DA VINCI
Yo, la verdad no me acuerdo cuándo fue que me escapé, pero tenía tantas ganas… Me decían que era lindo y simpático, pero eso para mí no alcanzaba, necesitaba que me dijeran que me querían. Así fue entonces que me decidí y me fui.
Anduve por allí y por allá, corriendo todo el tiempo, eso sí. ¡Qué sensación de libertad! Nada parecido a eso, qué paz…
No tuve en cuenta que los lugares por donde yo estaba eran peligrosos y que había unas máquinas muy grandes que hacían ruido, tenían unas cosas negras redondas que hacía que corrieran también, mucho más rápido que yo, pero no me olían ni me miraban, ni me decían que era lindo y simpático y mucho menos, que me querían.
Tantas vueltas di con esa libertad que me había ganado por mí mismo, tan entusiasmado en ver todo, qué cantidad de cosas increíbles, que no pude ver que una de esas máquinas venía directo hacia mí, y con esa cosa negra y redonda, pisó mi patita. ¡Dios de los Perros, cómo me dolió! Grité mucho, y hasta lloré, pero esa máquina no frenó para ver qué me había pasado y esos otros perros que están en la calle pero que caminan con sólo dos patas tampoco me prestaron atención.
Pasé muchos días con mucho dolor, y hasta hambre y frío tuve también. Pero entonces empecé a darme cuenta de que estaba solo y que tenía que curarme como fuera. ¿Quién iba a ayudarme si no lo hacía yo? Entonces, empecé a ir más despacio, a lamerme la patita y a tener más paciencia y más ganas y no tanto apuro para curarme.
Poco a poco mi patita dejó de dolerme, pero quedó fea y torcida.
– Al menos puedo seguir corriendo- pensé.
Y así fue que seguí, a veces molestaba un poquito, otras era un dolor muy profundo y otras era preferible ni pensar.
Varios perros de dos patas quisieron llevarme con ellos, pero no quise de ninguna manera, había algo en sus ojos que me intimidaba, entonces me iba rápido.
Una noche, luego de haber pasado todo el día yendo por todos los lugares nuevos a los cuales el camino me llevaba, decidí dormir en el hall de un edificio, que tenía un felpudo bien mullido. Di varias vueltitas en redondo antes de acostarme, y finalmente me dormí. No sé cuánto tiempo habrá pasado, cuando escuché el ruido de la puerta. Me asusté, lo admito, pues muchas veces me habían echado de varios felpudos. Fue entonces cuando vi sus ojos, y me di cuenta de que no me miró pensando “qué lindo” o qué simpático”. Sentí que me quería… ¡Guau! ¡Qué hermosa sensación! Yo inmediatamente moví mi cola para que sintiera que estaba muy contento. Era un perro de esos de dos patas (después me enteré de que son seres humanos y de que hay dos clases, como nosotros los perros) y también tenía lastimada su patita.
Se me acercó muy suavemente, yo tenía un poquito de miedo, y creo que ella también. (Se dice “ella” porque era mujer, a los que tienen marcado un huesito en el cuello y les crece pelo en la cara le dicen “él” porque son hombres).
Yo dejé que se acercara y también que me tocara mi patita torcida para que se diera cuenta de que ya no me dolía, sólo me duele a veces el recuerdo de quien me lastimó)
Así fue como me llevó a su casa, y con sus ojos me dijo que era también mía. ¡Dios de los Perros, qué Felicidad! Es una casa muy chiquita y viven otros que parecen perros pero sé que son gatos porque me dan ganas de correrlos.
Me alimenta, me mima, me baña, me enseña, me reta, me pasea, me da huesitos… creo que hace todas esas cosas que otros perros me contaron que les hacía su mamá perra.
Yo sé que es un poco rara, me dice palabras extrañas y me puso un nombre importante y yo por suerte le entiendo todo.
Y cuando me mira, no hace falta que me hable, porque siento que me llega toda su calidez. ¡Dios de los Perros! ¡Me quiere! Ella era lo que yo necesitaba… Todavía me dan ganas de correr, pero ya no para escaparme…
A veces me recuesto su lado y le seco los ojos con un lengüetazo, porque no sé por qué le salen gotas saladitas (me dijeron que eso se llama tristeza) y cuando hago eso veo que se sonríe y me acaricia, entonces me pongo contento porque no le salen más gotas.
Sé que tengo defectos, uno muy visible, mi patita, pero sé que me acepta como soy, y me quiere así. ¡Sé que tuve mucha suerte, aunque digan que la casa es chiquita!
¿Habrá corrido mucho ella? ¿Seguirá corriendo todavía? ¿Tendrá una pata torcida que le duele y no se le ve? No me lo puede contar porque son esas veces que me habla y no logro entenderle, pero entonces muevo mi cola con más fuerza, salto y hago volteretas para verla sonreír, que es tan lindo…
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