FANTASMA
El tedioso día se ha convertido
para Miguel Martínez en una imposición. De nada le han valido el cambio de país
o rezar a la Santa Muerte
para que lo proteja. De todos modos sigue viendo muertos.
No es que un día se levantó y
dijo “deseo ver cadáveres andantes” fue un don que una santera Cubana, que
hacía las veces de partera, le pronosticó al nacer el 01 de Noviembre de 1988.
Cuando era bebé su madre no entendía porqué le sonreía a la pared o cuando era
más grande porqué hablaba con alguien invisible para ella.
Helena, una mujer de Monterrey.
Mexicana criada bajo la costumbre de los rancheros creía que su hijo estaba
poseído. Continuamente visitaba a sus vecinas para verificar si sus hijos
sufrían de los mismos males de Miguel, pero solo descubrió que eran niños
perfectamente normales, tanto que aburrían. Pancho su marido la culpó a ella,
al fin de al cabo si un hijo sale defectuoso es culpa de la madre. O al menos
eso pensaba él. Ahogo su descontento con su mujer, su hijo y el mundo entero de
la mano de un buen tequila, pronto se bebía cinco botellas al día.
Helena ya no aguantaba más
cuando decidió cruzar la frontera como “mojada” rumbo al sueño americano. Dudó
si llevarse a su hijo con ella o no. Al final se decidió a cargarlo en la
“Bestia Negra”, el tren de los indocumentados, no era un viaje sencillo pues
debía viajar a Centroamérica, de ahí al desierto. Sin embargo entre más
ilegales hubiera sería más difícil para la migra detenerla, y, ese era su plan.
Así le tomara más tiempo viajaría relativamente “segura.”
Pronto se arrepentiría de su
decisión. El niño de 8 años y medio pronosticó la muerte de cada uno de los
presentes. Y como si se tratara de un presagio se cumplió, incluso Helena no
pudo escapar a la profecía y cayó víctima de un balazo en el desierto que queda
por Juárez.
Ahora, veinte años después
Miguel sigue teniendo visiones, ve a los muertos que buscan sin cansancio su
ayuda, pero él, terco por naturaleza, se niega a auxiliarlos y es que se culpa
porque aunque pronosticó la muerte de su madre no pudo salvarla “Valiente hijo
que fui” se repite a menudo. Como de todos los trabajos lo despedían porque
salía gritando de improvisto o se ocultaba horas en el baño decidió ser
conductor de la empresa “Green State”, la más común en el trayecto de Seattle a
Portland. Le fue asignado el único aparato disponible: Un cacharro enorme,
blanco con franjas azules.
Todos lo llamaban el “Matutino
de la ruta 99”.
El hecho es que antes había sido un bus escolar que se accidentó en el rio
Arkansas años atrás. Todos murieron en el siniestro. La compañía “Green State”
compró el bus a muy buen precio, pero pronto cosas inexplicables comenzaron a
pasar. Los conductores se quejaban porque escuchaban ruidos extraños o veían
personas que no estaban ahí. Sin embargo, nadie le dijo una sola palabra de los
sucesos a Miguel y es que es mejor que le pasen cosas raras a un migrante con
pinta de “charro” que a un conductor local ¿no es cierto?
Miguel
no era imbécil, por el contrario, tan pronto entró en el automotor lo supo.
Pero con una hija pequeña producto de una relación fugaz con una ramera que lo
había demandado por lo que comúnmente se llama “Child Support”, no podía
protestar solo cerrar la boca, encomendarse a la Santa Muerte y aguantar
los regaños de Lula la dueña de la posada en la que él se quedaba desde hacía
más de 3 años.
Lula era una vieja avara cuyo
marido “extrañamente” había muerto en una partida de caza. Siempre andaba
subiendo el alquiler a sus inquilinos y como ninguno se quejaba ella continuaba
su circo de abusos. Pero hasta esa vieja huraña, que no lucía agradable ni
aplicándole todo el bótox de la humanidad, temía al Matutino, tanto que
rechazaba las ofertas de Miguel de acercarla hasta su sitio de destino. Tampoco
compartía la veneración por la
Santa Muerte, ella creía que los mexicanos con sus costumbres
eran seres extraños que debían estar en un museo de exhibición, o de vuelta al
“agujero de donde habían salido”, sin embargo, se mordía la lengua en esos
aspectos. Quizá porque ella había salido algún tiempo con un brujo de la tribu
Burundi de África.
Esa mañana, Miguel se levantó
temprano. Como de costumbre le hizo una limpia con hojas de ruda al Matutino.
¡Como si eso fuera a librarlo de los acontecimientos paranormales! Tan pronto
terminó con su limpieza se puso en marcha. Pero pronto unos sonidos lo
distrajeron, a la mente le vinieron los recuerdos de su infancia cuando oía
algo que nadie más escuchaba. La burlas en la escuela y ese incesante “Miguel
está loco” que lo lastimaba aún de adulto. Caminó hacia las bancas de atrás y
lo vió: Era el mendigo ebrio que había cambiado una vida hogareña por el vicio
y la bebida. Miguel sintió asco al verlo vomitado e inconsciente, como hijo de
un alcohólico sabía lo que se sentía que un padre se caiga de borracho mientras
en la casa se pasan necesidades.
Pese a que pensó en echarlo del
bus, como tantas veces, no pudo hacerlo. Volvió detrás del volante y comenzó su
viaje. No había recorrido mucho cuando vió que la autopista estaba detenida por
uno de sus carriles. Un choque múltiple había cobrado la vida de un hombre
joven, un taxista y quien sabe cuantas personas más. De haber sido un hombre
normal, él habría indagado por lo sucedido, tal y como lo hacía un reportero
que hablaba a los gritos, al tiempo que, filmaba con la cámara de su teléfono
móvil lo ocurrido. No obstante, temía lo que pudiera ver y es que ese don que
tenía desde niño se había convertido en una maldición. Comenzó a echar reversa
para salir del lugar. En eso estaba cuando vió a un hombre joven con cara de
turista en la calle. El miedo lo paralizó cuando el chico como si nada atravesó
la puerta y registradora. Miguel comenzó a temblar.
Chris M. Parker no comprendía
porque ese conductor de aspecto tan normal lo miraba de ese modo. Al principio
pensó que era porque no le había pagado el pasaje, pero lo descartó enseguida.
Si de algo se habla de las personas del Sur es de la “hospitalidad sureña”,
aunque claro, era obvio que el conductor no era de esos lugares, tampoco Chris,
él había estado ahorrando para el viaje de sus sueños desde hacía ya cinco
años. Cortó árboles, limpió nieve y hasta trabajó en Mc Donald´s, un insulto a
su persona, dado que él era vegetariano o como su hermano mayor le decía
“herbívoro”, el viaje de Perth a Norte América valía ese sacrificio y más.
Al
llegar al aeropuerto había tomado el primer taxi que lo llevaría a conocer el
“Sea Park”. Pero al subirse notó que el conductor olía a alcohol. Él no prestó
demasiada atención a ese detalle tan insignificante, por el contrario le
pareció normal. Pero en cuanto vió a qué velocidad iba intentó bajarse. El
chofer lo acusó de ladrón, en esa discusión estaban cuando un carro los chocó
por detrás. El cuerpo de Chris rodó junto con el automóvil. Se levantó aturdido
por el impacto, tomó su pasaporte y sus llaves y como pudo salió del auto.
Vió el autobús atascado en la
conmoción y se subió a éste. Pronto se arrepintió, pues sumado a la cara de
tonto del conductor estaba la imagen de un ser repugnante dormido en la banca
de atrás “Vaya manera de conocer el sur”, pensó mientras se sentaba junto a la
ventanilla. Imaginaba las anécdotas que les contaría a sus amigos luego de una
tarde de surf. Los podía imaginar riéndose, y es que Chris había sobrevivido al
ataque de un tiburón. Un gran tiburón blanco que casi le arranca la pierna.
Ahora una vez más burlaba a la muerte al sobrevivir a un accidente
automovilístico. Había de tener más vidas que un gato. Eso sí.
Miguel sintió pena por aquel
joven. Pensó un segundo en decirle la verdad, no obstante, eso no le
correspondía a él. Si rompía las reglas sabía que “el de arriba” le enviaría
las siete plagas de Egipto y más. Así que solo continuó la marcha tarareando su
canción favorita “Narcisista Artificial” Miguel adoraba a Panda, porque sus
letras expresaban como él solía sentirse a menudo. Al mirar al turista no pudo
menos que recordar el título de uno de sus sencillos “Los Malaventurados No
Lloran”. Y si que era cierto porque él no había derramado una sola lágrima en
toda su vida, y es que sabía que con la muerte no se acaba el sufrimiento.
Alexandra Nóvgorod, por otra
parte se levantó temprano tras una pesadilla espantosa en la que su corazón era
partido en dos. Ya estaba acostumbrada a que los amantes le destrozaran los
sentimientos, pero el sueño había sido tan real que incluso se cubrió el pecho
con una bufanda color crema. La mujer que había llegado de Novosibirsk años
atrás era agraciada, pero igualmente desagradable. Trabajaba como editora de la
revista “Éclaire”. En sus ratos libres era jurado literario, pero sus
comentarios eran tan desagradables que sus compañeros comúnmente la evitaban.
Alexandra, estaba acostumbrada a ese tipo de tratos y los atribuía a la envidia
de sus coterráneos. Se consideraba una jurado implacable, porque según ella si
un texto estaba “mal escrito” lo dejaba de lado y no se molestaba ni en leerlo.
Cuantas ilusiones no acabó con comentarios como éste. En lugar de comprender
que no había ni habrá escritor que nazca aprendido y que la creatividad no se
encuentra en ninguna gramática la mujer parecía disfrutar aplastando sueños.
Ese mañana, se vistió toda de
blanco, acompañó su atuendo con unas zapatillas, dejó su cabello rubio suelto,
salió de casa a toda prisa, al pasar junto al cesto de la basura arrojó dentro
los libros “mal escritos”, se quedó con uno que para ella era genial. Caminó
rumbo al banco, ya estaba por llegar cuando vió a dos jóvenes corriendo por la
calle. Reconoció a
uno
de ellos. Un joven hispano a quien había ridiculizado en público tiempo atrás
llamando su obra “lo más mediocre que he leído”.
El chico nunca más regresó a la
revista, él solo deseaba escribir en alemán, ese día se arriesgó, pasó horas
frente a la computadora embelleciendo su texto, incluso se sintió feliz con el
resultado y esperaba que la señora Nóvgorod lo aceptara o que al menos le
hiciera comentarios desagradables a solas y no en frente de sus compañeros,
pero todo fue un desastre. Después del incidente José Prefirió las calles en
las que nadie lo juzgaba ni se burlaba de él.
Para José la escritura lo era
todo en la vida, un medio de escape, una compañera, la única razón que tenía
para vivir y es que a menudo se sentía esclavo de sus padres, de la calle, de
la sociedad que no lo entendía. Pero cuando escribía se sentía libre, exploraba
países que solo estaban en su imaginación, se enamoraba, luchaba, sentía cada
brizna de nieve o un sol abrasador cuando el esfero tocaba el papel desgastado.
Lo único que necesitaba para
ser feliz era bolígrafos y cuadernos que compraba a muy buen precio. “¿para qué
necesito vivir mí vida si lo puedo hacer a través de mis personajes?” le decía
a menudo a sus compañeros quienes continuamente lo invitaban a hacer parte de
la pandilla de los “Sin Alma”. Para José aquello era ofensivo. Si su mente se
distraía en banalidades como esas entonces su inspiración le abandonaría. Ese
día en la oficina de la señora Nóvgorod, pasó. Su gusto por la literatura murió
aplastado junto con el libro escrito en un idioma mediocre. José soñaba con ser
un escritor reconocido, incluso planeaba lo que diría en las entrevistas o
fantaseaba cual de sus novelas iría al cine. Pero al ser la señora Nóvgorod una
persona sin duda más versada que él creyó que su escritura no era tan buena
como él tontamente pensaba. Cambió la pluma por un arma y los cuadernos por
droga. Ese día él y sus amigos asaltaron la tienda del señor Hussein. Al
cruzarse con su verdugo de hace años José sintió tanta rabia que quiso dejarla
sin corazón tal y como ella lo había hecho con él tiempo atrás. Desenfundó su
arma le gritó “Perra” y disparó.
Alexandra intentó correr,
pero la bala fue más rápido, se alojó en su pecho. Ella no sintió nada, quizá
porque no tenía corazón. Solo se levantó, contempló su cuerpo inerte en la
acera. Le pareció irónico pues se había cubierto el pecho con el libro “bien
escrito”, pero se dio cuenta que quizá los otros que arrojó sin contemplación a
la basura le habrían podido salvar la vida. No sabía qué hacer, solo se quedó
en silencio unos minutos. Pero algo llamó su atención. Un autobús blanco con
franjas azules. El conductor la miraba fijamente, se dio cuenta que él era el
único vivo que la notaba. Se dirigió al Matutino, subió a él y se sentó al lado
de Chris. Al principio le pareció un bueno para nada. No obstante, decidió
coquetear con él, solo por diversión, algunas personas no cambian ni aún
muertas.
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