miércoles, 20 de mayo de 2020

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Mayo de 2020


PERSPECTIVA
                                                                                               La vida es historia realizada en el tiempo, con el movimiento y el sentido que el hombre
 haya sido capaz de imprimirle. No depende del
azar. Podemos tener una premonición de cual
 será su orientación al desarrollar una primacía
 excluyente ahogando otro tipo de expresiones.
El enfoque de este cuento representa esta posibilidad.


            Aquí estaban los grandes hornos. Al rojo vivo de los dos mil grados abrasando con su hálito mortal a quien se aproximara. Embutidos, el personal en sus grotescos trajes de amianto y asbesto como habitantes de un planeta prodigioso. Los equipos de soldadores estaban siempre prestos a reparar la más leve trizadura por la que pudiera filtrarse la intensidad calórica. La deshidratación en esa labor era tan violenta que sacaba la sangre en la siniestra danza de la encrucijada febril. Y camillas y ambulancias arrancaban con ellos antes que se extinguieran las arterias de la vida. Entonces llegaba nuevo relevo, joven y fresco. En otras faenas los plomeros encargados de limpiar las chimeneas subían y subían, sabiendo que en media hora de labor su renta también ascendería vertiginosamente. Pero ya podían, ante cualquier descontrol, entonar su último himno desesperado y trágico. Los grandes depósitos de ácidos humeaban oscureciendo infamemente, enrojeciendo las pupilas con su vaho letal. Las tóxicas emanaciones ceñían ininterrumpidamente el collar de las horas, noche y día. La electrólisis con sus misteriosos ánodos y cátodos unía láminas y láminas del rojo metal hasta formar las pesadas barras, gloria y tesoro de un país. El ruido, el demoledor ruido, el calor, el aire impregnado de emanaciones, los gases, todo lanzado contra la débil materia humana. La química y la física dominada por el hombre, ahora todo aplastaba. No obstante los jóvenes ingenieros, técnicos y operarios se desplazan ágiles con sus trajes especiales. En la inmensa usina refinadora, procesadora de metales donde el peligro asomaba  en cualquier resquicio por fuego, explosión, ácido o ruido. Sólo la energía, salud, dinamismo y resistencia contaban. La vejez o lentitud en los reflejos no tenían cabida. Aquí en este fuego de domador enfurecido, la irritación y el ahogo  presionaban psicológicamente la sensibilidad normal. Cada cinco años, y generalmente mucho antes, los hombres debían entrar en reparaciones. El estruendo de las inmensas máquinas trituradoras debilitaba el sentido auditivo a pesar de los equipos de protección desesperadamente adheridos al cráneo. Un turbulento arranque para quitarlo equivalía a perder irrecuperablemente el oído. La vista enrojecida permanentemente, los pulmones corroídos. Y lo sutil e impalpable que el hombre posee. - ¡Oh, Dios! ¿Dónde estaba? – No podía asomar, ni aún temerosamente, algo parecido a la hermandad. Una empresa es algo demasiado importante. Es fuente de trabajo, fuente ocupacional, fuente de riqueza. Producir, producir es el grito de guerra, la idea obsesiva. El vuelo de una pérdida gaviota equivocada semejaba un volantín de ilusión, un cometa gris de la infancia perdiéndose en la playa desolada...
            Minuciosamente las computadoras programaban informes, elaboraban fichas, registraban cada labor desarrollada, cada fórmula, experimento o acción. Manipulaban y fijaban con monstruosa frialdad el papel del ingeniero o técnico de ejecución que dejaba automáticamente de pertenecer a la especie humana para ser un anónimo elemento cifrado. ya no era el ser venido de alguna parte, el punto luminoso que en algún lugar de la tierra era irradiante de afecto, simpatía, imán. En algún instante sutil perdía esa identidad.
            Todo controlado. Hora de llegada, de regreso, transporte a su casa, una hora de hogar, vuelta a marcar tarjeta, vacaciones con registro de un paradero exacto por cualquier situación inesperada. A los solteros alojamiento en campamentos cercanos con todo el confort y regalía posibles. La correspondencia registrada escrupulosamente para evitar que las mentes se evadieran del proceso industrial para absorber conflictos de otra índole. Además se protegía así, filtración de informes. Inmensos y modernos buses llevaban y traían ininterrumpidamente al personal. Los grandes hornos no podían jamás detenerse. La reposición de los equipos móviles era acelerada ya que la corrosión atacaba igualmente los cientos de automóviles, camiones, ambulancias, carros bombas. Toda la inmensa explotación minera, la riqueza de la nación, la definida meta que proyectaron hacia el futuro lanzando la mirada más allá de la revolución industrial, se traducía ya en revolución económica triunfante en la altura de la historia. Y ano era siesta de sueños y evocaciones, se había alcanzado el progreso. La voluntad integradora de la economía pulsando todas las cuerdas. Siderurgia, vehículos, maquinarias, equipos, energía hidroeléctrica, industria, minería...Y el grandioso residuo, lo que quedaba depositado bajo el volumen de los ácidos después del proceso electrolítico, era oro...El metal más preciado de la Tierra, el responsable de odios y venganzas. En bóveda sin ventanas, grande como una entera manzana de edificios, se guardaba celosamente a miradas extrañas, al personal que manipulaba lo que algún día sería un cospel o una diadema. El aurífero material traía riqueza. Su venta a otros países traía desarrollo, renovación de equipos, contratación de nuevos técnicos, agilización del expansionismo industrial. El proceso acumulativo que antes demoró siglos se hizo ahora acelerado, tonificando el comercio, la banca, los negocios, la economía, la savia del país. Bien valía tomar precauciones extremadas. A la salida, todo el personal que laboraba en la sección era desnudado y explorado por rayos, detectándose de inmediato cualquier evasión metálica.
            Paralelamente todas las industrias alcanzaron tal grado de eficiencia que nadie pudo percatarse de algún deterioro. Pero silenciosamente, se iban acumulando desechos para la muerte. El ruido de las grandes masas de gases que explosaban por las chimeneas, que llegaban casi al cielo, asustando y alejando a los pájaros y aves marinas. Las emanaciones distanciaban cada vez más la flora y la fauna. Y los productos químicos se vaciaban a los ríos,  y se ahondaban cada vez, hasta llegar al mar produciendo muerte y destrucción...Hasta que llegó el día en que tocó fondo el barco magnífico de la pujanza. Las minas agotaron sus vetas. Los camiones metaleros iban cada vez más lejos. Fue paulatino el proceso del descenso. Muy delgado era ya el nexo que unía al hombre a su tierra. Madre Tierra sólo había sido para el reparto de su riqueza. Se rastreó la cordillera central y se extrajo la última pulgada que la tierra guardaba. Se siguió avanzando hasta embestir a la gran cordillera, la magnífica que se alzaba blandamente al cielo. Cavándola, dinamitándola, adentrándose ferozmente en sus entrañas. Pero se defendió. Los derrumbes aplastaban cuadrillas y cuadrillas trágicamente. Los kilómetros, miles de kilómetros de galerías hasta llegar hasta el fondo para encontrarse con hirvientes aguas que brotaban de su seno. Hirvientes aguas como para purificar de su soberbia a la especie que había encontrado un nuevo Dios...A la civilización que se devoraba a sí misma. Tanta agua afloró as la superficie de los tajos abiertos que todas las bombas fueron insuficientes para secarlos. La gran industria y la grande y pequeña minería fueron languideciendo como fallece una flor. El país tenía tan sólo eso para subsistir y no pudo afrontar cancelaciones de préstamos y compromisos internos ni externos. La cesantía agrandó su zarpa agitándola para asfixiar cada vez más. Al enfriarse definitivamente los hornos, se quebraron con un lúgubre e inmenso quejido lastimero. Los ácidos por miles de toneladas, fueron derramados y las lluvias y el mar los diluyeron envenenando el aire, los ríos, esteros y arroyuelos. Todo fue contaminado. La vegetación, los peces, las aves. El equilibrio ecológico fue alterado tan brutalmente que todo se extinguió. La civilización que produjo estos seres quedó detenida como lo habían sido ya otras civilizaciones en otras partes del mundo. Así, quedó sola esta grande y desolada playa donde ahora estamos. Todas las soluciones ensayadas no trastocan esta realidad desengañante, este desmoronamiento amargo de un enfermo triste, este ocaso cavado con las propias manos de la humanidad...

            Así terminó de narrarme el extraño hombre de color amarillo, una solitaria mañana del año dos mil quinientos.


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