Alicia Grinbank: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Alicia Grinbank nació el 20 de noviembre de 1949 en Buenos
Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Egresó en 1993 en la especialización
Literatura, por la
Alianza Francesa de Buenos Aires. Entre otros, obtuvo en el
género poesía el Primer Premio del Concurso Literario “Olga Orozco” (con prosa
poética) en 2002 y el Primer Premio del Concurso Literario “Alberto Luis Ponzo”
en el mismo año, organizados ambos por la Universidad de Morón,
así como el Primer Premio en el Concurso “Carlos Alberto Débole” por su libro “Curanto”
en 1993; en narrativa breve recibió el Primer Premio en el Certamen “Discurso
Abierto” en 2005 y el Primer Premio de Cuento de la Editorial Torremozas,
España, en 2011. Coordina talleres de orientación en la escritura y cursos de
lectura desde 1987, en forma privada y en instituciones de su ciudad y del
conurbano bonaerense. Como profesora de francés enseña y traduce. Poemas y
artículos suyos aparecieron, por ejemplo, en el suplemento cultural del
periódico porteño “La Razón”,
en la revista “Uno Mismo” de la ciudad de Buenos Aires, en el periódico
marplatense “La Capital”.
Incursionó en la co-coordinación de un Café Literario en 2007: “Mirá Lo Que
Quedó”, junto a Alfredo Palacio, Alberto Boco y Rolando Revagliatti. Fue
invitada a participar de la
Antología Oral de la Poesía Argentina
en 1996; asimismo fue incluida en las antologías “Poetas argentinos de hoy”
(editada por la
Fundación Argentina para la Poesía, con selección de Julio Bepré y Adalberto
Polti, 1991), “Por la senda del reencuentro chileno-argentino” (editada
por el Centro Cultural Chileno “Gabriela Mistral”, 2005), “Testimonios del
presente” (Editorial La
Luna Que, 2008), “Memorias del vino – Poemas elegidos”
(en Uruguay, 2007), “Travesías poéticas – Poetas argentinos de hoy” (edición
bilingüe español–francés, Editorial L’Harmattan, 2011), “Antología de poesía
argentina 18 poetas” (Alción Editora – Reflet des Lettres, 2012), etc.
Publicó los poemarios “Bruma y verdor” (1987), “Curanto” (1992), “La
balsa de la medusa” (2002), “Noche cerrada” (2006) y “Pulmón de
manzana” (2011); y en co-autoría con Manuel Bendersky: “Alguien que amo
rodea mi cintura” (poemas cubanos, 1993).
1 — Y un día naciste…
AG — Sí, en el barrio
de Floresta, cuando los niños jugábamos en la calle. Mi padre era un pequeño
industrial que cuando podía zafar de su trabajo se sumergía en la lectura —gran
lector el viejo—: tal vez ahí empezó todo para mí como escritora. Mi madre
—gran laburante la vieja—, atendiendo sus cuatro hijos y “sacando las papas del
fuego” cuando a mi padre los vaivenes financieros le naufragaron su economía.
Después vivimos en el barrio de Flores, a una cuadra de la Basílica que frecuentaba
la familia Bergoglio, y fue en esa adolescencia que aparecieron los primeros
textos literarios; en el colegio secundario destacaba en Literatura,
Castellano, en las materias humanísticas e idiomas, pero era pésima en
Matemáticas y Física. Amé el idioma francés desde chica y comencé a estudiarlo
a los catorce años; la cultura francesa me fascinaba y, ya adulta, completé
ocho años de estudios en la
Alianza, los últimos vinculados a la civilización y a la
literatura (Marcel Proust, Gustave Flaubert, Jacques Prévert…). Me casé muy
joven, así que anduve a los tumbos procurando entender de qué se trataba el
matrimonio, cuando yo, en realidad, estaba más para seguir estudiando. A mis
veinte años nació mi hijo Alejo, y un lustro después mi hija, Lucía (ellos dos
y mis cinco nietos son los mejores premios de la vida).
2 — Y un día escribiste.
AG — La literatura
parecía no tener cabida en la cotidianeidad de una muchachita judía “bien
casada”. A mis veinticinco años comenzó la gran crisis (la lucha
ha sido mucha): la literatura estaba esperándome y yo no acudía: no
me alcanzaban mis lecturas solitarias ni mis poemas sueltos: algo “allá afuera”
precisaba ser explorado por mí. Y ahí me conecté con muy buenos maestros: Mario
Morales, Syria Poletti, Santiago Kovadloff, Humberto Costantini. Me orientaron
tanto en poesía como en narrativa. A los pocos años ya coordinaba talleres y me
involucraba en la vida literaria de Buenos Aires, concurriendo, participando en
lecturas públicas y en presentaciones. Continué mis estudios especializándome
en literatura francesa. Fui docente en literatura y en idioma francés de
alumnos secundarios y, más tarde, los talleres que coordinaba crecieron en
número y en diversidad, cuando organicé grupos de taller de escritura y de
lectura en cuento y novela, actividad que continúo. Además de los grupos
privados, de las correcciones de libros o ensayos de profesionales de diversas
disciplinas y de traducciones que realizo, tengo a mi cargo desde hace varios
años un taller de lectura y análisis: “Degustando Cuentos”, en un espacio
cultural del barrio Villa Urquiza.
3 — No has publicado todavía tu narrativa breve.
AG — No, pero va a
suceder este año. Vengo más imbuida con mis cuentos (los que siempre escribí
pero sin “atenderlos”). La narradora me sitúa en otro lugar como escritora. La
poesía fue una inconsciente necesidad, casi autobiográfica (desde luego, no
ignoro que cualquier palabra escrita es ineludiblemente autobiográfica).
Concebir historias “ajenas” es una labor más rigurosa: el contacto objetivado
con los personajes y argumentos no es lo mismo que el trabajo poético que, en
general, proviene de cimbronazos, miedos, desdichas y anhelos de la propia vida
del poeta. (Partiendo de “Curanto” yo ya estaba narrando
en cada poema.)
4 — ¿Y si nos trasmitís las características de tus historias, si la
microficción te convoca, si prevés alguna nouvelle…?
AG — Puedo adelantar
que el libro de cuentos se titulará “El lento crecer de la marea”,
título a su vez de uno de los textos del volumen, el que estará dividido en dos
apartados. El primero de ellos reúne historias vinculadas al mar: ese eje
temático responde a que el mar es uno de mis paisajes más amados; siempre
—desde que era una niña— con mis padres, hermanos, tíos y primos veraneábamos
en la costa; luego, adulta —casada y con hijos— y hasta ahora, el mar fue un
lugar revisitado. El segundo apartado del libro consta de cuentos urbanos… o
suburbanos, pero es nuestra ciudad su escenario. Mis cuentos son, en su
mayoría, realistas, y diría que ese modo es el que más me satisface a la hora
de escribir y de leer; aunque me rindo ante los “encantamientos” de la
literatura fantástica de Cortázar. Con respecto a la microficción, hace poco
tiempo —a propósito de un concurso— he escrito unos relatos que no debían
superar las 100 palabras, y en el transcurso de mi vida literaria hubo algunos
breves o muy breves. Por otro lado, tengo en mente algo más novelístico
—algunas páginas comenzadas ya— sobre historias de mujeres y hombres en
desdichas y desencuentros amorosos.
5 — No nos vemos, me parece, desde 2008. Nunca te vi bailar, pero
recuerdo que habías incorporado la música tanguera a tu vida.
AG — Y persisto: voy a
las “milongas” a bailar y ahí —mientras dura el embrujo— soy una Malena, una
Margot, una Esthercita, una Madame Ivonne. La tríada francés-literatura-tango
me atraviesa. Este poema mío que transcribo, tal vez exprese mejor que yo lo
que siento en ese escenario:
TANGO BRUJO
Ese que vive en el suburbio
que usa mal los verbos y gasta cursilería en el
chamuyo
ése que ciñe el talle en la milonga rea
en el loco giro desde el alma
o en el fangal
del dos por cuatro
ése… te cabeceó a vos, morocha:
la sabia
la ilustrada la que dice
Macbeth de memoria.
Ahora su abrazo apaga la luz de tus páginas
urdidas
te hace china cruel percanta
dulce muchachita perfumada.
Y si después el salón se desnuda de sombras y
siluetas…
¿qué importa… qué importa del después?
Y para completarla, Rolando, también estudio canto con una excelente
profesional y cantante de tango. Fijate qué curioso:
hace poco tiempo intenté "estudiar" con ella un bolero
("Nosotros", precisamente) y si bien no es difícil, me costó interpretarlo,
me sentí mucho menos "suelta" que cantando tangos: ese género me es
más familiar, me hallo más identificada con él; seguramente esto obedece a que
mi padre, que era un amante de Gardel, nos cantaba sus tangos a mis
hermanos y a mí...: tuvo mucho peso esa impronta.
6 — Floresta, Flores…, sigamos con nuestra ciudad: seguí vos con nuestra
ciudad: ¿por qué otros barrios circulaste y qué te fue pasando con la Reina del Plata?
AG — Cuando me casé,
dejé Flores —el barrio donde pasé mi adolescencia— y me fui a Villa Crespo;
después me alejé de lo urbano y residí con mi familia en Olivos durante
dieciséis años: allí conocí el frescor de los jardines, la quietud de sus
calles. Pero Buenos Aires “tiraba” y la circunstancia de mi divorcio me trajo
otra vez para la urbe: Belgrano, Núñez, fueron los barrios que me vieron andar
por esos tiempos; también residí en Bariloche, aproximadamente un año; aunque
bello su paisaje por donde se lo mire, nunca llegó a borrar la huella de mi
ciudad natal. Hoy vivo muy complacida a media cuadra de la estación Colegiales
y, si bien en todos mis libros aparece
el aura de la Reina
del Plata nombrando sus lugares, su río, sus noches, sus tangos, “Pulmón de
manzana” —el más reciente— tiene a
éste, mi barrio, como centralidad poética.
7 — El 20 de junio de 2007, en el segmento “La Canción de Rolando”,
dentro de nuestro “Mirá Lo Que Quedó”, recitamos algunos poemas de “Palabras”
de Jacques Prévert (1900-1977): vos, Alicia, en francés, y yo, tus versiones al
castellano. Y hasta donde me consta, has traducido al francés poemas de los
argentinos Gustavo Tisocco y Juan García Gayo.
AG — A los que
nombraste, agrego la traducción al francés del libro “La cacería”, del
poeta santafesino César Bisso, dos poemas del libro “Filamentos” de
Alfredo Palacio, y mis propios poemas de “Pulmón de Manzana” incluidos
en la antología “Travesías poéticas”. Aunque el tiempo no me sobra voy a
hacerme un huequito para uno de mis tantos proyectos: traducir del francés
algunos cuentos de Guy de Maupassant.
8 — Juan García Gayo (1932-2013): un poeta que valoramos. ¿Cómo lo
recordás vos, que has leído textos suyos en público?
AG — A Juan lo recuerdo
con afecto no sólo por su condición humana sino también por su poesía, que me
impacta desde su audacia y originalidad: se mete con lo cotidiano, con el
absurdo, cuenta historias desopilantes mientras escribe poesía; no obstante,
detrás de esos rasgos que desacralizan el
poema ofreciéndose al lector como materia viva, hay una gran ternura y
un sentido dolor por lo cruel e injusto de este mundo.
La ocasión a la que te referís sucedió en 2009 en la Alianza Francesa
central de Buenos Aires donde se concretó —a través de video conferencia— un
proyecto de intercambio entre un grupo de poetas franceses y un grupo
argentino. Los coordinadores en Buenos Aires fuimos José Emilio Tallarico, Luis
Raúl Calvo, Ramón Fanelli y yo; en Francia —Paris más precisamente—, Nicole
Barrière, Philippe Tancelin, José Muchnik. Se homenajeó al poeta argentino
Roberto Juarroz y al poeta francés René Char y se conocieron en traducción
simultánea poemas del argentino invitado —Juan García Gayo de nuestro lado, y
de Claude Ber, del lado francés—. A mí me tocó el honor de traducir los poemas
de Juan. Fue un hermoso acto. Tuvo, además, la música en vivo del bandoneón de
Enrique Patet sobre el escenario del auditorio de la Alianza. Merced a
la editorial L’Harmattan se publicó el volumen bilingüe con textos de
quienes conformamos “Travesías Poéticas”
y de otros poetas como, por ejemplo, Irene Gruss, Michou Pourtalé, María Teresa
Andruetto…, por nombrar solo algunos.
9 — Gayo, además, presentó tu último libro en la Biblioteca Nacional.
AG — Nos embarcamos en una suerte de
reportaje-conversación que rondó temas como el quehacer poético, mi
trayectoria, el sentido de mi elección literaria, mi manera de construir el
poema, la articulación entre forma y contenido, etc. Tener a Juan como
interlocutor, más que como disertante o crítico, me satisfizo ampliamente:
realzó la presentación del libro y, asimismo, permitió al público estar ante un
poeta de fuste quien, a través de sus preguntas, ponía de relieve conceptos
artísticos y filosóficos.
10 — “Ver Prévert”: así se tituló la semblanza poética que ofreciste en
2004 en la Alliance
Française del barrio de Belgrano. “Ver”, no sólo leer
Prévert.
AG — La elección de ese
poeta como homenajeado provino del impacto que me produjo la lectura —allá en
mi adolescencia— de su libro “Paroles”. Todavía tengo a ese librito en
edición bilingüe (traducido por Juan José Ceselli), descabalado el pobre en mi
biblioteca pero refulgiendo con su ternura, su profundidad y aguda mirada
crítica sobre el mundo…: poemas inolvidables como “Desayuno”, “Arenas
movedizas”, “Pater Noster”; y sobre todo
el titulado “Paris at night”, donde el yo poético recorre a la mujer amada a la
luz de encender consecutivamente tres fósforos cerca de ella y luego sumergirse
ambos amantes en la completa oscuridad para estrecharse. Cuando presenté aquel
espectáculo, “Ver Prévert”, jugué con las sonoridades del verbo ver
y el apellido Prévert, pero además quería mostrarlo, que vieran
a ese grande. Fue, además, un hombre muy ligado al cine como guionista y
ambientador. Poetas como él, el mismo García Gayo, o Joaquín Giannuzzi nos
revelan y develan una otra poesía: sin altisonancias ni floreos: partiendo de
lo nimio, lo rutinario, lo doméstico, alientan emoción y pensamiento.
11 — Y pasemos a otro escritor francés:
René Daumal (1908-1944), quien discernió: “La materia prima de la emoción
poética es un caos cenestésico. Una mezcla confusa de emociones diversas es en
principio dolorosamente sentida en el cuerpo, como un hormigueo de vidas
múltiples que tratan de escapar. Es por lo común ese penoso sentimiento el que
fuerza al poeta a tomar la pluma, ya sea que lo experimente como una vaga e
imperiosa necesidad de exteriorizarse, o de una manera menos grosera.”
Tanto en “Curanto” como en “La balsa de la medusa” preceden los
respectivos poemarios unas líneas tuyas que no percibo distantes de lo que
acabo de encomillar.
AG — Tienes verdad, Rolando:
esos fueron mis primeros libros donde necesité tal vez una humilde Ars Poética.
El Curanto, esa comida típica chilena cocinada
lentamente en un hoyo en la tierra, me evocó la labor poética: el
alimento crudo —la materia prima que va largando sus jugos en el corazón del
poeta hasta que un día se anuncia y da a luz lo soterrado—. “La Balsa de la Medusa”, un famoso cuadro
de Théodore Géricault: náufragos en medio de la tempestad, como nosotros casi
hundiéndonos en la desesperación hasta que sobreviene la escritura —madero para
aferrarse, luz de rescate—. Las palabras de Daumal —“un hormigueo de vidas
múltiples”— me recuerdan un concepto del francés Michel Houllebeq que
distingue a la rumia como una de las fases en la creación
poética.
12 — ¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética? ¿Son
inseparables?
AG — Tendríamos que
hablar de dos momentos fundamentales: el primero nace de la captación
—consciente o no— de un elemento, escena, situación o palabra que desencadena
la necesidad de verter en poesía lo visto u oído; germina adentro de uno, recomponiéndose
una y mil veces hasta que aflora en la escritura: tal proceso conformaría a
grandes rasgos la experiencia poética. El segundo momento ocurre cuando se decide “poner manos a la obra”;
esto implica corrección, estilización de ese material primigenio; aplicarle
objetividad, renunciar a aquello que no favorece al texto. En mis talleres de
escritura procuro transmitir la idea de que si se trae un texto para
considerar, debemos tratarlo como un objeto más que como un sujeto; esto no
desprecia la humanidad de quien lo ha procreado, ni la emoción de ese autor
—siempre hay que tenerla presente—, pero si tiende a ser obra, no mera
catarsis…, afinemos la mirada, “afilemos” la pluma… Cortázar bien lo dice: “…cualquiera
que vea un borrador mío puede comprobarlo: muy pocos agregados y enormes
supresiones…” Puede uno conformarse con la primera instancia epifánica de
captación inicial seguida de su explosivo desmadre escritural; pero si decide
constituir una obra con ese material, su labor será entonces más racional,
“terrenal” y distante.
13 — Es a partir de un diálogo con Joaquín Giannuzzi que mantuvo el
poeta Guillermo Saavedra, que me permito preguntarte: ¿Has contemplado palabras
y te has emocionado con ellas sin conocer sus significados y tras preservarlas
de la servidumbre del sentido, has intentado concebir un poema?
AG — Me sucedió eso,
por ejemplo cuando descubrí la palabra clámide, de la
cual desconocía su significado (es una túnica romana, supe después); me
pareció tan hermosa, tan flor, tan pura, que la usé como seudónimo al enviar a
un concurso. Y otras veces ocurrió casi lo contrario en dos sentidos: conocer
el significado de una palabra, encontrarla antipoética —casi desagradable por
sus connotaciones— y necesitar sin embargo incluirla en un poema; a saber: uno
de mi libro “Noche cerrada” se anima con el vocablo esófago: “espero
que el tiempo y la hiel recorran su largo esófago/ y calme/ calme el
ardor/ la nostalgia de tu cuerpo”. En el prólogo de su libro “Temblor
del cielo”, Vicente Huidobro dice: “…la poesía es el vocablo libre de
todo prejuicio…”.
14 — Así concluye la novela “Un comunista en calzoncillos” de la
argentina Claudia Piñeiro: “La vida es una sucesión de actos miserables
interrumpidos por unos pocos y pequeños actos heroicos, y es en el promedio de
todos ellos donde logramos sentirnos dignos. Donde queremos que al menos un
testigo nos sepa dignos. Aunque no lo seamos.” Y esto afirmó el filósofo
español José Ortega y Gasset (1883-1995): “La vida es una serie de
colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que
anhelamos ser.” Y para vos, Alicia, ¿qué es la vida?...
AG — Hoy, y destaco
especialmente el momento, ya que el criterio sobre la vida va cambiando con los
años, hoy siento que la vida es no anclarse en esos flash-back
del pasado que retorna, que no sean ancla para vivir el presente; no quiero
para mí esos versos del tango “Naranjo en Flor”: “toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado”. A través del psicoanálisis exploré mi pasado
y comprendí las causas de los desaciertos, de las repeticiones, supe de dónde
provenían ciertos infortunios; con todo ese bagaje —mi libro interior leído y
releído— pienso menos y hago más. Tal vez eso sea la vida para mí: deseo con
acción, sueño con realización. Otro poeta asiste mi pensamiento en este
sentido: Eliseo Diego establece en un poema para su hija: “estar es lo único
que importa”. Y otra idea que estuve alimentando en estos últimos tiempos:
que el arte no sea para mí sólo esa cosa exterior que me conmueve a través de
alguna de sus expresiones —libros, cine, pintura—, sino cultivarlo en cada uno
de mis actos, de mis relaciones: comprender la importancia de lo que tengo y de
quienes están a mi lado, valorar el instante. Lejos estoy de ofrecer mi
experiencia como dogma, porque soy muy consciente de que las condiciones de
cada vida son harto diferentes entre sí, el azar —y solo el azar— me hizo nacer
“bajo techo”, con comida e instrucción
para poder pensar posteriormente sobre la existencia y además
“escribirla”.
15 — En ocasiones he leído en revistas, primeras versiones de poemas y
segundas y definitivas versiones
—Borges, seguro—, lo cual permite asomarse “a la cocina” del autor.
También he visto que en “Roña criolla” de Ricardo Zelarayán (Libros de
Tierra Firme, Buenos Aires, 1991), éste incorpora al corpus cuatro poemas y sus
segundas versiones, y un poema con sus segunda y tercera versiones. ¿Te ha
sucedido que aspirando a pulir un poema, concluyeras con que la segunda versión
obtenida te resultara, en realidad, tan válida como la primera? ¿Has procedido
alguna vez como Zelarayán o estuviste tentada de dar a conocer dos versiones de
un poema?
AG — Mirá, yo soy
lenta, muy, tanto en la rumia como en la confección de un poema o
cuento. Y cuando sale a la luz ya está: puedo retocar mínimas cosas o adecuar
según la conveniencia. Un caso: expresiones en algunos poemas que no serían
entendibles a la hora de mandar a un concurso en el exterior; ahí sí meto mano
y adapto el verso o la palabra. Con los cuentos este trabajo es mayor y a veces
imposible, porque hay un espíritu en lo que narro que difícilmente se pueda
alterar mucho. Te doy un ejemplo para ambos géneros: un poema mío comienza así:
“Cuando yo era chica …” y al enviarlo al exterior preferí “Cuando yo
era niña…”; tengo un cuento muy porteño donde el personaje tanguero utiliza
frases como ésta: “…y de a poquito, como un duque, me la levanté”; es cierto que si
se quiere se puede traducir, pero la gracia de esa frase tan nuestra es
irreproducible. Por eso hay cuentos como el antedicho, que directamente no
envío a concurso fuera de nuestro país. Es probable que si alguna vez hago una
antología de mi propia poesía modificaré mínimamente algunas cosas, aunque no
creo que muestre las distintas versiones ya que —reitero— no habrá cambios
sustanciales.
*
Alicia Grinbank selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
La mujer de Lot
Más vale —se dijo—
ser estatua de sal
que errar sin sabor en la boca.
Más vale —se dijo—
que mis pequeños ojos se impresionen
y salgan de sus cuencas y echen a volar
gritar por un instante
encenderme
cantar
perder mi nombre para siempre
(¡que se lo lleve Lot como trofeo!)
Más vale —se dijo—
la boca abierta del misterio
lo que no me ordenó Dios
lo que está por verse
lo que no conozco.
(de “Curanto”)
*
Las que No
Infladas por el viento
las camisas del hombre
aletean
su colorida vacuidad.
No son esposas a la espera
de la ensombrecida bestia de oficina
esposas humeantes de hijos
esposas sociales de brocato en Navidad.
Las camisas del hombre secándose en la soga
saborean ya a cada lengüetazo de sol
el olor del hombre la piel del hombre.
Sin preguntas
como alegres cortesanas.
(de “La balsa de la medusa”)
*
Sangre y Orina
Alineados sobre la fría mesada
el frasco ambarino y el tubito rubí
irán al desguace microscópico.
Días después mi confiable clínico
leerá en el hermetismo cifrado del papel
y yo beberé sus vaticinios
con la ávida sed de la ignorancia.
Pero él ignora también:
reduce mi angustia a un color “ligeramente
turbio”
ve brillantes hematíes en un campo
donde es noche cerrada.
Ciego a mis heridas dice “cristales no se
observan”
Densidad:
¿cómo medir lo insondable?
Espacios abisales de células muertas
y recuerdos en flor.
Perdido él en mi niebla
perdida yo en su niebla:
no hay valores de referencia.
(de “Noche cerrada”)
*
No es el fulgor de la mañana
en la feria
municipal al lado de las vías
ni el alboroto
de changuitos
ni el regateo
ni el pregón lo que conmueve.
Es a las dos de
la tarde cuando levantan los puestos
que la belleza
se alza:
esa dimensión
de verduras pisoteadas
la fetidez más
pura
perros lamiendo
el sueño de algo entero
el osario de
fierros que cargan los camiones
y esa calle
que no pide
agua de socorro
sino —el
próximo sábado—
la
resurrección.
(de “Pulmón de manzana”)
*
- ¿Y qué es un traidor?-
-Bueno,
es uno que jura y miente-
(“Macbeth” - Acto IV. William
Shakespeare)
Sala de Espera
El bebé llora en el joven padre que lo mece
torpe:
prueba con el chupete, mueve el cochecito,
lo levanta.
Persiste el arropadito se desgañita
se crispa mal sujeto entre esos brazos
incapaces.
¿Y ella? ¿la dadora la dueña la nodriza?
Ya pagó la consulta en recepción y regresa.
Desabotona y descubre su pleno mediomundo
para el ansia del becerro.
Ya no cabes en la escena, joven padre.
Y lejos
muy lejos de la niebla de ese goce
te preguntas por qué ella juró alguna vez bajo
tu espada
que su manantial sería siempre y solo para
ti.
(Inédito)
*
Escena Final
Está enojado el hombre, iracundo, digamos.
Y es lógico, ella lo ha crispado hasta la
puteada.
Sacó de él lo que tanto calló y perdonó y
contuvo.
Ahora es un hombre solo en la calle del
dolor,
desfilan taxis vacíos parejitas
abrazadas
y el hombre vuelve a su casa.
Abre las ventanas y de ella arroja las cartas,
alguna chalina perfumada.
Luego pega el grito. Se deja caer por ese tragaluz infame:
rebota en el patio de planta baja entre
condones y verduras
desnucado
feliz
por la noticia que ella recibirá a la mañana.
(Inédito)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Alicia Grinbank y Rolando Revagliatti, 2015.
*
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