sábado, 24 de junio de 2017

Carmen Membrilla Olea-España/Junio de 2017



No sentía rubor. Siempre descubría mentiras nuevas. Salía a buscarlas cada día. Podía encontrarlas arrojadas en las calles vacías o colgando de los puentes enormes. Entonces las hacía suyas ya para siempre y las alojaba detrás de sus párpados. Era una especie de poder abstracto del que jamás hubiera querido deshacerse.
Mentía siempre, cada día; alterando el significado de las palabras. Mentía sobre el color del mar, sobre la dimensión de las rocas, sobre los tonos oscuros de la noche. Arrojaba la verdad por las ventanas y acariciaba mentiras tibias, que después pronunciaba al oído de las mujeres que amaba.
Esto lo hacía feliz.
Engañar...engañadas...falsedad en las entrañas.
Cuando a ella le dijo por primera vez Te quiero; sintió una especie de vértigo, una punzada en el estómago, una náusea interior. Era la verdad.
Cuando ella contestó Yo también; quiso morir.
Supo de inmediato que lo estaba engañando

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