manipulaba lo que algún día sería un cospel o una diadema. El aurífero material
traía riqueza. Su venta a otros países traía desarrollo, renovación de equipos,
contratación de nuevos técnicos, agilización del expansionismo industrial. El
proceso acumulativo que antes demoró siglos se hizo ahora acelerado,
tonificando el comercio, la banca, los negocios, la economía, la savia del
país. Bien valía tomar precauciones extremadas. A la salida, todo el personal
que laboraba en la sección era desnudado y explorado por rayos, detectándose de
inmediato cualquier evasión metálica.
Paralelamente
todas las industrias alcanzaron tal grado de eficiencia que nadie pudo
percatarse de algún deterioro. Pero silenciosamente, se iban acumulando desechos
para la muerte. El ruido de las grandes masas de gases que explosaban por las
chimeneas, que llegaban casi al cielo, asustando y alejando a los pájaros y
aves marinas. Las emanaciones distanciaban cada vez más la flora y la fauna. Y
los productos químicos se vaciaban a los ríos, y se ahondaban cada vez, hasta llegar al mar
produciendo muerte y destrucción...Hasta que llegó el día en que tocó fondo el
barco magnífico de la pujanza. Las minas agotaron sus vetas. Los camiones metaleros
iban cada vez más lejos. Fue paulatino el proceso del descenso. Muy delgado era
ya el nexo que unía al hombre a su tierra. Madre Tierra sólo había sido para el
reparto de su riqueza. Se rastreó la cordillera central y se extrajo la última
pulgada que la tierra guardaba. Se siguió avanzando hasta embestir a la gran
cordillera, la magnífica que se alzaba blandamente al cielo. Cavándola, dinamitándola,
adentrándose ferozmente en sus entrañas. Pero se defendió. Los derrumbes aplastaban
cuadrillas y cuadrillas trágicamente. Los kilómetros, miles de kilómetros de
galerías hasta llegar hasta el fondo para encontrarse con hirvientes aguas que
brotaban de su seno. Hirvientes aguas como para purificar de su soberbia a la
especie que había encontrado un nuevo Dios...A la civilización que se devoraba
a sí misma. Tanta agua afloró as la superficie de los tajos abiertos que todas
las bombas fueron insuficientes para secarlos. La gran industria y la grande y
pequeña minería fueron languideciendo como fallece una flor. El país tenía tan
sólo eso para subsistir y no pudo afrontar cancelaciones de préstamos y compromisos
internos ni externos. La cesantía agrandó su zarpa agitándola para asfixiar
cada vez más. Al enfriarse definitivamente los hornos, se quebraron con un lúgubre
e inmenso quejido lastimero. Los ácidos por miles de toneladas, fueron
derramados y las lluvias y el mar los diluyeron envenenando el aire, los ríos,
esteros y arroyuelos. Todo fue contaminado. La vegetación, los peces, las aves.
El equilibrio ecológico fue alterado tan brutalmente que todo se extinguió. La
civilización que produjo estos seres quedó detenida como lo habían sido ya
otras civilizaciones en otras partes del mundo. Así, quedó sola esta grande y
desolada playa donde ahora estamos. Todas las soluciones ensayadas no trastocan
esta realidad desengañante, este desmoronamiento amargo de un enfermo triste,
este ocaso cavado con las propias manos de la humanidad...
Así terminó
de narrarme el extraño hombre de color amarillo, una solitaria mañana del año
dos mil quinientos.
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